El enorme éxodo venezolano ha hecho que el personal de salud abandone su país, lo que agravó la crisis de salud pública. (Foto: Reuters)
El enorme éxodo venezolano ha hecho que el personal de salud abandone su país, lo que agravó la crisis de salud pública. (Foto: Reuters)
Elmer Huerta

nos da un vívido ejemplo de la debacle de un sistema de salud pública. Con seguridad, las escuelas de salud pública tendrán –durante los próximos años– un material muy rico para la enseñanza. El tema de la asignatura será: ¿Cómo desmantelar un sistema de salud pública en menos de diez años?

En primer lugar, es importante recordar que la salud tiene dos ámbitos aparentemente independientes, pero inexorablemente entrelazados: la salud individual y la salud comunitaria o salud pública.




La salud individual se hace diariamente en consultorios médicos y salas de operaciones públicas o privadas. Es la que trata de resolver el problema de salud de un individuo (con cáncer, diabetes o cualquier otro padecimiento) que se presenta en un consultorio médico.

En tanto, la salud pública está determinada por un sistema invisible y bien financiado que evalúa e investiga la frecuencia y distribución de enfermedades en la comunidad, desarrolla políticas de salud basadas en esas investigaciones, diseña programas educativos comunitarios que alertan sobre los factores de riesgo que predisponen a las enfermedades, gestiona los servicios de salud para brindar acceso fácil y al momento, y que, además garantiza la presencia de personal de salud capacitado para resolver los problemas de salud del ciudadano.

Esos dos sistemas de salud están íntimamente relacionados porque la salud individual depende de tener aire y comida limpios; agua potable y sistemas de alcantarillado; seguridad en vecindarios, lugares de trabajo y carreteras; educación de calidad, redes sociales comunitarias, oportunidades económicas y recursos disponibles en los hogares, los barrios y las comunidades; todas ellas parten de un sistema de salud pública funcional.

Cuando el sistema de salud pública de una nación es organizado y eficiente, hay mayor probabilidad de que la salud individual de sus habitantes sea mejor manejada.

Eso es porque cuando un sistema de salud pública funciona, es más probable que los niños estén al día con sus vacunas, que los brotes epidemiológicos se detecten temprano, que los factores de riesgo para el desarrollo de enfermedades infecciosas y crónicas estén controlados, que las calles estén limpias y libres de basura, que las carreteras sean seguras, y que las postas médicas y los hospitales tengan medicinas, equipos y personal eficiente y preparado. En otras palabras, un sistema de salud pública efectivo y funcional es el cimiento invisible sobre el cual reposa la salud del individuo.

Venezuela tenía uno de los sistemas de salud pública más efectivos del continente americano. Empezó a decaer con Hugo Chávez y ha colapsado completamente con Nicolás Maduro.

–Hambre y pobreza–

La Encuesta de Condiciones de Vida en Venezuela (Encovi) del 2018 muestra que la pobreza aumentó de 48% en el 2014 a 87% en el 2017. La misma encuesta del 2017 reveló que el 89% de los hogares venezolanos no tenía suficiente dinero para comprar comida, lo que hizo que el 63% de adultos se saltara una comida, que el 80% de las personas comieran menos y que el 61% se fuera a dormir con hambre. Como consecuencia de esa hambruna, el 64% de los venezolanos bajó 11,4 kilos en el 2017.

–Salud infantil–

En su monitoreo de la situación nutricional en niños menores de 5 años abril-julio 2018, Caritas reportó que el 65% de niños venezolanos tenía ya algún grado de desnutrición. Así, el 13,5% sufría desnutrición moderada y severa, 17,8% presentaba desnutrición leve y 34% estaba en riesgo de desnutrición. En tanto, la mortalidad infantil (número de bebes que mueren antes de 1 año) aumentó 40% entre el 2008 y el 2016.

–Infecciones–

La Organización Panamericana de la Salud declaró libre de sarampión a las Américas en el 2016, pero desde junio del 2017 –por falta de vacunas– se confirmaron 6.500 casos y 76 muertes por sarampión en Venezuela. La contagiosa infección ha sido llevada a países vecinos por los más de tres millones de venezolanos que se han visto obligados a salir de su país. Brasil ha tenido 10.000 casos y 12 muertes. Se han presentado casos en todos los países que recibieron inmigrantes venezolanos, incluido el Perú. Del mismo modo, la malaria, que Venezuela ya había erradicado en 1961, reapareció con furia por la falta de control de los mosquitos. El 2018 cerró con más de medio millón de casos. Asimismo, se ha advertido que otras enfermedades infecciosas (chagas, zika, chikunguña, dengue, etc.) se extenderán sin control.

–Enfermedades crónicas–

Más de 2.000 enfermos de cáncer han muerto por falta de medicamentos de quimioterapia y máquinas de radioterapia, y 400.000 pacientes con diabetes, presión alta y otras enfermedades crónicas no tienen medicinas. Al no haber medicamentos retrovirales para controlar la infección por el VIH, cientos de desesperados venezolanos seropositivos han tenido que emigrar a países vecinos en busca de sus medicinas. En los primeros meses del 2018, el Perú absorbió a su programa de antirretrovirales a 720 venezolanos.

–Éxodo de médicos–

El enorme éxodo venezolano ha hecho que el personal de salud abandone su país, lo que agravó la crisis de salud pública. De los 5.000 candidatos a la licenciatura médica en Chile en diciembre del 2018, 2.300 eran médicos venezolanos.

–Corolario–

A Venezuela le costó décadas construir uno de los sistemas de salud pública más eficientes de América Latina, pero un mesiánico y tiránico líder ha necesitado menos de diez años para desmantelarlo por completo. Lo doloroso es que reconstruirlo tomará muchísimo tiempo.

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