Uno de los principales retos durante mi época universitaria fue pasar con una nota decente el curso de Opinión. Venía de estudiar un año y medio Derecho, de practicar en un estudio de abogados y de tener las intenciones de defender al mundo con mi palabra. Me enfrentaba al cambio de carrera con dignidad y buen desempeño.
Me encontré otra vez en el camino que me gustaba y, nunca he mentido, siendo la chancona que soy, solo quería tener las mejores notas también en la Universidad. No quiero sonar poco humilde o pedante, pero me iba regio de la vida hasta que me crucé con el curso de Opinión.
Wow. Poner en palabras mis pensamientos, cosa que hago ahora con toda naturalidad era una tortura, casi la misma que significaban para mí los lunes de reunión de edición, en las dos revistas que trabajé, cuando me tocaba presentar las propuestas de mis temas para trabajar en la semana, y nunca tenía nada. Ahora me río, pero era terrible llegar con el bloc vacío y mi lápiz en mano haciendo la finta de que algo se me había ocurrido.
Pero el curso de Opinión era peor. Era dictado por un profesor al que la mayoría le temía por tener fama de inclemente. He tenido que recurrir a mis compañeros universitarios para recodar su nombre, porque su cara y sus ojos claros que miraban con sensación de: ¿de qué estará hablando esta chica?, los tengo grabados.
Recuerdo aún también mi primera nota: un mediocre 14. Que nunca pude subir, la verdad. O jalaba, o me iba así con notas que jamás me gustaron del todo. Pataleé el curso entero, nunca pude encontrar el equilibrio y cuando me tocaba leer en voz alta mi columna o ensayo, solo sentía que el corazón se me salía.
¿Cómo de allí pasé a aquí? ¿Y no solo aquí, sino a escribir durante años mi opinión en mi propio blog? Pues así de incierta es la vida.
Ahora, confieso, manejar una columna sigue siendo todo un reto: hay días en los que literalmente mi cabeza va de un tema a otro, o no encuentra inspiración alguna para compartir. O el tema me parece poco relevante o simplemente hay tanto de qué hablar que uno se bloquea como cuando abrimos el clóset y pensamos que no tenemos qué ponernos.
Felizmente, al final del día, una siempre encuentra inspiración y motivación en cada historia, en cada obra, en cada ejemplo. Es así como también funciona y respira Viù!: inspirándose en mujeres como todas nosotras, reales, del día a día, para desarrollar historias y contenido que nos sumen y nos hagan reflexionar sobre ser siempre mejores mujeres.