Linares: "¿Qué noticia te doy primero? ¿La buena o la mala?"
Linares: "¿Qué noticia te doy primero? ¿La buena o la mala?"
Redacción EC

La otra noche un congresista de la República me preguntó exaltado por qué transmitimos tantas malas noticias en el programa matutino en que trabajo. Como faltaban segundos para empezar el programa nocturno que hago en un canal de cable solo lo miré, sonreí y cambié de tema. En ese momento me provocaba felicitarlo por la que supongo es su vida hermosa, tranquila y llena de buenas noticias. Lamento no ser la aldeana buena del campo que lleva frutas en su cesto. Tengo la función de narrar las noticias que ocurren en este país que no es Australia, Suecia o Canadá, sino el Perú.

Quería recordarle que un peruano promedio anda a pie y no tiene el privilegio de contar con un vehículo con chofer y aire acondicionado. Que no todos demoran solo una hora en llegar a sus destinos y en el camino revisan sus correos en un Android. Que normalmente un ciudadano cualquiera tarda tres horas en ir de su casa al trabajo. Que corre el riesgo de bajar del micro en un paradero y ser atropellado por un chofer irresponsable y que no se atrevería a mirar la pantalla de su celular por miedo a que se lo arranchen.

Que para algunos, llegar a casa no significa subir a un ascensor y apretar un número. Que miles suben centenares de escaleras o caminan por un arenal a veces a oscuras y en el camino pueden ser víctimas de un pandillero. Que al entrar por la puerta de su hogar difícilmente serán recibidos con un abrazo y nadie les preguntará por la sesión del pleno del Congreso. Sino que de repente podrían darles la bienvenida con un golpe delante de sus hijos. Que los borrachos no se quedan en el coctel del jueves sino que orinan en la puerta de tu casa y si los botas, te acuchillan. Que no todos tienen la facilidad de tocar la puerta de un diario o llamar a un canal de televisión, denunciar algo y que alguien se interese por su problema. Que a veces tienen que esperar a que los maten para ser escuchados. Así de paradójica es la vida de algunos peruanos.

Esta semana en el noticiero una madre pedía ayuda para regresar a Puerto Maldonado donde había dejado a sus nietos menores de edad. Su hijo que vivía en Venezuela enfermó y murió. Ella viajó de emergencia, obviamente por tierra porque no podía costear un pasaje de avión. Al volver, luego del dolor antinatural de enterrar a un hijo, en el centro de Lima, le robaron todo. Se quedó con su pasaporte y la ropa que llevaba puesta. Los oficiales de la Comisaría de Petit Thouars la cobijaron y nos buscaron. Me olvidaba: sus nietos perdieron a su madre hace un mes. Sí, es posible tanta fatalidad. Y sin embargo hay una valiente mujer empeñada en sacar adelante a esos chicos y un grupo de policías que no se quedó cruzado de brazos. Pero tal vez no deberíamos amargarles el desayuno a algunos televidentes con la tragedia ajena.

Una vez jalé en mi carro a un periodista de investigación muy destacado que creyó que yo estaba más contenta, según dijo, de poder «hacer periodismo de verdad» en el canal de cable porque supuestamente ahí puedo hablar de política. En su tono se adivinaba el desprecio por las noticias como la que acabo de narrar. No por esa en particular, sino por el género. Pero de Santa Beatriz a Miraflores solo alcancé a decirle que estaba equivocado y que amo mi trabajo sin importar el medio en el que esté. «Otro día que te jale a la urbanización Payet en Independencia y en hora punta, debatimos», le dije y reímos.

A veces pareciera que el título de periodista lo merecen solo quienes hacen investigación, los analistas sesudos que dan su opinión o escriben de política y no los camarógrafos, reporteros de la noticia diaria, los narradores de fútbol, asesores de prensa, en fin tantas especialidades. A mí me excita saber qué sucedió realmente e informarlo. A veces por el formato del noticiero, que es presentar noticias, no termino de contarlo todo. Por eso entré a las redes sociales y creé mi blog. Puedo estar todo el día frente a una laptop –cuando Fabio me deja– viendo uno y otro link sobre el mismo tema: la sonada muerte de una estrella de cumbia; el posible escondite de un prófugo empresario amigo del presidente o el asesinato de una madre a manos de su yerno.

Mi trabajo es narrarlo todo cada día. Nos vemos mañana a las 5 y 15 de la madrugada, hora en la que miles se levantan para cruzar la ciudad hasta su centro de trabajo. Mientras se alistan, prenden su tele. Probablemente a esa hora quienes odian las malas noticias sigan durmiendo o salgan a hacer ‘footing’. Para ellas solo hay buenas noticias.

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