Es la mañana del lunes 3 de julio del 2017. En las oficinas de la sede principal de Cencosud, en Santiago de Chile, Alejandro Injoque, ingeniero industrial peruano y encargado de la jefatura de una de las áreas de la empresa, se prepara para hacer la presentación más importante de su vida. Al frente de él, unas 60 personas que trabajan en su piso se miran intrigados y murmuran. Han sido convocados con carácter obligatorio, pero no tienen idea para qué. Una vez cerradas las puertas, Alejandro –pantalón beige, mocasines marrones y camisa rosa–, inicia la explicación del proyecto en el que ha trabajado durante el último año. Los nervios apenas le permiten decir las primeras palabras, pero cada paso que ha dado en sus 35 años de vida y, más aún, cada decisión tomada en los últimos meses, lo han llevado hasta ahí, hasta ese punto sin retorno que espera sea para él como volver a nacer. O más bien, como empezar a tener vida: “No hay estadísticas exactas todavía, pero se calcula que una de cada 10 mil personas es transgénero. Eso quiere decir que la forma en que se identifican, la forma en que expresan su identidad, no es la misma que la que el resto espera que sea de acuerdo con su sexo biológico. Me ha costado mucho llegar a este momento, pero hoy me toca contarles: yo soy transgénero”.
La escena completa, que dura unos 15 minutos, está grabada y colgada en YouTube. Eso también era parte del plan. Alejandro tomó la decisión de ‘salir del clóset’ después de meditarlo y reflexionarlo muchísimo, y a pesar de que en ese momento se podía pensar que tenía una vida ‘perfecta’. Era un profesional con un buen puesto en una gran corporación y desde el 2010 estaba casado con Cossete, una mujer a quien amaba tan profundamente como ella lo amaba. Pero toda esa supuesta felicidad estaba basada en una ficción que Alejandro había empezado a construir desde muy pequeño, quizá desde que tenía cuatro o cinco años y agarró por primera vez los cosméticos de mamá o cuando rezaba por las noches al dios de sus padres para despertar convertido en niña, porque eso era lo que más anhelaba su pequeño corazón. Esa ficción creció conforme él fue creciendo y creció también la culpa y el dolor, más aún si consideramos que sus padres eran religiosos y ultraconservadores. Cecilia Alegría (conocida por sus seguidores como la ‘doctora Amor’), su madre, es una periodista evangélica y creacionista (cree en la Biblia de forma literal), célebre en esa época no solo por ser la hija del escritor Ciro Alegría, sino por enfrentar y atacar desde su fe y sus creencias a la comunidad LGTB en cuanto debate mediático existiese.
Quizá por ello durante su adolescencia Alejandro vivió una etapa homofóbica muy fuerte. Siempre le habían dicho que “Dios creó al hombre y a la mujer” y que cualquier otra cosa estaba mal. Era “vivir fuera de la ley de Dios”. Entonces, mientras se dejaba llevar por sus deseos más profundos y compraba algunas prendas femeninas, también se odiaba a sí mismo. Así se lo dijo a sus compañeros de trabajo aquel julio del 2017: “Aprendí a comportarme como hombre porque me enseñaron que lo opuesto era pecado, era enfermo, y tenía que suprimirlo. Entendí que eso me iba a generar rechazo y yo no quería ser una persona rechazada, yo quería tener amigos, estudiar, tener una carrera, tener sueños como todos. Entonces, aprendí a suprimirlo hasta que se hizo imperceptible para el resto”. Aquella presentación de Alejandro, la última como tal, terminó en un abrazo grupal infinito. Por primera vez, él lloró de felicidad.
Solo una vez Alejandro se atrevió a hablar con sus padres sobre el tema. Iniciaba el 2003 y, agobiado, les confesó que se travestía. Les dijo que necesitaba ir al psicólogo para arrancar de su vida eso que “no estaba bien” y poder encajar. Y así fue: durante año y medio acudió a un especialista, pero sin ningún éxito. En el transcurso de ese tiempo, su padre murió. Los años siguientes se dedicó a estudiar y trabajar. Hasta que en el 2008, en Chile, conoció a Cossete, una peruana que andaba de vacaciones por el sur, donde él ya radicaba. En el 2010, no sin antes confesarle aquello que aún no terminaba de entender, que a veces sentía la necesidad irrefrenable de vestirse como mujer, se casaron. Pero Alejandro comenzó a hacer pequeños cambios en su apariencia física que no pasaron desapercibidos para ella: se dejó crecer un poco el pelo, se arregló las cejas, se perforó los oídos. Travestirse a escondidas ya no era suficiente. Y aunque inicialmente esto generó grandes discusiones, Cossete nunca lo juzgó. Es más, fue ella quien le dio su nuevo nombre: Alessia.
Ese día, a mediados del 2016, lloraron juntos y se prometieron luchar por su amor. En el 2018, la pareja se separó, pero Alessia, quien esta semana visitó nuestro país y coincidió acá con su madre, nos dice lo fundamental que fue para ella que Cossete la acompañara con amor y comprensión por todo ese duro camino.
“Que ella me quisiera me ayudó no sé si a quererme, pero a dejar de odiarme un poco”, afirma a Somos y nos cuenta que junto a Cossete inició aquel proyecto del que habló frente a sus ahora ex compañeros de Cencosud. Juntos decidieron que su transición de género sería progresiva, tomaría clases de danza, aprendería maquillaje profesional y finalmente hablaría con sus jefes del trabajo. Pero antes, como prueba final, viajarían durante un mes a Europa, donde Alessia probaría enfrentarse al escrutinio público. Durante el viaje nadie la juzgó.
Es así que finalmente llegó ese 3 de julio del 2017, día que Alessia hoy llama “el día más increíble de mi vida”. La fecha no fue casual: al día siguiente cumplía 36 años y su mayor deseo era poder ser. Eso: simplemente poder ser. El 4 de julio del 2017, con el respectivo fotocheck que la identificaba con su nuevo nombre, Alessia llegó a trabajar y empezó a vivir.
-Relación en construcción-
El 1 de octubre último, Alessia asumió la presidencia de la Fundación Iguales, una de las organizaciones defensoras de la igualdad y los derechos de la comunidad LGTB más importantes en Chile. “Hoy me siento libre: cuando me veo en el espejo, me veo a mí. Ya no hay máscaras ni mentiras ni tampoco nada que me puedan decir que ya no me hayan dicho. Por eso quiero ayudar a cambiar todo eso que me dolió mientras crecía, para que las siguientes generaciones no pasen por lo mismo”, dice. Su mayor preocupación está puesta en el tema laboral: debido a los prejuicios y la intolerancia, el 90 por ciento de las personas trans no consigue un trabajo formal.
Cecilia, su madre, está acá también con nosotros. Ella nos cuenta su propio “drama personal” respecto de la historia de Alessia, de cómo una mujer religiosa al extremo llegó a aceptar y, fundamentalmente, a respetar las decisiones de su hija trans. Un sector de sus seguidores hoy le dice que ha traicionado la ley de Dios y que ha dejado de ser consecuente. Pero ella responde que ha entendido que si bien puede hablar de “las normas de Dios”, no puede juzgar ni rechazar a las personas que no la cumplan.
La conocida ‘doctora Amor’ asegura que nunca más participará en un debate en el que se ataque a la comunidad LGTB y que se arrepiente de haberlo hecho en el pasado. Sin embargo, agrega que nunca fue homofóbica, porque nunca dijo que había que odiar a los homosexuales. Alessia interviene: “Mamá, no hace falta llegar a pegar a una mujer para que se diga que eres machista; así también decir que los homosexuales no deben tener tales derechos o que los trans no sentimos amor, sino solo placer, es homofobia”. Entonces comienza una conversación interminable entre madre e hija que confirma algo que Alessia ya nos había dicho: su relación está en reconstrucción y queda aún mucho por hacer al respecto. Como en la sociedad misma. //