MDN
Héctor Chumpitaz
Miguel Villegas

Soy -por herencia- de los hinchas clásicos: walkman para sintonizar Ovación, anticuchos a la salida de popular Sur, y la misma camiseta si resultó cábala hasta el infinito. Por eso, o gracias a eso, cualquier apuesta revolucionaria que modifique los modelos de chompa del club del que soy hincha pasa por la respetable distancia. Con la selección lo mismo. Entiendo el marketing, pero mucho más los recuerdos. Estos sí me pertenecen.

Por eso, el nuevo modelo de la camiseta de la selección, el cuello elegante y la franja grande que homenajea a los Mundialistas del setenta, me ha resultado una buena noticia. Ha dado en el blanco. Como una vergüenza el primer modelo post Mundial que se decoloró en el partido contra Chile y obligó incluso a Juan Carlos Oblitas a opinar en clave de ironía: "Ahora usaremos la roja, no hay problema". Esa noche -octubre del 2018- goleamos 3-0 pero lucimos despintados, la verdad.

Poco agradecidos con los héroes de los viejos, acostumbrados a mirar el pasado con idiota soberbia, la camiseta con la que Perú irá a la Copa América recupera alguna de nuestras mejores postales, de cuando la selección ganaba. Imaginar con ella a Chumpitaz quitando una pelota es increíble.

Fuera de esto, de los regresos inminentes -Zambrano-, las ausencias que polarizan -Pizarro- y la crisis económica que ha transformado -hasta donde se sabe- la poderosa Videna de los proyectos a una endeudada casa de esteras, la selección que dirige Ricardo Gareca tiene la enorme posibilidad de coronar un proceso que miró las provincias, armó un equipo, transformó una generación, y consiguió una clasificación luego de 36 años: ganar una Copa. No se exige tanto como se sueña. Y no se gana antes de jugar. Sobre esta materia, la selección sabe cómo.


En 1927, el año del debut de la selección peruana, se usaban rayas verticales rojas y blancas para distinguir a nuestros jugadores. El modelo debió dejarse de lado porque se parecía al de Paraguay, que había inscrito sus colores antes que nosotros. Tras varios experimentos con polos blancos [ver recuadro], la forma definitiva apareció en los mencionados Juegos Olímpicos del 36. Pudo ser una moda fugaz más, pero tres años después llegaría su consagración cuando ganamos la Copa América 1939, vistiendo la banda roja. La camiseta se volvió ‘campeona’ y desde entonces su diseño, como concepto, ha permanecido inalterable, con leves retoques para adaptarlo a las épocas. (Por Óscar García)

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