Hace poco una amiga me preguntó por WhatsApp qué es lo que más me gusta de ser mamá. No pude responder de inmediato. Escribía y borraba hasta que le mandé mi primera opción: “Que se duerma en el pecho. Es riquísimo”. Nada más. Al rato, comencé a darle vuelta a mi respuesta. De todo lo que puedo elegir ¿eso es lo que más me gusta de ser mamá? ¿En serio?
Con el paso de los días fueron saliendo más opciones: los ruiditos que hace cuando está por despertar, su cara de borracha cuando termina de tomar teta, sus ojos saltones cuando una puerta se cierra de un golpazo y la agarra de sorpresa, sus pucheros, su sonrisa de pura encía, sus pantaloncitos que le quedan gigantes, su olor adictivo, sus deditos de los pies, su panza redonda y la ternura que emana cuando la abrazo.
No es que deteste cuando me cae caca en las manos, ni la leche cortada que de vez en cuando vomita sobre mi pelo, ni las despertadas para tomar leche a las 4 y 6 am, o ese llanto que aún no puedo descifrar si es porque tiene hambre o ganas de tirarse un pedo de aquellos. Para nada. Solo que la primera lista es más tierna, pues. Pero ahí el tema: la lista es linda, pero nada de todas esas cosas tienen que ver conmigo. Es decir, no me preguntaron qué es lo que más me gusta de mi bebé, sino qué es lo que más me gusta de ser mamá. Qué pregunta para difícil.
Pasan los días y sigo sin poder responder con exactitud. Quizás si descarto, la tarea se hace más sencilla. No me gusta sentir que no soy suficiente para ella. Me gustaría hablar su idioma: saber qué significa cada suspiro, cada quejita, cada lágrima y cada expresión de molestia. Tampoco me gusta preguntarme a diario en qué momento la voy a cagar: ¿hoy será el día que me distraiga y se me caiga de la cama? De otro lado, no soy muy fan de no poder entrar a bañarme cuando quiero. Y si lo hago, no me gusta jabonarme con culpa, creyendo que he abandonado a mi hija, que dicho sea de paso no está ni enterada que ando en la ducha porque está dormida. No me gusta cuando su famoso chanchito se demora tanto en salir que para cuando lo hace ya le tengo que dar teta de nuevo. Y no es tan chévere cuando quiere teta cada vez que tomo una decisión: Voy a almorzar ¡Teta! Voy a hacer yoga ¡Teta! Voy a depilarme las cejas ¡Teta! Voy a escribir ¡Teta! Voy a mear ¡Teta! Y eso que mi hija es dormilona. A las dos semanas que nació pude ir a la peluquería, a clases, a comprar… todas esas cosas que muchas madres no pueden con un recién nacido. Pero qué puedo decir: todos pecamos de ambiciosos. Siempre queremos más.
Ahora me siento peor ¿Cómo es que se hizo más sencillo escribir sobre lo que no es tan apasionante de ser madre? Vuelvo a probar: Lo que más me gusta de ser mamá es solo eso, saber que lo soy. Me encanta decir que tengo una hija. Me fascina saber que ella crece envuelta en todo el amor que le damos en casa. Amo conversarle, cantarle y me da ilusión imaginarla más grande, tomando sus propias decisiones, mandándome al diablo cuando no la deje salir tarde por la noche, pero llamándome porque me necesita. Me gusta saber que trabajamos muy bien en equipo y por eso está sana y salva fuera de la panza. Me encanta la idea que un ser tan vulnerable sea tan sabio y me saque de mis casillas para enseñarme sobre la paciencia. Amo quererla tanto y me encanta que todos los días me pregunto cómo es que es tan linda. Básicamente lo que me gusta de ser mamá es que ella existe.
Creo que tardé en responder porque no fue nada fácil al principio. A los días que nació Victoria me sentí descolocada, sola, un tanto inútil y tan sensible que era insoportable. Además, me metí en la cabeza que quizás no la quería así, como otras madres quieren a sus hijos y eso me rompió el corazón. Pero luego entendí que cuando das a luz toda tú te rompes en pedazos y hay que tener aguante para que los pedazos se junten de vuelta.
Sigo pegando pedazo a pedazo, y mientras lo hago mi relación con mi hija se va forjando y eso también es una de las cosas que más me gusta de ser mamá. De verdad que es lindo. Aunque debo agregar algo que no me gusta mucho, y esos son los dolores musculares. Como Sebastián –el papá de mi hija- le dijo a un amigo que será papá en diciembre:
- Prepárate para el dolor de cuello.
- ¿Por la cargada, dices?
- No. Porque te quedas mirando a tu bebé como huevón.