En medio del caos no se dan explicaciones, solo resalta el instinto de supervivencia. Y en medio del caos apareció Nati, cruzando la calle, y se sentó en la vereda, al lado de un poste.
En medio del caos no se dan explicaciones, solo resalta el instinto de supervivencia. Y en medio del caos apareció Nati, cruzando la calle, y se sentó en la vereda, al lado de un poste.
Gerardo Cabrera Campos

- ¿Tú sabes rezar? – preguntó una mujer.

- – contestó la niña.

A la niña le llamaban Nati, cariñosamente. Junto a sus padres, vivía en el tercer piso de una casa frente a la Av. Villa del Mar, en el sector 6 de Villa El Salvador, a unos 100 metros de donde el camión cisterna se averió y presentó una masiva fuga de gas que alertó a decenas de vecinos. Entre ellos estaba ella, una pequeña de 7 años que solo atinó a correr hacia la calle cuando todo el mundo gritaba, se asfixiaba por el gas y no entendía, de repente, las explosiones y las llamas. Eran las 6:55 de la mañana del 23 de enero.

“La niña estaba evacuando, atrás venía el papá y la mamá con el niño de 2 años; también sufrieron quemaduras. Al llegar a la calle el fuego la agarró”, cuenta Haydé Sánchez, su vecina e integrante del comité de aula del colegio estatal donde estudia Nati, la I.E. 7094 Sasakawa.

Los demás vecinos del Sector 6 identifican a Nati como “la niña del poste”. Ella es la pequeña quemada, sentada en una vereda y junto a un poste de alumbrado eléctrico, que miles de personas ha visto en videos y fotos compartidos por WhatsApp o Facebook. Apenas le quedó un poco de cabello y aún tenía fuerzas para gritar y pedir ayuda. Quien grabó no atinó a nada más, todos presenciaban su agonía. ¿Cómo debemos actuar cuando una persona tiene todo el cuerpo quemado?

Cristina Palomino, otra vecina que vive a dos cuadras de la tragedia, sigue impactada por los niños y adultos quemados “de pies a cabeza” que vio llegar al parque de su casa, sin saber qué hacer. “Eso habrá sido en 10 minutos… la niña (Nati) decía ‘no me toquen, no me toquen’. El fuego estaba dentro de las casas, parecían bombas de guerra, ¡boom, boom, boom! Todos gritaban. La niña decía ‘quiero dormir, quiero dormir’, desesperada. Era muy triste verla. A otro niño también, tantos niños que han estado así…”, relata Cristina.

Un día después de la tragedia, los vecinos se acercan y empiezan a describir todo: que los bomberos llegaron a las 9 de la mañana, que los vecinos apagaron el fuego entre todos, que la Policía cuidaba para que no roben en las casas y que toda la gente salió de sus viviendas por un horrible olor… que alguien prendió un carro, una moto, y todo se prendió, todo explotó.

En medio del caos no se dan explicaciones, solo resalta el instinto de supervivencia. Y en medio del caos apareció Nati, cruzando la calle, y se sentó en la vereda, al lado de un poste. Su casa estaba a unos 50 metros. El fuego había llegado tan alto que los papelotes de candidatos al Congreso pegados en los postes estaban chamuscados, los timbres de las casas estaban chamuscados, los techos y toldos de las primeras plantas estaban chamuscados.

De pronto apareció en el caos Marilyn Ulloa, una mujer de 33 años, y se acercó a Nati:

- ¿Tú sabes rezar? – preguntó.

- – contestó la niña.

Ambas rezaron la oración del Padre Nuestro, hasta la mitad, pues rápidamente se la llevaron en una moto. Ya había llegado su padre, su madre con su hermano de 2 años, quemados también. No podían hacer nada: Nati iba inconsciente, como dormida, con su carita ardiendo, sin ver bien. Al poco tiempo falleció.

Las imágenes que los vecinos tratan de armar están acompañadas de miradas de susto. Nancy Cordero, una anciana de 71 años y madre de Marilyn Ulloa, describe: “Mi hija, hasta ahora, no puede salir de lo que ha visto. Rezaron hasta la mitad del Padre Nuestro, ella (Nati) era compañerita de mi nieto en el Sasakawa, que está a dos cuadras, en la Av. El Sol. Su papá (de Nati) se había quemado la mano y no podía agarrarla…la gente solo miraba a la niña”.

El 24 de enero, el Sector 6 de Villa El Salvador es un campamento de la solidaridad. Familias de distintas partes de Lima llegan con comida y agua para entregar a los damnificados y afectados de las explosiones e incendios en las viviendas; llegan venezolanos en motocicletas con víveres; llegan veterinarios para atender a las mascotas con dueño o sin dueño; llegan los policías y miembros del Ejército para controlar la situación, pero también llegan los ataúdes de los fallecidos, que hasta el cierre de esta crónica son 13. Coronas de flores y llantos esporádicos se aprecian entre el tumulto de civiles y autoridades.

Al caer la tarde, un día después de la muerte de Nati, su profesora del colegio, Pilar Martínez, solo tiene frases de bondad sobre su alumna: “Era una niña preocupada en sus estudios, cumplía con sus tareas…”. No tiene más palabras. Varias madres de familia del comité de aula están presentes: lloran al recordar todo. Por ejemplo, se enteraron de la desgracia cuando vieron el video de Nati junto al poste. Las manchas de su sangre aún se pueden observar.

A pocos metros del poste donde se sentó Nati vive Bryan Rivera, un joven de 17 años, testigo de aquel caos. Él escuchó unas cuatro explosiones. Mientras jalaba a su madre y su hermano para estar a salvo, vio a la niña en los brazos de su padre. “El incendio fue de abajo hacia arriba, por la chispa de encendido de un carro. El chofer (del camión de gas) le decía “¡no enciendas, no enciendas!” y fuuusss voló primero el carro y luego el camión, y ya después cuando estábamos en el parque, un señor se llevó en mototaxi a la niña y su padre”.

Entonces recuerda a la niña y vuelve a contar:

-Sí, yo la vi.

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