Cuando Ronald Nabki recibió su título de médico hace poco más de un año, Venezuela arrancaba su confinamiento por la pandemia de coronavirus. Desde entonces no ha parado de trabajar entre los turnos en el hospital y las llamadas que atiende como voluntario en una línea telefónica de asistencia que ahora está desbordada.
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Nabki, de 28 años, es uno de los médicos voluntarios que atiende en Llamadas SOS, una línea de emergencia creada por la facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela (UCV), la más importante del país y de donde él es egresado, para atender a personas que sospechan estar enfermos.
Venezuela atraviesa el peor momento de la pandemia ante la segunda ola que las autoridades califican de “más virulenta” y que vinculan a dos variantes brasileñas.
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Los hospitales y clínicas están desbordados y “el flujo de llamadas por COVID-19 es bastante alto”, dice a BBC Mundo Marledys Machuca, otra de los 18 médicos voluntarios participantes del programa.
“Puedo atender 50, 60, 70 pacientes cada día, y a veces se descontrola”, asegura. “Hay mucho miedo en los pacientes que llaman, piensan que se van a morir o complicar”.
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“La línea está saturada”, confirma Nabki, que ha redoblado turnos porque “es muchísimo trabajo” y no quiere “que las llamadas se pierdan”.
El día que habló con BBC Mundo contestó unas 60 llamadas en cinco horas a través de un mecanismo que las desvía a su celular.
“Y hubiesen sido más… El problema es la conexión telefónica” de personas que llaman desde la provincia, donde existen fallas de comunicación, agrega.
“No hay cupo”
Mucho pacientes no acuden al hospital por el colapso y por el temor a empeorar con otros casos, así que las llamadas se han convertido en una posible solución en busca de ayuda y consejo.
Venezuela suma más de 1.900 muertes y más de 183.000 casos, según reportes del gobierno del presidente Nicolás Maduro que ONGs cuestionan por considerar que existe un elevado subregistro por falta de pruebas.
Maduro ha pedido a las personas que al menor síntoma vayan “inmediatamente” al hospital.
“No querer atención médica directa es un error y se paga caro”, cuestionó recientemente. “Llegan casi a morirse a los centros de salud, se atienden en casa y se complican por no ir inmediatamente a los centros”.
Pero encontrar una cama en un hospital público, e inclusive en una clínica privada, con precios muchas veces impagables, es cada vez más difícil.
Las redes sociales se han llenado de campañas de GoFundMe para pedir ayuda económica para financiar tratamientos y estancias hospitalarias.
Y SOS Llamadas se convierte para muchos en casi la única opción.
Según constató BBC Mundo, es muy difícil comunicarse con las dos líneas abiertas por el ministerio de Salud. Cuando atienden, el consejo en Caracas es acudir al Poliedro, un recinto de espectáculos donde se ha instalado un gran centro de atención de pacientes.
En marzo, el programa de la UCV recibió 7.148 llamadas, más de las que recibieron en diciembre, enero y febrero juntos, según sus propios registros.
“Es muy frecuente que llamen personas que han recorrido hospitales sin recibir atención”, dice la doctora Marledys Machuca.
¿Qué le dice a quien llama con un caso que sabe que requiere hospitalización?
“Es imposible saber qué hospital tiene cupo (plazas) en ese momento. Uno por lo general le indica los centros de salud cercanos a su domicilio”, responde Machuca.
“El problema, como yo trabajo en hospitales, es que sé que no hay cupo, no hay cupo para nada”, señala por su parte el doctor Nabki, que atiende pacientes por teléfono en cualquier descanso de su turno.
“Yo lo que les digo es que es una suerte que uno vaya a un hospital o a una clínica y en ese momento hayan dado de alta a un paciente y esté la habitación libre, desocupada en ese momento”.
“No es como que yo pueda decirle: ‘Mire, señor, váyase a ese hospital que lo van a ingresar’. Es mentira, no existe un registro ni nada para que eso pueda pasar así, lastimosamente”.
Causa de muerte: ¿covid?
Venezuela atraviesa una severa crisis económica y sus hospitales por lo general llevan años sin el financiamiento necesario y con sus médicos subpagados. Muchos de ellos ejercen ahora en otros países de la región.
“No estamos para nada dotados, nos toca reusar batas, tapabocas… Lamentablemente no hay suficiente”, dice a BBC Mundo Carlos Pérez, 29 años, médico internista e infectólogo de dos hospitales públicos venezolanos.
“Cada vez que se desocupa una cama, otro paciente entra”, comenta. “Estamos colapsados”.
Pérez destaca la lentitud con la que se procesan pruebas de diagnóstico PCR en el sector público. “Hemos tenido casos de pacientes que se hospitalizan, egresan y todavía no hay reporte del resultado de la prueba covid del paciente, y eso influye en la cantidad de casos reportados”.
Y añade: “Si un paciente no tiene una prueba PCR que haya confirmado el diagnóstico y muere, ese paciente no falleció por covid así tenga todos los síntomas, y es ilegal incluso llenar un certificado de defunción que indique covid”.
Otras personas que no entran en las estadísticas son los pacientes que se atienden en casa, muy común ante el colapso de los hospitales.
Wildejohn Azuaje, reportero gráfico, optó por ejemplo por “recibir la atención por videollamada” y no ir al hospital.
Se aisló en su casa con su hijo y esposa que tiene síntomas del virus. “Estoy preocupado, pero respiramos bien. Tengo a mi hijo encerrado en su cuartico, a mi esposa en el nuestro, cada uno en un cuarto encerrado”.
Gabriela Achela dice que convirtió la habitación de su abuela “en una habitación de hospital” tras tratar de ingresarla sin éxito en varios centros.
Visitó hasta ocho hospitales y clínicas y “la respuesta ha sido que no tienen espacio para recibir a más pacientes con covid”, dice a BBC Mundo la joven de 28 años en la fila para recargar los cilindros de oxígeno que requiere su abuela, de 77 años.
Cada recarga cuesta US$30 y a la anciana “eso le puede durar unas ocho horas”, por lo que Achela tiene que ir dos veces al día.
“Nunca se había visto tanta gente aquí, tanta cola, gente desesperada”, comenta Carlos Rodríguez, encargado de una distribuidora de oxígeno en el oeste de Caracas y que atiende sin parar a personas que amanecen en la acera del local.
Por la alta demanda, “ahorita no hay venta de bombonas ni hay alquiler, lo que hacemos es recargar”, agrega Rodríguez, que tiene dos meses trabajando doble turno y sin descanso.
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