Antes de Ibáñez, Balerio y Quiroga, una frase se popularizó entre los comentaristas deportivos de los años 60 y 70, que trascendió fuera de nuestras fronteras: “Perú es tierra de arqueros”. El mito se construyó a partir de las grandes actuaciones de Juan Valdivieso, ‘El Mago’, quien jugó el Mundial de Uruguay 30, las Olimpiadas de Berlín 36 y formó parte del equipo de oro de Alianza Lima.
Le siguieron los pasos José Soriano, Juan Honores y Walter Ormeño como ejemplo de lo que significa pararse bajo los tres palos. Menos recordados, Rafael Asca y Rodolfo Bazán también fueron guardametas destacados. Sin embargo, vendría una sequía de arqueros que se prolongó hasta el nuevo milenio, tiempos en que asomaron dos jóvenes promesas como los números 1 de la selección peruana: Leao Butrón y Raúl Fernández.
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Pero no fue hasta la llegada de Pedro Gallese que el puesto de arquero recobró el brillo de antaño. Con su equipo, el Orlando City de la MLS, acaba de marcar un récord: en 13 partidos de la liga no recibió un solo gol. Y con la selección peruana –Dios y Gareca mediantes- está a punto de clasificar a su segundo Mundial consecutivo, siendo líder y capitán del equipo.
¿Cómo trasciende la figura del arquero?
Alberto Beingolea (periodista deportivo)
Un buen equipo de fútbol se arma de atrás para adelante. Y, desde atrás, el primer puesto es el del arquero. Es la posición más difícil de todas, por el alto costo que puede generar un error de este jugador: una mala maniobra puede desembocar en un gol en contra.
Pero no todos los partidos son iguales. Si el equipo es atacado incesantemente, el arquero puede lucirse evitando varias opciones de gol. Si, por el contrario, el equipo se lanza al ataque y mantiene alta posesión de balón, las posibilidades ofensivas del rival disminuyen y se requerirá de toda su atención para resolver las pocas que tendrá en contra. Es especialmente complicado, después de 90 minutos inactivo, enfrentar una de gol. Sin excusa, en esa, el arquero debe estar atento. Más allá de sus cualidades, su destino puede resolverse en una sola jugada, confirmando la sentencia de Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia”.
Pedro Gallese tiene todo lo que se necesita para resolver ante diferentes circunstancias. Cualquiera sea la situación de juego, tenemos un buen arquero. Tal vez el mejor que haya nacido en nuestras tierras.
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Jaime Chincha (periodista)
Lo de arquero me vino, primero, por conseguir uno de los sueños que persigue todo ser humano: volar. Recuerdo la tarde en que esa posición y yo hicimos clic. Tercero de primaria, la cancha de fútbol del Maristas de San Isidro, mis amigos los gemelos A y S, y yo, practicando el ‘tiquitaca’ sin que por entonces se conciba la idea de un nombre así para el pase preciso, para tocarla de una.
Eran los tiempos del ‘Chevo’, del ‘Loco’, de ‘Caíco’. Y eran también los tiempos de Franco Navarro y su golazo a Chile con celebración de rodillas resbalándose en la cancha. Hay arqueros cuyo recuerdo colectivo es la deshonra, y Roberto Rojas fue ridiculizado por nuestro nueve en ese 1985 inolvidable; el Cóndor salió a cazar mariposas en aquel 2-1 en Santiago. Mis amigos los gemelos y yo nos la regimos para decidir quién tapaba, y el destino yankenpó me puso bajo los tres palos.
En eso, S lanza una pelota bombeada a mi derecha que me obliga a lanzarme, con todo, a la piscina de gras y barro. Juro que volé y saqué ese balón, y el recuerdo gravita entre flotar en el aire o sentirme Fillol con el 5 en la espalda. Juro que yo solo quise volar y lo pude hacer, sin mentir, cada vez que me tocó tapar.
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