“Aquí todavía llueve”, dice Emeterio Hernández Cano, presidente del Comisariado Ejidal de San Francisco, al comenzar el recorrido por La Fabriquita, un bosque de pinos y encinos que se extiende a lo largo de unas 500 hectáreas. En 2007, los campesinos de esta comunidad decidieron destinar a la conservación el bosque para asegurarse que el manantial Las Cazuelas no se seque.
Este manantial hoy dota de agua potable a unos 14 mil habitantes de ocho pueblos del municipio de Tecoanapa, en la región de la Costa Chica de Guerrero, al sur de México.
En La Fabriquita, la alfombra de hojas que cubre el suelo está húmeda y la tierra, resbalosa. No es temporada de lluvias, pero ayer llovió y, probablemente, hoy lloverá de nuevo. Un racimo de nubes cubre la parte alta del bosque.
“Esos de hasta arriba son ocotes”, dice Emeterio Hernández al señalar el lugar donde se amontonan las nubes. En el recorrido por el bosque también participan el presidente del Consejo de Vigilancia de San Francisco, Heriberto Cirilo Ramírez, y el profesor universitario, Procoro Valente Gil, asesor del Consejo de Autoridades de los Cinco Pueblos Bajos de Tecoanapa.
San Francisco es un pueblo de la Costa Chica de Guerrero en el que no hay palmas de coco ni árboles de mango, característicos de las costas. Y no los hay, porque esta comunidad se encuentra a 489 metros sobre el nivel del mar. El área forestal que los ejidatarios decidieron destinar a la conservación tiene otra altitud: la parte baja está a 700 metros y, la más alta, a 1100 metros sobre el nivel del mar. La Fabriquita es un bosque de encino, pinos y ocotes, un ecosistema de zonas montañosas, donde también se pueden encontrar varias especies de orquídeas, entre ellas la vainilla.
La historia de cómo 320 ejidatarios decidieron declarar reserva ecológica 536 hectáreas, de las 1995 que tiene el ejido, está ligada a una lucha por el agua que iniciaron cinco pueblos de Tecoanapa hace 18 años.
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2003: la lucha por el agua
A principios del 2000, los habitantes de Tecoanapa —la cabecera municipal y la población más grande del municipio— comenzaron a descargar sus aguas negras en el río Tecoanapa, un afluente que utilizaban los habitantes de los pueblos Barrio Nuevo, El Carrizo, Mecatepec, Tepintepec y El Guayabo.
Jaime Gallardo Morales, entonces comisario de Barrio Nuevo, recuerda que la gente de esas comunidades usaba el agua del río para lavar, bañarse e incluso para beber. Los pobladores comenzaron a tener enfermedades estomacales y de la piel. En 2003, asegura, los convenció de gestionar la construcción de un sistema de agua. Ese año, los habitantes afectados por la descarga de las aguas negras formaron el Consejo de Autoridades de los Cinco Pueblos Bajos de Tecoanapa.
Fue hasta tres años después, en 2006, cuando se aprobó el proyecto Sistema Múltiple de Agua Potable Las Cazuelas —con 24 millones de pesos aportados por los gobiernos federal, estatal y municipal— para llevar el agua a ocho pueblos, los cinco que iniciaron el movimiento, además de Tecuantepec, Bella Vista y Tecoanapa, población que ya se abastecía de esa fuente.
Cuando se aprobó el proyecto comenzó un conflicto entre los habitantes de los cinco pueblos y la gente de Tecoanapa, quienes argumentaban que el agua no sería suficiente para todos, que el manantial se agotaría.
“Pero la gente de San Francisco tenía años haciendo tareas de conservación en su ejido para cuidar el agua”, resalta Valente Gil. El asesor del Consejo de Autoridades de los Cinco Pueblos Bajos de Tecoanapa también recuerda que los habitantes de Tecoanapa habían conectado sus tuberías al manantial Las Cazuelas, sin pedir permiso a los de San Francisco. “Cuando lo hicieron el agua comenzó a disminuir y a varias personas se le empezaron a secar árboles de limón o sus plantas de jamaica, porque el agua comenzó a escasear”.
Valente Gil menciona que los habitantes de mayor edad de San Francisco convocaron al resto de la población para hacer algo y mantener con vida al manantial. El acuerdo al que llegaron fue destinar la parte alta del ejido a tareas de conservación.
El comisariado ejidal de San Francisco, Emeterio Hernández, recuerda que para la comunidad tomar la decisión no fue fácil. “Se llevaron a cabo tres asambleas en las que se habló de los pros y los contras, hasta que se votó, y ganó la idea de que debíamos dejar una parte (del territorio comunitario) para conservar el manantial”.
Mientras los habitantes de San Francisco lograron el acuerdo, los pobladores de Tecoanapa y de los cinco pueblos se enfrentaron varias veces con piedras y palos. El 17 de marzo del 2011, la confrontación escaló de nivel. Después de varios meses de interrupción de los trabajos del sistema, habitantes de los cinco pueblos llegaron al manantial a terminar la obra. Hubo varios heridos de ambos lados.
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Ceder tierras para un bien común
Las nubes sobre la reserva La Fabriquita amenazan con desplomarse en cualquier momento. A ratos, el sol se oculta por completo. A veces, los rayos de luz se filtran en forma horizontal por los resquicios de los encinos cargados de la vegetación perenne que se trepa entre sus ramas en la época lluviosa.
Durante el recorrido por el lugar, Emeterio Hernández, Cirilo Ramírez y Valente Gil cuentan que mantener la reserva ecológica ha sido difícil, sobre todo porque casi la mitad de los ejidatarios cedieron parte de sus tierras para formar el área de conservación, lo que implica que dejaron de sembrar y meter ganado.
Además, los 320 ejidatarios decidieron que La Fabriquita fuera una zona en la que no se haría ningún tipo de aprovechamiento forestal. Emeterio Hernández dice que la gente de San Francisco y de los cinco pueblos comparten la idea de que para conservar el manantial no deben cortar árboles ni cazar ni sembrar o meter ganado.
“Ese acuerdo —remarca— se hizo desde el principio, si se llegara a empezar a cortar árboles, aunque sea para aprovechar los más adultos, se creería que se está rompiendo este acuerdo y se generaría un conflicto enorme”.
Miguel Segura es uno de los ejidatarios de San Francisco que, en 2007, cedió parte de sus tierras para que la reserva fuera posible: “Yo dije: le entró, si eso dice la mayoría. La mayoría dijo que sí y pos le entré, porque eso había dicho. Yo cedí cuatro hectáreas; tenía siete, me quedé con tres”.
Para que otras comunidades se beneficiaran del manantial, los ejidatarios de San Francisco pusieron como condición que los pueblos de abajo ayudaran a cuidar el bosque. El acuerdo que se tomó fue que los habitantes de los cinco pueblos y los de la cabecera municipal darían un jornal de trabajo en dinero o en especie. Además, en caso de presentarse un incendio todos están obligados a subir y colaborar para apagarlo.
La reserva La Fabriquita se mantiene porque cada una de las familias que reciben agua aporta recursos o un día de trabajo. Durante el año 2021, el ejido de San Francisco recibió de los habitantes de los cinco pueblos 180 mil pesos (alrededor de 8700 dólares) y del ayuntamiento 200 mil (unos 9700 dólares).
En 2007, cuando aceptaron ceder parte de sus tierras, los gobiernos federal y del estado ofrecieron proyectos para los campesinos. Los primeros cinco años, el ejido recibió apoyo de la Comisión Nacional Forestal (Conafor), a través del programa de pago por servicios ambientales.
En los últimos años, los proyectos productivos que prometieron las autoridades federales y estatales solo se han quedado en eso: promesas.
“Ahora estamos inconformes porque no hemos conseguido nada. Yo iba por leña y sembraba allá arriba; pero, ya no lo puedo hacer, porque eso fue lo que acordamos”, lamenta Miguel Segura.
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Una reserva ecológica sin apoyo
Cuando la gente de los cinco pueblos pidió permiso al ejido de San Francisco para usar el agua del manantial Las Cazuelas, la reserva ecológica se hizo oficial ante las dependencias federales y estatales, por lo que la zona fue certificada por la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) como un Área Destinada Voluntariamente a la Conservación (ADVC), categoría de protección que se contemplan en la Ley General de Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente.
Las comunidades que cuentan con un certificado de ADVC pueden acceder a recursos públicos para desarrollar diversos proyectos, el problema es que en la mayoría de los casos necesitan un acompañamiento técnico para cumplir con los trámites. Además, en los últimos años el presupuesto con el que cuenta la Conanp ha disminuido en forma significativa.
Hasta 2012, La Fabriquita se mantuvo en la lista de las Áreas Destinadas Voluntariamente a la Conservación. Desde entonces, el ejido ya no realizó los trámites para renovar el certificado, informa la asesora técnica independiente Marlén Hochim Castro.
Hochim Castro considera que la región de la Costa Chica, ubicada al sureste de Guerrero, es una zona abandonada por parte de las instituciones ambientales, porque no cuenta con un potencial forestal importante, pese a tener lugares como La Fabriquita.
Arturo García Aguirre, consultor en materia ambiental y especialista en manejo forestal, sostiene que, aunque las ADVC son una estrategia viable de conservación, para la Conanp hay regiones prioritarias, pero la Costa Chica no está en ese mapa.
Miguel Mijangos, integrante de la Red Mexicana de Afectados por la Minería (REMA), considera que el esquema de las ADVC tiene la misma lógica conservacionista de las instituciones. Para él, la mejor forma de conservar un área es el manejo del bosque por los mismos dueños, sin imponer restricciones de uso y disfrute a los dueños de la tierra.
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Compartir el agua
La Fabriquita tiene un angosto camino de tres kilómetros que atraviesa la reserva y lleva a una parte media. Los ejidatarios comentan que en esa zona se necesita construir una brecha cortafuegos para que, en caso de que se presente un incendio forestal, pueda ser más fácil controlarlo.
Hace tres años, cuentan, se registró un incendio que afectó alrededor de 300 hectáreas de la reserva. La falta de una brecha complicó las labores. Los voluntarios caminaron con los recipientes de agua a la espalda. Poco pudieron hacer. La brecha que hoy quieren hacer serviría para que pueda ingresar un carro y llevar el agua.
Las autoridades ejidales se reunieron con el actual secretario general de gobierno en el estado, Saúl López Sollano, a quien plantearon la urgencia de hacer esta obra. Los escuchó pero no saben si les harán caso.
También insistieron en tener proyectos productivos para los habitantes de San Francisco; en especial para los que desde hace 14 años cedieron sus tierras para crear la reserva.
Los habitantes de San Francisco tienen entre sus principales actividades la producción de jamaica, pero en los últimos años, muchos han perdido sus plantas por la presencia de un hongo, explica Hernández Cano.
Lo que ha mejorado con el tiempo es el manantial Las Cazuelas. La fuente de agua está en la parte baja de la reserva, a 490 metros sobre el nivel del mar. “Como se está cuidando el bosque, ahora tiene más agua”, dicen con alegría Emeterio Hernández y Cirilo Ramírez.
“Los señores de más edad, que ya se murieron, decían que el agua es de Dios y no debíamos quedárnosla sólo para nosotros. Como es un recurso sagrado, cuando se comparte, abunda”, dice el comisariado.
La maestra en gestión para el desarrollo sustentable, Laura Angélica Guzmán Salgado, reconoció en su tesis de maestría sobre áreas naturales en Guerrero, publicada en 2018, el caso de la comunidad de San Francisco y su reserva La Fabriquita. Si bien destaca que ha sido todo un reto para la comunidad, también resalta que es una experiencia exitosa de conservación: “Es un trabajo logrado de manera conjunta por la comunidad y el comisariado, además de la preocupación por conservar sus recursos naturales y proteger la función hidrológica”.
Las aguas que manan del manantial Las Cazuelas generan una melodía armoniosa con el canto de los pájaros y las ramas de los árboles mecidas por el viento.
Orgullo comunitario
Esta tarde de noviembre, en el punto de La Fabriquita conocido como La Hacienda, un grupo de habitantes de San Francisco trabaja en el aprovechamiento de un árbol que se cayó durante una de las lluvias recientes. El árbol de unos 20 metros se desplomó por el viento.
Unos 300 metros adelante está el punto donde se planea hacer la brecha cortafuego. Hay exceso de materia orgánica en el suelo: ramas y hojas que, en temporada de secas, sirven de combustible para los siniestros.
Hernández Cano y Cirilo Ramírez hablan con orgullo de la decisión del ejido de conservar este bosque, aunque reconocen que les falta capacitación para emprender actividades productivas que les genere ingresos y dejen de esperar los recursos que prometió el gobierno del estado.
Ellos, como autoridades comunitarias, tienen entre sus responsabilidades el vigilar que la gente no entre a cazar o a cortar leña. Sólo se permite aprovechar la madera de los árboles caídos.
Marlén Joachin Castro resalta que en reservas como La Fabriquita se observa cómo en el manejo comunitario de los bosques, los ejidos y comunidades de la Costa Chica de Guerrero tienen muchos años de olvido.
Arturo García Aguirre dice que el problema es que las áreas naturales protegidas en México, incluidas las ADVC, rebasaron la capacidad de atención de las instituciones y los recursos disponibles, por eso hay reservas como La Fabriquita sin apoyo por parte de las instituciones.
García Aguirre sostiene que el pago por servicios ambientales no es suficiente, que deberían capacitarles para aprovechar de manera sostenible sus recursos.
En la reserva La Fabriquita se sabe —porque la gente los ve— que aún es posible encontrar especies como el jaguar (Panthera onca) y el venado cola blanca (Odocoileus virginianus); también especies de flora como las orquídeas, pero no se han hecho estudios florísticos y de fauna.
La vida que existe en el bosque que los ejidatarios de San Francisco decidieron destinar a la conservación se siente. Las aves buscan refugió cuando las nubes sueltan su carga. El agua se derrama sobre el bosque y se precipita por las laderas hacia el manantial Las Cazuelas.
En estos días, habrá más agua.