Atrevida era un ejemplar conocido para los científicos que estudian los desplazamientos, comportamientos y hábitos de las ballenas francas australes (Eubalaena australis). En 2008, Atrevida fue avistada por primera vez y desde entonces siempre integró el grupo de ballenas que, habitualmente, visita los golfos que rodean la Península de Valdés, en el centro de la Patagonia argentina, donde estos gigantescos cetáceos de unos 15 metros de largo y casi 50 toneladas de peso tienen una de sus principales áreas de reproducción y cría.
En 2015, un año después de haberse puesto en marcha el proyecto ‘Siguiendo Ballenas’, iniciativa impulsada por la Comisión Ballenera Internacional (IWC, por sus siglas en inglés), Atrevida fue “marcada”, es decir, se le instaló un transmisor satelital que permitió conocer, durante casi cuatro meses, sus movimientos migratorios.
Seis años después, en 2021, durante la campaña de registro y marcado de ejemplares, el equipo del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB) de Argentina avistó una hembra acompañada de una cría; decidieron bautizarla Antares e incorporarla al programa de seguimiento satelital. La sorpresa llegó más tarde cuando los encargados de realizar la identificación fotográfica de cada ejemplar que se divisa en la zona fueron a mirar sus archivos y comprobaron que Antares era en realidad Atrevida.
“Las callosidades que las ballenas francas poseen en sus cabezas funcionan como las huellas dactilares de las personas. Son áreas de piel engrosada que están cubiertas de unos crustáceos blanquecinos llamados “ciámidos” y el patrón es único en cada animal, lo que permite identificarlos individualmente”, explica Mariano Sironi, biólogo, cofundador y director científico del ICB. Y fueron esos patrones, justamente, los que confirmaron que Antares y Atrevida eran el mismo animal.
La coincidencia es un hallazgo único puesto que, por primera vez, el viaje de una ballena franca podía ser estudiado en dos temporadas o etapas distintas —en el 2015 cuando la marcaron y la que comenzó en septiembre del año pasado y continúa vigente— con el especial agregado de que eran dos momentos muy distintos de su existencia: uno con cría y otro sin ella. La comparación de ambos periplos mostró recorridos bien diferenciados, lo que abre un amplio espectro de conocimientos sobre los patrones de conducta de una especie de la que todavía hoy poco se sabe.
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Al borde de la extinción
Las grandes matanzas de caza de los siglos XVIII y XIX llevaron a la ballena franca austral al borde mismo de la extinción. Fue por eso que en los años 30 del siglo pasado la IWC prohibió su captura, “aunque algunos países como la Unión Soviética continuaron efectuándola hasta la década del setenta”, recuerda Guillermo Harris, conservacionista senior de Wildlife Conservation Society (WCS) Argentina. Desde entonces, la recuperación ha sido constante. “El ritmo [de crecimiento de la población] se ha mantenido mucho tiempo en un 7 % anual. Esto significa que si no hay mortandades, la población se duplica en diez años”, acota Harris.
Sumado a la prohibición de cazarlas, contar con espacios protegidos en Península de Valdés y los golfos ha propiciado la mejoría de estos animales, asegura el experto, y recientemente la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) disminuyó el nivel de riesgo para la especie que pasó de ser considerada Vulnerable a Menor Preocupación. Según Mariano Sironi, “hoy puede haber unos 6000 individuos”, pero Alexandre Zerbini, biólogo marino brasileño asentado en Estados Unidos y coordinador del proyecto ‘Siguiendo Ballenas’ no se confía: “El número de ballenas ha aumentado bastante, pero las actuales amenazas como las colisiones con barcos, el enmalle en artefactos de pesca o la explotación offshore de hidrocarburos pueden reducir el crecimiento”, indica.
El artículo original fue publicado por Rodolfo Chisleanschi en Mongabay Latam Puedes revisarlo aquí.
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