"En tiempos de zozobra social, es muy fácil ignorar o politizar la ciencia". (Ilustración: El Comercio)
"En tiempos de zozobra social, es muy fácil ignorar o politizar la ciencia". (Ilustración: El Comercio)
Elmer Huerta

Algunos recientes sucesos en EE.UU. nos muestran un inquietante enfrentamiento entre la ciencia y la política. Imagine, amable lector, a un presidente asegurando que el gran número de casos de cáncer en su país se debe al exceso de mamografías, Papanicolau y colonoscopías. Por lo tanto, la solución sería dejar de hacer tantas de esas pruebas.

En un reciente mitin de campaña, el presidente Donald Trump dijo que el alto número de casos de COVID-19 en EE.UU. es consecuencia de las muchas pruebas de diagnóstico realizadas, por lo que había pedido a sus funcionarios que hicieran menos exámenes. Para cualquier persona con un mínimo de preparación, esas afirmaciones no tienen ningún sentido, pero para mucha gente sin conocimiento científico elemental, eso es cierto, y aquel que se opone a esa forma de pensar es un enemigo político o –peor incluso– un ser insensible al sufrimiento de un pueblo en plena pandemia.

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Lo mismo sucedió cuando Trump decía, sin evidencia científica alguna, que la gente debía usar hidroxicloroquina para prevenir la infección por el nuevo coronavirus, asegurando que en tiempos de pandemia algo hay que darle a la gente. Cuando el doctor Anthony Fauci, su principal asesor científico y una de las mentes más brillantes en inmunología y enfermedades infecciosas del mundo, defendía los principios básicos de la ciencia, afirmando que no había estudios que soporten esa recomendación y que podía haber efectos secundarios impredecibles, recibió amenazas de muerte, supuestamente por ser un enemigo político.

Tuvieron que pasar varias semanas para que la Administración de Medicamentos y Alimentos de EE.UU. (FDA) le diera la razón al Dr. Fauci y retirase su recomendación del uso compasivo y de emergencia de la hidroxicloroquina, regulando que este fármaco no tiene acción preventiva o curativa para el COVID-19, y no debe ser usada ambulatoriamente.

En el Perú sucede algo parecido con el uso del mencionado medicamento y la . A pesar de no existir evidencia científica alguna que demuestre que puedan prevenir el contagio, o impedir que la infección inicial se complique, su aplicación ha sido avalada por el Ministerio de Salud (Minsa). Miles de personas reciben hidroxicloroquina e ivermectina. Al igual que en EE.UU., los peruanos que tienen algún tipo de preparación académica saben que esa intervención es fútil, pero aquellos que carecen de esta creen que esas medicinas los van a curar, y que si no las tienen a mano, van a sufrir graves consecuencias.

Como Trump, quienes apoyan la distribución de esas medicinas piensan que en tiempos de crisis ‘compasión’ significa darle algo al pueblo, aunque en el intento se atropelle a la ciencia.

Sin duda, este es un buen momento para recordar el método científico que se acepta como fundamental para tener la confianza de que cierto tratamiento médico puede funcionar.

— Jerarquía de evidencia—

No todos los estudios científicos son iguales. Existen los estudios preclínicos, hechos en células aisladas y animales, y los clínicos, realizados en seres humanos.

Un tipo de estudio preclínico es el que se lleva a cabo in vitro; es decir, en células aisladas en el laboratorio. Por trabajos de este tipo es que se ha pensado que la hidroxicloroquina y la ivermectina funcionarían en la prevención del COVID-19. Eso no tiene sentido porque no es frecuente que una sustancia química que funciona en el laboratorio vaya a tener el mismo efecto en un ser humano.

En relación con los estudios clínicos, imaginemos una pirámide y pongamos en ella la jerarquía de evidencia de los diferentes tipos de estudio, empezando en la base, donde colocaremos los trabajos con menor valor de evidencia.

En la base están los editoriales y opiniones de expertos. Aquí caen aquellos en que, sin citar la fuente de estudios específicos, algún especialista opina que cierto tipo de tratamiento puede funcionar. Generalmente, el autor dice: “A mí me parece”, “yo creo que funciona”. Pero es incapaz de mostrar las referencias científicas de sus afirmaciones.

Encima están los reportes de casos. En este nivel, un investigador publica una serie de casos en que afirma que su tratamiento es efectivo. Hasta este nivel ha llegado la ivermectina. La serie de casos puede estar constituida por un puñado, unas decenas, o incluso centenares de ellos. El punto central de este método es que solo estudia a los pacientes que recibieron el tratamiento, no existe un grupo de control, por lo que es imposible saber si sus resultados favorables son consecuencia del azar.

Más arriba se ubican los estudios de casos y controles, en que se analiza a una serie de pacientes que recibieron el tratamiento en cuestión, y se los compara con otros a los que no se les aplicó aquel procedimiento médico. Representan un retrato del problema en cuestión, pero carecen del seguimiento a largo plazo.

Los estudios experimentales randomizados (sorteados) están en la cúspide de la pirámide y son los más avanzados en evidencia. Aquí, los pacientes son sorteados para que reciban, a lo largo del tiempo, el medicamento experimental o un placebo, con el fin de determinar si el primero realmente funciona. A pesar de la urgencia de la pandemia, ya son muchos los estudios randomizados que se llevan a cabo en el mundo.

—Corolario—

En tiempos de zozobra social, es muy fácil ignorar o politizar la ciencia, actitud que no solo causa daño físico y psicológico en la gente, sino también mina la confianza del público en el valor de la ciencia como motor de avance e innovación.

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