Mientras Edwin Paqui Barbosa camina por la playa El Bujeo, en el borde del río Caquetá, observa un rastro de pequeñas huellas redondas que sigue por unos metros hasta encontrar un círculo en la arena de apenas 4.2 centímetros de diámetro. Se agacha, hace un hueco en la tierra y de allí saca unos huevos ovalados. El joven cacique del resguardo indígena Nonuya de Villazul, ubicado en Puerto Santander, un municipio del departamento del Amazonas, en Colombia, reconoce que son huevos de tortugas charapas. “Los huevos de las taricayas son más redondos y pequeños”, explica la diferencia. Hace seis años las dos comunidades de su resguardo trabajan en la protección de ambas especies de tortugas terrestres.
Para los nonuyas, las tortugas charapas (Podocnemis expansa) y taricayas (Podocnemis unifilis) se originaron en el Chorro de Araracuara (arara: guacamaya, cuara: nido), un turbulento raudal generado en un mítico cañón de 80 metros de altura y seis kilómetros de largo. La madre del sol y la luna creó a ambas especies, a las primeras les puso frutos de lulo grande y a las segundas frutos de lulo pequeño y las adornó con algodón. Ambas viajaron sin vida y forma hasta llegar a la bocana. “Allá el abuelo espiritual les dio vida y forma, distribuyéndolas por todos los ríos”, relatan los indígenas en una cartilla publicada en 2022 por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Colombia, con el propósito de preservar lingüística y culturalmente a los pueblos indígenas.
En el mismo documento denominado ‘Conociendo nuestro territorio, lo cuidamos’, se narra que desde comienzos del siglo XX comenzó la comercialización de las charapas, primero para extracción de aceite para consumo humano con destino a Brasil, y luego para consumo interno, por lo que la población empezó a reducirse y entonces, en los años ochenta las comunidades indígenas decidieron trabajar en su cuidado. El resguardo Nonuya de Villazul —reconocido desde 1988 por el gobierno colombiano— inició la protección y reproducción de las taricayas y charapas en 2017.
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza clasifica a las charapas (Podocnemis expansa) en la categoría de Preocupación Menor pero dependiente de la conservación, mientras que la taricaya (Podocnemis unifilis) está en estado Vulnerable. Ambas han disminuido drásticamente su población debido a los depredadores naturales y, principalmente, a los humanos. Estas tortugas pertenecen a la familia Podocnemididae que viven en los grandes ríos y lagos de la Amazonía.
Ana Lucía Bermúdez, bióloga de la Sociedad Zoológica de Frankfurt, explica a Mongabay Latam que las dos especies son fundamentales para generar un equilibrio ecológico. “Los huevos de las tortugas son ricos en proteínas y otros nutrientes. De los 100 huevos que ponen las charapas en un desove, solo una llegará a vida adulta, las demás morirán para fortalecer la cadena biológica”.
Cuidar y liberar a las charapas y taricayas
El abuelo Fernando Paqui junto a su familia muinane, llegó al bajo Caquetá en 1972. Con los años vio que el territorio era vasto e invitó a los nonuya a ser parte de la comunidad. “Entre los muinane y los nonuya compartimos tradiciones, somos de la misma familia [lingüística uitoto], nos entendemos”, dice el cacique Edwin Paqui, nieto del fundador.
Este trabajo comunitario entre los muinane y los nonuya se mantiene hasta hoy. Las 23 familias del resguardo trabajan juntas en la vigilancia de los nidos de las charapas y taricayas. Se turnan cada 22 días para permanecer en las playas El Bujeo y Tamanco. Para ello, en ambos lugares se han instalado campamentos con alimentos y espacios de descanso.
Ese trabajo nacido de la comunidad se convirtió en el inicio de un posterior seguimiento científico de las tortugas en el área. En 2017, el resguardo inició el monitoreo de estos reptiles con la Sociedad Zoológica de Frankfurt (FZS), gracias a que fueron parte del Plan Charapa, un programa del Gobierno con el Parque Nacional Natural Cahuinarí y la Fundación Natura, llamado “Parques en peligro” y que buscaba la protección de las tortugas basándose en cinco componentes: protección, monitoreo, manejo, capacitación e investigación.
“Al inicio del proyecto eran pocas las familias que participaban, luego vimos que trabajar en el cuidado de las charapas generaba una economía rotativa en las comunidades, por lo que decidimos continuar con el apoyo de otras organizaciones”, comenta el cacique Edwin Paqui.
El resguardo firmó un compromiso de conservación con FZS y en su primer trabajo de monitoreo, de octubre del 2017 a marzo del 2018, identificaron 85 nidos de charapa y taricaya en las playas El Bujeo y Tamaco, que se encuentran a una hora de las comunidades de Nonuya y Villazul.
Trabajo coordinado
Los indígenas aprendieron la metodología de trabajo: identificación de nidos, contabilización, protección, nacimiento, crianza y liberación. Para evitar la depredación de las tortugas por las aves al momento de la eclosión, los huevos son puestos en una red y así, cuando los reptiles nacen, son fáciles de llevar a una playa artificial. Durante tres meses, hasta que su caparazón se fortalezca, son alimentados y cuidados por el resguardo, para luego ser liberados en el río Caquetá.
Durante los primeros tres años de trabajo, la cantidad de nidos variaba entre 80 y 85 con un aproximado de 80 tortugas hembras cada año, pero desde el 2019 la cifra de nidos se ha duplicado. “El incremento lo atribuimos a la presencia de las familias [indígenas] en las playas, principalmente en época de aguas altas [de abril a agosto] donde la caza de la charapa es fuerte. Su sola presencia ha frenado la actividad ilegal. Además, los indígenas han mejorado en el registro de la información”, explicó Ana Lucía Bermúdez, coordinadora de la iniciativa de conservación de la Sociedad Zoológica de Frankfurt.
La bióloga aseguró que no se puede calcular la cantidad exacta de tortugas que nacen debido a las posturas masivas, que es la acumulación de huevos de diversas hembras en una misma poza. Sin embargo, el incremento de la cantidad de nidos muestra el progreso de la comunidad a pesar de que en la zona hay minería ilegal que contamina el río y espanta a las charapas. “Con la estrategia vemos que la charapa está volviendo a desovar en las playas del resguardo porque las familias aplican la gobernanza del territorio al tener el control de la caza y pesca en la zona”, agregó la bióloga.
Los datos del resguardo son parte de una estrategia integral de conservación de las taricayas y charapas en la cuenca media y baja del río Caquetá que realiza la Sociedad Zoológica de Frankfurt. Ese trabajo inició en 2014 con el Parque Nacional Natural Cahuinarí, luego se sumó el Resguardo Indígena Nonuya Villazul en 2017 y, finalmente, el Resguardo Indígena Curare los Ingleses se integró a la labor de conservación en el 2018.
“Para la estrategia es muy importante cubrir todo el corredor biológico de la charapa, que va desde el Chorro de Araracuara en Colombia hasta el Chorro de Córdova en Brasil, lugar donde existe una gran depredación y la tortuga tiene una baja población”, anota Bermúdez. Durante los nueve años de la estrategia en el medio y bajo Caquetá se han registrado 31 472 nidos de tortugas, entre charapas y taricayas.
Si bien las cifras son alentadoras, el resguardo Nonuya Villazul aprendió también de las pérdidas. En 2019, las comunidades registraron 83 nidos de tortugas, pero la inundación de las playas ocasionó que no se cumpliera el período de incubación de 60 días de los huevos bajo el sol. Arturo Vargas, monitor del proyecto, recuerda que cuando la familia encargada avisó que el agua estaba subiendo, todos corrieron a salvar los huevos, pero fue imposible recuperarlos porque el agua ya los había cubierto, por lo que tuvieron que comérselos.
La experiencia sirvió para que la comunidad trabajara en la implementación de una playa artificial, donde ahora colocan los huevos recolectados y así evaden el peligro de una inundación. Para el cuidado de los huevos, cada familia acude a las playas que están a una hora de su comunidad, por 22 días. “Todos los días, la familia encargada recorre la playa asignada para revisar si hubo algún incidente una noche antes. De tener un incidente, reporta inmediatamente a la comunidad más cercana para recibir refuerzos”, explica Vargas.
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En el último registro, hasta septiembre de 2022, el resguardo contabilizó 166 nidos de taricayas y charapas, un 200 % más que en 2017 cuando iniciaron el proyecto de protección de las tortugas.
El reto de un zona de manejo especial
El Resguardo Indígena Nonuya Villazul tiene una extensión de 66 440 hectáreas en el bajo Caquetá, en el centro de la Amazonía colombiana, a una hora y media de la localidad de Araracuara. El territorio de los muinane y nonuya fue afectado por la minería ilegal que se desarrollaba en la cabecera del río Caquetá durante los años noventa, lo que agravó la situación de la charapa por la contaminación del río y la pérdida de bosque. Fue un poco después de esto que las comunidades retomaron su proyecto de cuidado de las tortugas.
Esta experiencia de conservación sirvió como base para que el resguardo propusiera el establecimiento de una Zona de Manejo Especial al programa “Visión Amazonía” del Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible del gobierno colombiano, que busca reducir la deforestación en esta región. Su nombre ‘El Engaño-Tintín’ tiene como límites las quebradas Juumii y la bocana de la quebrada Jikimii.
Desde finales de 2020, alrededor de la zona de manejo especial propuesta, la comunidad continuó con el programa de preservación de las tortugas pero incluyeron la caracterización cultural y biológica de la zona que resguarda los principales sitios de anidación.
El proyecto determinó que una tercera parte del territorio de los muinane y nonuyas (261 000 hectáreas) serían dedicadas a protección de la biodiversidad y los recursos naturales, evitando la caza y la pesca en el área. Además, también se propuso fortalecer la cultura y lingüística a través de la recopilación de narraciones orales.
Las familias realizaron un inventario donde identificaron 236 especies de plantas de importancia cultural y nutricional y 53 animales en riesgo de extinción según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). “Luego del inventario de especies y el reconocimiento de nuestra historia estamos en búsqueda de financiamiento para iniciar la protección de especies como el jaguar y otras que creíamos desaparecidas y no es así”, explicó Edwin Paqui, uno de los caciques del resguardo.
“Sueño que cuando mi hija crezca pueda ver una comunidad organizada y, principalmente, con bosque y muchos animales, que vea una playa repleta de charapas”, dice el curaca (cacique o líder) de la comunidad Villazul Edwin Paqui, quien reconoce a la especie como un animal sagrado, que sirve para conectar este mundo y el de los abuelos espirituales, quienes les dieron vida a las charapas y taricayas y los distribuyeron por todos los ríos.
Imagen principal: La charapa es una tortuga terrestre que habita en los ríos del Amazonas. Hace parte de la cadena trófica de otros animales y cumple funciones ecológicas importantes para mantener el equilibrio de los ecosistemas acuático. Hoy está está dentro de la categoría vulnerable, dependiente de la conservación. Foto: Cortesía FZS Colombia.
El artículo original fue publicado por Geraldine Santos en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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