Humberto Martínez Morosini falleció, cerrando así un importante capítulo en la historia de la televisión peruana, de la cual fue parte por más de tres décadas, destacándose por su impecable labor en la narración.
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Hace tan solo unas semanas, Martínez Morosini le había abierto las puertas de su casa a este Diario para una entrevista en la que recordó sus primeros años en la pantalla chica y algunas anécdotas de su labor.
Las paredes de la casa de Humberto Martínez Morosini estaban repletas de cuadros que intercalaban recuerdos familiares con sus mejores momentos en la televisión . "Ahora me reúno con muchos colegas periodistas, tan viejos como yo, para hablar de todos los destapes que hay en la actualidad", nos dijo el periodista. Aquí la agradable conversación que nos dejó aquella vez:
[Esta entrevista del periodista Renzo Giner Vásquez fue publicada el 12 de septiembre en la sección "Posdata" de "El Comercio"]
Antes de iniciar en las comunicaciones estudió Medicina. ¿Por qué ese giro en su vida?
En mi época, terminar el quinto año de media y saber qué quería uno seguir no era muy fácil. Además, había muchos inconvenientes porque los hogares solían ser muy conservadores. Yo tenía un dilema para escoger mi carrera.
¿Por qué?
Primero quise ser aviador militar, me presenté en la escuela de Las Palmas. Ahí se hacían todos los exámenes, incluidos los médicos. Habían algunos asistentes que no tenían la experiencia como para dar un pronóstico fiable y resulta que cuando me hicieron un examen, salió que tenía tuberculosis. No había vuelta que darle porque era palabra santa en esa época. Los únicos que se alegraron fueron mis padres [risas]. Luego de eso regresé a Arequipa y pasé por muchos empleos: una casa que se dedicaba a la compra y venta de las pieles de ganado, un banco y empecé a trabajar en el aeropuerto, me encargaba de parquear a los aviones que llegaban.
¿Cómo terminó siendo locutor?
Entré a la Universidad San Agustín y desde siempre fui un loco por el fútbol. Un día, un muchacho llamado [Ignacio] Cané Pardo que trabajaba en Radio Continental me pidió que me probara en la radio. La radio era una gran base para mí y el deporte también, así que fui a probarme y me quedé. Me medía con los locutores limeños, que eran los mejores de la época. Me dediqué a practicar en Arequipa hasta 1948.
¿Qué pasó ese año?
Se corría una carrera de autos entre Buenos Aires y Caracas. Me aprendí los 126 nombres de los pilotos de memoria, y como Radio Continental de Arequipa y Radio América de Lima eran de los mismos dueños, transmitieron juntos. La carrera pasó por una pequeña zona llamada Vítor, en Arequipa. Había una base aérea y me enviaron a mí a hacer la transmisión. Estuve ocho horas solo en ese pueblito y fue una transmisión que fue escuchada en toda Sudamérica.
¿Luego de esa transmisión llegó a Lima?
Ese viaje fue toda una travesía. Vine en camión a Lima porque para mis padres fue una sorpresa. Vine bien preparado y fui directo a Radio América, me reuní con los dueños y, como ya conocían mi trabajo, me ofrecieron comenzar al otro día. Les pedí que me dieran una semana para conocer Lima, recorrí la ciudad a pie porque no tenía recursos para ir de otra manera [risas]. La ciudad me sorprendió con una lluvia horrible y un ritmo de vida muy agitado.
Sin embargo, la fama llegó a su vida junto a la televisión.
Sí, definitivamente. ¿Quién me enseñó? Nadie.Vino un señor de Cuba porque algún contacto tenía Genaro Delgado con uno de los capos de la TV cubana, ese señor solo nos enseñó a pararnos frente a la cámara. Los que fuimos llegando tuvimos un comienzo en el teatro Venecia que quedaba en Colmena, había un concurso de la marca Helene Curtis. Nos sirvió de práctica porque los avisos comerciales, por ejemplo, los decíamos de memoria. Luego de eso estuve realmente preparado para enfrentar serias responsabilidades.
¿Como “El Panamericano”?
Fue la base. Hicimos un noticiero que fue importante desde el primer día, empezando por la cornetita con la que se llamaba al público. Ahí mis compañeros y yo aprendimos lo que era puntualidad, no te podías tomar ni medio segundo más. En realidad nunca me sentí más cómodo que en la televisión. Solamente tuve un error al aire.
¿Cuál fue?
Normalmente llegaba media hora antes de que empezara el noticiero y me iba tres segundos después de que terminara. El día de esa anécdota llegué sobre la hora. Teníamos la cuenta regresiva de 5, 4, 3, yo llegué cuando estaban en el 2. Solo tenía 5 o 6 noticias, eran como los titulares. Entré, me senté y leí: “El día de ayer, el presidente John F. Kennedy, quien padece de un problema en la espalda, fue atendido por un grupo de médicos. Uno de los médicos recomendó el uso de ‘mulatas’ durante siete días”. Puse la cara más seria que pude y seguí leyendo las otras noticias. Mis compañeros estaban tirados en el piso. Otra anécdota no fue por mi culpa, fue el día que ‘maté’ al dueño de un canal de televisión.
¿Cómo sucedió eso?
Entraba al estudio cuando el director del programa me dio el alcance. Me dijo: “Humberto, ha fallecido Baruch Ivcher, el dueño del canal 2”. Yo le tenía mucha consideración a Baruch, lo quería mucho. Les pedí que mientras leyera las otras noticias, me lo confirmaran. Antes de terminar el noticiero me lo confirmaron, así que le di el pésame a la familia en vivo. Terminó el noticiero y comenzó a sonar el teléfono como no tienes idea, la mamá de Baruch estuvo a nada de que le diera un infarto. Salí y le dije su vida al director.
¿Cuál fue su momento más feliz en la TV?
He tenido muchos, pero rápidamente recuerdo la primera vez que vi al Papa. Cuando llegó el hombre a la Luna fue otro hecho emocionante. Treinta y dos horas seguidas estuvimos en los estudios. En ese momento ni te cansas, queríamos saber qué pasaba, si Armstrong se bajaba o no, si se hundía. Fue increíble. Otro momento fue en el campeonato nacional de básquetbol: yo transmití, mi hijo fue comentarista, otro reportó a ras de campo y mi hija fue elegida la mejor jugadora del campeonato. Fue mágico.
¿Se imagina trabajando en la TV actual?
No habría trabajado. No a menos que cambiaran mucho las cosas. Parte de lo que la televisión debe hacer es brindar educación y respeto. Si lo hicieran así, pues bienvenidos; pero estamos viendo algo insultante, que menoscaba las virtudes. No soy un mojigato tampoco, pero creo que todo tiene su espacio.
¿Por qué decidió incurrir en la política?
Más que nada fue una payasada. Ya conocía cómo era el medio, conocía a esa gente y cuán hipócritas podían ser. Me preguntaba cuál era la razón de que eso pase. Ahí me di cuenta de que muchos tienen razón: ellos nacen sin vergüenza.