"Los dolores de cabeza son muy interesantes porque sabemos muy poco de ellos. Hace 30 años que trabajo en este ámbito y todavía aprendo algo nuevo cada día".
La frase pertenece a Anne MacGregor, una investigadora médica establecida en Londres líder en el campo de los efectos hormonales en la migraña.
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Y, según la OMS, el dolor de cabeza ha sido subestimado, poco reconocido y poco tratado en todo el mundo.
El dolor funciona como un sistema de advertencia: nos avisa que estamos haciendo algo perjudicial y dañino, y espera una reacción para solucionar el problema.
En ese sentido, el dolor de cabeza no es distinto a los demás. Puede ser más o menos agudo, puede desaparecer con un analgésico u obligarnos a quedarnos a oscuras en la cama si se trata de una migraña, pero el mecanismo es igual.
Sin embargo, si bien el cerebro es el órgano que produce el dolor, es incapaz de sentirlo.
Parece una paradoja, ¿verdad?
El cerebro juega un papel crucial en la sensación de dolor, ya que es el que lo produce.
Dentro de los mecanismos que hacen que el cerebro genere dicho dolor hay un protagonista clave: los nociceptores.
Se trata de unas terminaciones nerviosas que se encuentran en la piel, en las articulaciones y en algunos órganos internos.
Son los receptores del dolor y se encuentran en concentraciones variadas por todo el cuerpo.
Su función es detectar las variaciones físicas, químicas o térmicas que podrían destruir nuestros tejidos.
Los nociceptores tienen un cierto umbral de resistencia al dolor, pero cuando se los somete a estímulos lo suficientemente intensos, envían impulsos hacia la médula espinal y, de ahí, viajan al cerebro.
En ese punto, el cerebro analiza los datos que recibe y, mezclándolos con otros factores (como la experiencia y el aprendizaje), gestiona las señales para ordenar una respuesta o para ignorarlas.
Es decir: decide si produce dolor o no.
Sin embargo, el cerebro en sí no puede sentirlo porque, sencillamente, carece de estos receptores.
La respuesta es que, aunque el cerebro no puede sentir dolor al no tener receptores, las estructuras de su alrededor sí pueden, tal como explica Janet Bultitude, profesora de psicología cognitiva y experimental de la Universidad de Bath, en un artículo para la revista científica The Conversation.
Se trata, por ejemplo, de las meninges, los tejidos nerviosos, los vasos sanguíneos y los músculos del cuello.
La presión o las alteraciones en estas estructuras activan los receptores del dolor, que mandan las señales al cerebro, el encargado de interpretar y experimentar todas nuestras sensaciones corporales.
Bultitude lo explica con dos ejemplos cotidianos.
El primero es el dolor de cabeza que algunas personas sienten tras haber comido helado o algo muy frío. En ese caso, el dolor puede deberse a la alteración del flujo sanguíneo de las venas que se encuentran entre la parte posterior de la garganta y el cerebro.
Respecto al dolor de cabeza que va asociado a la resaca, puede deberse a la deshidratación provocada por el consumo de alcohol, que irrita los vasos sanguíneos de la cabeza.