Es de noche, pero aquí adentro brilla el sol, el Circo del Sol. Y brilla ella, Miranda, que no mide más de 1,50 m, pero obliga al público, más de 500 brasileños y turistas, sala llena, a mirarla como la gigante que es.
Es uno de los últimos actos de Amaluna, el encuentro de Miranda con Romeo, el hombre del que está enamorada, el niño por el que ella vive, el espejo en el que se mira. La barra fija de cinco metros y los dos, abrazados, cortándole la respiración a su público. Romeo, como un gesto desafiante, hace una acrobacia que desafía las leyes de la gravedad: resbala sin frenos desde la barra fija y se detiene a dos, tres centímetros, como una prueba de todo lo que puede ser por el amor.
La gente demora solo unos segundos en aplaudir la magia del Cirque du Soleil en Río de Janeiro. Este espectáculo, Amaluna, que llega a Lima desde el próximo 22 de julio, cumple con el alucinante ejercicio que hace que una compañía como esta cumpla ya 34 años: siempre parece la primera vez.
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