El ahora Rey en el Norte ha trabajado hasta en cinco películas en paralelo a su interpretación del hijo bastardo de Ned Stark en la serie de HBO.
El ahora Rey en el Norte ha trabajado hasta en cinco películas en paralelo a su interpretación del hijo bastardo de Ned Stark en la serie de HBO.

Por: José Ragas (Universidad de Yale)

Para cuando caiga la noche del domingo, y por las próximas siete semanas, millones de personas estarán conectadas a la primera pantalla que puedan encontrar para ver la nueva temporada de "Game of Thrones". Con seis temporadas, sesenta episodios y acercándose a su recta final, GoT es una de las series más populares del nuevo siglo, solo comparable a los folletines de novela, las series radiales y las telenovelas del pasado. Bastaría decir que es transmitida en 170 países y tiene el dudoso honor de ser la serie más pirateada de la historia, pero agreguemos que cada episodio es visto en promedio por 23 millones de personas, incluyendo repeticiones. Como intentaré explicar en las siguientes líneas, la serie ha dejado su status de entretenimiento para convertirse en un fenómeno peculiar, producto de la globalización.

"A Song of Ice and Fire", la novela que daría inicio a la saga, comenzó a gestarse en 1991, el mismo año de la caída de la Unión Soviética, y fue publicada cinco años después. Acaso sin proponérselo, la novela era una respuesta a Francis Fukuyama y demás ideólogos neoliberales, que proclamaban alegremente el triunfo de Occidente y el “Fin de la Historia” por sobre el fallido régimen comunista. El poderoso universo narrativo de Martin demostró, por el contrario, que el conflicto y la inestabilidad son parte misma de la sociedad y las relaciones entre gobiernos. La novela podía entenderse también como un cuestionamiento al escenario post-Guerra Fría de los años 90s, presentado en más de una ocasión como una época idílica, de estabilidad y crecimiento económico, supuestamente interrumpida por el atentado a las Torres Gemelas en setiembre de 2001.

Con millones de ejemplares de la novela vendidos –algunas webs estiman 58 millones–, la serie de TV ha tomado ventaja de cuanto medio esté a su alcance para llegar al mayor número posible de espectadores. Considero que son dos los factores claves para este alcance mundial: lo variado de las locaciones y el uso de las redes sociales.

Dada la diversidad de reinos y lugares involucrados en la trama, desde el Muro hasta otros espacios más cálidos como King’s Landing, se hizo necesario expandir el número original de escenarios donde se rodarían las próximas temporadas. El rodaje ha incluido ciudades en países como Canadá, Marruecos, España, Malta, Escocia, Irlanda y Croacia. Ello ha traído un notable incremento en el turismo, como en Islandia, que ha duplicado el número de visitantes entre 2011 y 2015. No muchas series pasan por los mismos apuros. Generalmente, las series tratan de establecerse en un solo lugar, a partir del cual desarrollan la trama y el perfil local de los personajes. Piensen en "Breaking Bad", que supo aprovechar bastante bien el espacio urbano y el desierto de Albuquerque en Nuevo México (EE.UU.); o "Sherlock", ambientada en un lugar más cosmopolita como Londres, otrora capital del Imperio británico cuando Sir Conan Doyle hizo conocido a su personaje.

Junto a las locaciones, las redes sociales han hecho de cada emisión de GoT una experiencia sensorial posible de ser compartida simultáneamente con personas que jamás conoceremos. Los espectadores siguen cada episodio mientras por Twitter o Facebook especulan sobre lo que ocurrirá en los próximos minutos, elaborando memes o transmitiendo su alivio, frustración o enojo frente a algún desenlace. Algo que antes solo podía hacerse frente al televisor de manera individual o familiar, ahora es amplificado ad infinitum por hashtags o registrado por filmaciones caseras en los que los mismos seguidores se graban reaccionando ante la Boda Roja, el heroismo de Hodor o la resurrección de Jon Snow, y que luego pueden ser vistas en YouTube.

Como lo he señalado líneas arriba, Game of Thrones no es solo entretenimiento. Como alguien interesado en la historia de la globalización, uno de los aspectos que más me atraen de la novela y la serie es la posibilidad de analizar fenómenos contemporáneos, que van desde la geopolítica hasta las redes sociales, o incluso otros como el clima. Si la novela original podia leerse como un alegato en contra de los halcones neoliberales –del mismo modo que "The Lord of the Rings" era una crítica a la Primera Guerra Mundial–, Westeros es una llamada de atención a un problema actual: el calentamiento global.

Kit Harrington ha hecho notar en una reciente entrevista, que mientras Westeros atraviesa un intenso invierno, el planeta enfrenta el incremento de temperatura, lo que plantea problemas logísticos concretos sobre los meses y los lugares donde se filmaría la última temporada. Islandia, por ejemplo, ya no ofrece garantías de ser una locación donde la nieve pueda ser frecuente en los siguientes meses.

El glaciar donde Harrington y Rose Leslie filmaron su famosa escena de amor no existe más. Si bien en la serie esto puede ser solucionado con efectos especiales, lo que viene ocurriendo en diversas partes de la Tierra parece que no, y nuestro lema para los próximos años será: “Summer is coming”.

"Game of Thrones" se ha convertido, por derecho propio, en un fenómeno global, similar a lo que fue La Guerra de las Galaxias para la generación anterior. La serie creada por George R.R. Martin poblará nuestro imaginario por las próximas décadas, creando un lenguaje común más allá de las barreras nacionales, los idiomas y los referentes culturales.

Por lo pronto, nos vemos el domingo. Valar Morghulis.

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