La fotografía que ve justo sobre este párrafo se tomó poco antes del 29 de octubre de 1999. Damián Ode, quien sostiene la letra D a punto de ser pegada en una pared de la calle San Ambrosio, detrás de la plaza Butters, en Barranco, tenía entonces 25 años. Iba a abrir, en un local pequeñito, un espacio que con el tiempo se convertiría en un emblema de la ciudad. Empezaba, le cuenta a Somos, un sueño que acaba de cumplir dos décadas de existencia: la peña Del Carajo. La idea, de arranque, era divertir a la gente y, sobre todo, difundir entre los jóvenes su querida música criolla, aquella que aprendió a idolatrar durante su niñez en Ica, donde vivía con la familia de ascendencia árabe. “Mírame, parecía un mono, caray…pero era un mono feliz”.
Sentado ahora en la peña a los 45, donde además produce el último de sus emprendimientos, el pisco La Nación, a Damián le cuesta trabajo dejar de moverse. Pareciera, efectivamente, que trae abejas en el pantalón. Hay producción en el vestir, eso sí. Va pulcrísimo. Recién salido de la barbería, de todas maneras. Conocido en el mundo del entretenimiento por jugarle bromas, cámaras escondidas y ‘pasadas’ por teléfono a tutilimundi junto a su camarada de toda la vida, ‘El Toyo’, Ode continúa rememorando los inicios de su primer gran negocio (porque es además dueño de los restaurantes La Basílica y Arnold´s): “Del Carajo comenzó como un hobbie. Éramos tres amigos muy criollos que nos mandamos nomás…yo contaba chistes, otro era músico... Ahora somos dos que todavía no podemos creer que hayamos llegado a las dos décadas. Que hayamos estado detrás de lo que por mucho tiempo fue el templo de la música de la costa del Perú”.
CARIÑOS BONITOS
Del Carajo se mudaría después, en el 2006, a una antigua marmolería en la también barranquina calle de Catalino Miranda, donde hoy atiende sin falta viernes y sábados. En la misma dirección, además, donde por años llegaron muy tarde por las noches, guitarras y cajones al hombro, intérpretes y músicos de algunas de las más recordadas generaciones del criollismo nacional. Entre ellos, don Óscar Avilés, Arturo ‘Zambo’ Cavero, Pepe Vásquez y Lucila Campos.
“No hay ningún criollo de esas guardias que no haya conocido o conozca; de la nueva tampoco. Creo que si la peña ha estado tanto tiempo en el corazón de la gente es porque ha sabido reconocer y apreciar ese sitial de honor que le dimos a todos ellos”, reflexiona Damián.
El entusiasmo, entonces, se le transforma en emoción. Del bolsillo empieza a sacar anécdotas e historias personales con cada uno de ellos. Hace lo mismo con su celular de repente, y me muestra una foto del 2006. Esta:
“De los que partieron te puedo decir que eran talentosos como nadie. Gente buena, además. Incapaces algunos hasta de proferir lisuras. Mi tío Avilés, por ejemplo, ni siquiera podía decir peña Del Carajo para promocionar sus presentaciones. Él decía: ‘…la peña del Carajamacho…’. Cuántas cosas vivimos... Con el permiso de su hijo, yo grababa con el teléfono sus relatos de vida (lo mismo que hago ahora con Melcocha, que es mi amigo). Y cuando íbamos a provincia… era como un Beatle, la gente se moría por tocarlo y cuando lo lograban se persignaban… era increíble. Lo quise tanto…”, narra y se le entrecorta la voz. Se muestra aliviado cuando recuerda que los familiares de la primera guitarra del Perú le agradecen el hecho de que el don se haya conectado con los jóvenes gracias al escenario de la peña.
Con el ‘Zambo’ Cavero hacían jaranitas antes de subir al escenario… De Pepe Vásquez recuerda que tenía un oído absoluto. Se escuchaba un cláxon, dice, y él podía decirte en qué nota estaba. “Pero no todos se han ido. Sigue presentándose con nosotros Bartola, que es un monstruo. Canta y cocina lentejitas como los dioses. Es como una cantante de ópera, pero criolla. Y divertidísima, además. Sus shows son muy graciosos. Y está, claro, Lucía de la Cruz. Esa es la más brava. La quiero tanto. Nos amamos, nos peleamos y nos reconciliamos. Es la que más me ha hecho sufrir… ‘¡Lucía, ¿dónde estás? ¡¿Ya deberías estar en el escenario?!’, la llamaba yo. ‘Me estoy haciendo las trenzas, ya voy ahorita…’, me contestaba. Pasu madre… pero como ella en el escenario, pocas…”, cuenta Damián, quien no descarta hacer un documental o un libro a partir de su experiencia de trabajo con todos.
RETROCEDER NUNCA
Ode confiesa que en estos 20 años de funcionamiento de la peña, no todo ha sido color rosa. De hecho uno de los tiempos más díficiles para el negocio es el que atraviesa actualmente como consecuencia de la coyuntura. “Hemos pasado por tormentas antes y tragándonos el sapo lo hemos superado. Pero esto que ocurre empresarialmente ahora es general. Está duro para todos. La gente no está saliendo, así que lo que nos queda es idear cambios o promociones para tentarlos”. De ahí que, explica, desde este año el concepto de Del Carajo ya no está abocado solo a la música, gastronomía y coctelería de la costa, sino también de la sierra y la selva.
“Existe esta frase mezquina que dice ‘la música criolla no ha muerto, ni seguirá muriendo’ con la que no estoy de acuerdo. Es verdad que los artistas con los que crecimos muchos ya no están, pero hay nuevos talentos que hay que dar a conocer. Yo siento que tengo una responsabilidad ahí. Trato de hacerlo en la peña, pero también quiero ir a los colegios, a la calle. Cómo van a conocer los chicos de hoy la música criolla si nadie se las hace escuchar”, afirma.
Para este 31 de octubre, Damián ya tiene programada la jaranaza con Bartola, Lucía de la Cruz (“bien separaditas”, dice), Edson Salazar y Los Miranda. “En esta tarea de difundir la música criolla a las nuevas generaciones, y de cuidar a los artistas que con el género le han dado tanto al país, vamos a seguir hasta el final. Espero nos acompañen”, culmina Ode mientras me sigue mostrando fotos suyas con leyendas de la canción, estrellas del firmamento de la calle Catalino Miranda y del Perú. Alma, corazón y vida y nada más.//