Jack Bryan Pintado tenía 22 años. A esa edad solo se debe ser libre.
Uno debe viajar por el Perú de los libros, meterse temprano a la cama de su mamá luego de una noche larga y tener amigos para el día, los domingos y las madrugadas. A los 22 años lo único que debe hacer uno es soñar, creer, hacer maratones de todo y por todo, abrir botellas y dormirse en ellas. A los primeros 22 años, la edad que tenía Jack Bryan, solo se debe reclamar, explotar, dialogar, cuestionar, gritar, perdonar y amar, sobre todo amar. “Mamá, me voy a la marcha porque amo a mi patria. Si no regreso me fui con ella”, le dijo el martes a su abuela, Moraiba, a una hora que no se precisa pero que igual es inolvidable: fue la última vez que ambos se vieron. Moraiba es la mamá de su mamá, que desde los 3 años era su mamá. Era, porque ya no es. Porque la noche del martes, Jack Bryan Pintado Sánchez dijo eso y se fue, sin saber que como otros héroes, esa frase iba a ser su epitafio. Hay en su casa de San Martín de Porres una larga fila de arreglos florales que la han desbordado, que deja ver solo lo más noble. En canal 4 se ve la gigantografía que la familia ha impreso ayer para colocar detrás del ataud blanco en el que ahora, desde ahora, Jack descansa al lado de sus propias palabras.
A los 22 años uno puede hacer todo lo que le nazca, le plazca, lo haga feliz. Lo único que no debe pasarle es morir.
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El certificado de la necropsia parece un parte de guerra: 10 heridas penetrantes por proyectiles de arma de fuego (perdigones). 4 en la cabeza, 2 en el cuello, 2 en el tórax y 2 en el brazo derecho. Firman los doctores Tello Arriola y Cusihuamán Phocco. Las heridas produjeron hemorragia interna. No lo habría soportado ni Rambo. Es escalofriante el ataque a un muchacho que salió de casa el martes a caminar pacíficamente por las calles del Centro de Lima. Que, por sus ganas de estudiar Derecho, sabía que era una causa legítima, una lucha amparada por las leyes peruanas. Por lo que él creía era justo: sacar a una antediluviana clase política que el domingo, con la renuncia del señor Manuel Merino a la presidencia y el saldo mortal de la Segunda Marcha Nacional, ni siquiera pudo respetar el acuerdo de una lista de consenso para nueva Junta Directiva del Congreso. Al contrario: votó contra él.
Esa ceguera atosigaba a Jack Bryan, y a los miles hastiados como él. El 30% del electorado mirando a las elecciones del 2021 que es como él. Se sabe que para ser congresista no se necesita estudiar, pero no hay que sentirse orgulloso de eso.
“La lógica te dice -explica el abogado de la familia, Ronald Gamarra- que cuanto más cerca está el tirador, más concentrados están los perdigones en el cuerpo”. Dicho esto, es triste decir que el pecho de este joven peruano sirvió a sus atacantes como tiro al blanco.
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El 15 de noviembre, a las 1:26 de la mañana, una prima de Jack Bryan puso un tuit en el que iniciaba la búsqueda. Casi a la misma hora, el joven universitario estaba en UCI del Guillermo Almenara. La familia buscaba, con pánico, al muchacho que el 2015 ingresó a la facultad de Derecho de la Universidad César Vallejo, sede Lima Norte. Que desde su barrio en San Martín de Porres cruzaba la Panamericana Norte hasta allá, viendo cómo la geografía del cono cambia de riqueza a pobreza paradero a paradero. De los cerros hacinados en Independencia al mall de lujo en Plaza Norte. Que precisamente por esas injusticias, le aburrieron los cursos de administración de empresas y quería volver a la Ciencia Política. Para defenderse mejor.
Para eso pusieron una foto carnet para ver si alguien lo reconocía. Si alguien había visto sus ojos chinitos, su boca bien abierta y los rulos que le hacían un breve cerquillo. Iba a ser medio complicado porque, con esto de las mascarillas contra la COVID-19, solo se puede mirar quién hay ahí adentro a tráves de los ojos. A veces, lo mejor que se tiene. Los ojos para ver.
Buscaban, viendo las noticias, al hijo de Oscar y al nieto de Moraiba. No querían verlo en ninguna ilustración, ni protagonista de alguna vigilia, ni foto viral de redes sociales. Así sea la conmovedora gráfica, al lado de Inti Sotelo, Grau, Bolognesi, que ayer pintó el admirado Víctor Sanjinez. No querían velarlo delante de todos sus amigos, que esta mañana exigían justicia ante cualquier cámara de TV. “Esta muerte no será olvidada. Por favor, hagamos catarsis de todo lo que está pasando: no se vive en el Perú, se sobrevive. Nosotros somos el país”, decía uno de ellos. Un país que está rabioso y triste. Y sin él.
La familia lo buscaba entre los vivos, porque así es como un niño de 22 años tiene que estar. //
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