Queda mal hablar de separaciones y divorcios en estas fechas de exaltación familiar, pero la culpa es de Noah Baumbach, el neoyorquino que escribió el guion y dirigió la exitosa y tristísima Historia de un matrimonio, el estreno más reciente de Netflix. Una película que podría catalogarse apta para todos. Todos los solteros.
Inspirada en el divorcio del propio Baumbach de la actriz Jennifer Jason Leigh en 2010, el drama ya ha cosechado en pocas semanas siete premios, seis nominaciones a los Globos de Oro y el beneplácito casi unánime de los espectadores. Desde luego, no faltan las críticas.
Así, mientras para la mayoría la historia de Charlie y Nicole –interpretados por Adam Driver y Scarlett Johansson– es soberbia y desoladora, hay quienes la encuentran pretenciosa y melodramática. En una encuesta personal hecha en los últimos días, noté que la película despierta menos entusiasmo entre aquellos amigos y conocidos que han vivido ya una separación, y que perciben cierta ligereza en el tratamiento de Baumbach. Aunque hay escenas duras (esa donde Charlie y Nicole se arrancan los ojos y vomitan verdades de las que luego se arrepienten entre lágrimas o aquella tan incómoda que transcurre en tribunales), es verdad que no estamos ante un relato plagado de muertos y heridos. Hay damnificados, pero no barbarie. No tiene que haberla para que el dolor se sienta real. Por momentos, Baumbach incluso recurre a la ironía para tratar de suavizar la desdicha de los protagonistas, ambos artistas, con un hijo en común, que de la mano de psicólogos, abogados y parientes, buscan responder cuándo empezó a desmoronarse su vínculo, cuándo dejaron de ser ellos mismos para tratar de contentar al otro, o si basta con quererse para mantenerse juntos, vamos, las viejas preguntas que se hacen los seres humanos desde que el mundo es mundo y que el cine ha intentado resolver en anteriores ocasiones.
Es inevitable ver Historia de un matrimonio y no pensar un poco en la dura Kramer versus Kramer (1979), donde Dustin Hoffman y Meryl Streep encarnan a Ted y Joanna, una pareja de esposos, padres de un niño, quienes tras ocho años de relación acuden donde un juez para que dirima quién debe custodiar al hijo.
Pienso, asimismo, en el colapso matrimonial de la estupenda Shoot the Moon (1982), donde Albert Finney y Diane Keaton dan vida a dos esposos que descubren, cuatro hijos más tarde, lo insulso que resulta seguir como están. “Nunca fui adecuada para ti, ¿verdad?”, le dice Keaton una noche, en la cama, “es como si cantara toda la canción, pero sin saber la letra”.
Más dramática, y más convincente, es la iraní Nader y Simin, una separación (2011). Ahí tenemos a una pareja enfrentada por su visión del futuro, una dubitativa hija de once años, un abuelo con Alzheimer, una trabajadora del hogar que sufre un aborto, un conflicto ético tras otro, y siempre la presencia infaltable de un funcionario público ventilando pellejerías domésticas ajenas. Quizá esa sea mi película favorita de este tradicional subgénero de “deterioro matrimonial”, que tiene títulos tan encomiables como Divorcio a la italiana (1961), Maridos y esposas (1992) y hasta Blue Valentine (2010). Con tonos distintos, estas películas ponen el dedo en la misma llaga.
Eso sí, la indiscutible madre de todas ellas es Secretos de un matrimonio, también llamada Escenas de la vida conyugal, la serie de seis capítulos que Ingmar Bergman estrenó en la televisión sueca en 1973 y convirtió luego en filme. Ahí conocemos a Marianne y Johan, un matrimonio convencional, aparentemente estable, que poco a poco va disolviéndose en rutinas predecibles hasta convertirse en una relación decrépita, atacada por las dudas, la traición, los odios y la consiguiente ruptura de aquello que en su día pareció incorruptible.
Uno sale de estas películas con cierta desesperanzada, resignado a la idea de que todo matrimonio o convivencia supone desgaste, y de que el amor irremediablemente se difumina a cambio de una vida hecha de costumbres, silencios y duplicidades. Quizá, pienso, se trata de salvaguardar hábitos como la amistad, el humor, la tolerancia y de tener unas ambiciones más o menos razonables. Quedémonos con esto que dice el personaje de Johan en la película de Bergman: “Requiere cierta técnica estar contento con la vida que uno lleva”. //