Ni cebiche ni pisco sour. El primer recuerdo sobre el Perú que rescata Carlos López (71), el violinista de bigotes largos y cabellos locos en Les Luthiers, es una caminata surreal por el centro de Lima en completa oscuridad. Era diciembre de 1982 y la primera vez que los argentinos pisaban el país, para dar cuatro funciones de su show "Mastropiero que nunca" en el Teatro Municipal. En la tercera fecha ocurrió algo extraño. “Ese día Sendero Luminoso nos dejó sin luz. No había en Lima. Tuvimos que parar la función y regresar a pie al hotel, a tientas por unas calles que no conocíamos”. A su lado, Marcos Mundstock (75), el luthier con voz de barítono y calva temprana, menea la cabeza, como confirmando la historia, y la remata con una salida digna de un sketch: “Muy poco luminoso ese sendero”.
Por cincuenta años Les Luthiers ha hecho de la polisemia y de otros felices caprichos lingüísticos una forma justa de ganarse el pan. Treinta y cinco años después de su primera visita al Perú, y doce años desde la última, el grupo recibe a Somos en Mendoza. Quedan los fundadores Mundstock, López y Jorge Maronna (70), el luthier callado, de una gestualidad distraída que recuerda a Stan Laurel, del Gordo y el Flaco. A la hora de la foto, todos saben a qué público se dirigen: no dicen “cheese” al sonreír, sino “cebicheeee”.
- Cincuenta años es cinco veces lo que dura un matrimonio hoy. ¿Cómo se aguanta tanto?
Carlos López: Nunca lo supimos bien. Tuvimos de pronto en manos un éxito que no esperábamos. El grupo se volvió una especie de hijo que podíamos hacerlo crecer y que iba a permanecer en el tiempo mientras estuviéramos juntos. E hicimos terapia también, para mejorar la relación.
- Eso suena a un matrimonio.
Maronna: Yo diría un patrimonio, mejor. (risas)
López: Somos como hermanos que tienen una empresa y que a veces pelean.
- Los psicoanalistas creen que el matrimonio es una institución neurótica, en donde los individuos luego se quieren sacar los pelos.
Mundstock: El tema de arrancarse los pelos lo tengo resuelto hace tiempo [se acaricia la calva]. Ya puedo pelearme con ellos sin ningún peligro.
Jorge: [A Marcos] Fuiste uno de los peores damnificados del matrimonio. (risas)
No bromean Les Luthiers cuando dicen que hicieron terapia. Su psicoanalista se llamaba Fernando Ulloa y los acompañó durante años. Con él aprendieron a sortear los inconvenientes de la rutina y, sobre todo, la virtud de la tolerancia en un grupo con más de cinco cabezas creativas defendiendo sus ideas quizá con demasiado ímpetu. Les dio también solidez para enfrentar pruebas difíciles, como la partida de Daniel Rabinovich, acaso el luthier más querido por el público por su incansable vocación de hacerse el gracioso, fallecido en 2015.
Poco antes de partir, Rabinovich les había contado una idea. Hacer clones de Les Luthiers, como una suerte de franquicia y que así este viva por siempre. Era su forma de procesar su propia despedida de un grupo al que le había dedicado 48 años de su vida. “Quizá algún día lo hagamos”, anota Mundstock. Cuenta que en España vio a un conjunto que representaba sketchs de Monty Python, el famoso grupo humorístico británico. “Nosotros tenemos más de 200 obras musicales. Lo voy a decir con toda inmodestia: son escenas clásicas. Yo sueño con que algún día estas se representen por otros”, admite.
El juego de ser grandes
En francés un luthier es una persona que construye instrumentos musicales. Ellos se conocieron en los años 60, cuando eran estudiantes en Buenos Aires y formaban parte de distintos coros universitarios. En los descansos solían contarse chistes y así se produjo el maridaje de música y humor. Se bautizaron como Les Luthiers cuando conocieron a Gerardo Masana, creador del conjunto y fallecido en 1973, quien empezó con la costumbre de crear sus propios instrumentos. Con tubos de cartón fabricó una especie de tuba a la que llamó bass-pipe a vara, tan grande que necesita de ruedas para desplazarse y que el grupo aún hoy sigue usando.
El matrimonio Les Luthiers ya ha producido algunos hijos, bromean durante la entrevista. Se refieren a los nuevos integrantes del grupo, el menor de ellos de 35 años, que se han sumado este año a la formación oficial tras la baja histórica de Carlos Núñez (75), otro fundador que se retira este mes a disfrutar una merecida jubilación. Pese a los achaques naturales de la edad, el resto dice que no se cansa de salir de gira. Pero para ello es necesaria sangre joven que sirva de apoyo. Tato Turano, Martín O’Connor y Tomás Mayer formaron parte de ‘la banca’ del conjunto en algún momento. Fueron músicos y actores cuya función era acompañarlos de gira y reemplazarlos si es que a los miembros originales les daba una afonía imprevista. Este año dos de ellos han sido incorporados como oficiales.
“Somos como los hijos malcriados de la vejez”, anota O’Connor, quien igual que todos se asombra de la vitalidad de los miembros más antiguos. “En el escenario tú ves a adolescentes jugando. Es como si se quitaran la edad y se pusieran a jugar. Eso empareja todas las diferencias de edad que hay entre nosotros: somos como unos niños”.
Cosecha lo sembrado
Alguna vez intentaron hacer un trasvase al inglés. El show que presentaron en el Lincoln Center, de Nueva York, en 1980 no se repitió: su humor está tan anclado a los juegos de palabras en castellano que es intraducible. Quedó como uno de los sinsabores del grupo, casi tanto como tentar una carrera en el cine, como sus admirados Monty Python. Nunca pudieron llevarlo a cabo porque se resistían a dejar el control creativo en manos de un director.
Lo que más sobra en su historia, no obstante, son alegrías. La última: ganar este año el Princesa de Asturias, un honor que ellos acariciaban largamente.
Fue para poder recoger el premio a España que tuvieron que modificar su visita al Perú, prevista originalmente para octubre y hoy cambiada para el 2, 3 y 4 de noviembre, en el auditorio del Pentagonito. La tercera fecha recién se ha abierto. “Siempre lo quisimos, con sinceridad, pero no nos creíamos candidatos posibles. Nos postularon más de diez veces. Y un día me llaman y me dan la noticia. Es de no creer, como que en un minuto pasas de payaso a referente de la cultura de la humanidad”, dice Carlos López, con emoción. El jurado dijo en su fallo que los argentinos eran “un espejo crítico y un referente de libertad”. La pregunta es si el grupo entiende a qué se refieren con esas palabras. López se adelanta a contestar con una sonrisa gigante antes de soltar la carcajada. “No, no me importa, igual quedan muy bien”.