Plagado de alegría, ilusión, incertidumbre, fortaleza y vulnerabilidad, mi embarazo ha traído consigo un sinnúmero de sensaciones y momentos que nunca antes imaginé. Algunos tal vez los había escuchado o leído, pero vivirlo ha sido incomparable. Cada vez que sucede algo en mi cuerpo y en el de mi bebe es una sorpresa. Incluso cuando ya ha ocurrido antes y sólo se repite con pequeñas variantes. Aún así, el hecho maravilloso de estar habitada por una personita, no deja de fascinarme cada día.
Mi cuerpo ahora no es sólo mío. Lo que como tiene un impacto en mi bebé. Y lo que hago y lo que siento. Y es mutuo. Su presencia despierta en mí antojos, sueño, sueños y emociones intensas. Me dificulta ponerme las medias y me reta a encontrar la posición adecuada para dormir. Me emociono si se mueve y cuando escuchamos su corazón en cada visita al médico. De pronto tomamos conciencia de que toda su existencia depende de nosotros, sus papás. Agudizadas mi intuición y mi sensibilidad. Taquicardia. Incertidumbre. Preocupaciones. Ilusión. Y mi esposo tan presente, tan fuerte y sereno, la roca firme en medio del océano de mi sensibilidad.
Una sorpresa ha sido descubrir cuán única me sentía, y lo poco única que en realidad soy… felizmente. Cuando supe que estaba embarazada lo viví como algo privado, que únicamente me sucedía a mí. Seguro que nadie a mi alrededor podía sentir lo mismo. Hasta descubrir que todos los embarazos se parecen. Que existe una evolución natural medible semana a semana en el crecimiento del bebé y su impacto en el cuerpo de la madre. Tan obvio como suena, fue una sorpresa. ¿Era posible predecir lo que yo estaba viviendo? Sí. Crear vida, sigue casi siempre más o menos el mismo camino. Como un formato, casi una plantilla. Estamos programados así. Es la naturaleza.
Ha sido un alivio, divertido y fascinante, descubrir que como especie nos reproducimos todas igual. ¡Soy como cualquiera! Qué maravilla. Puedo tomar vitaminas, beber más agua, evitar la comida chatarra, ir al médico si algo se complica, hacer meditación, cuidarme, descansar y transmitirle la mayor calma y amor posibles a mi bebé. Pero hasta ahí llega mi intervención. Lo demás sigue su curso natural. Y ocurrirá que haya un momento dentro del vientre en que mi bebé comience a chuparse el dedo, que le aparezcan las huellitas digitales, que su corazón bombee potente, que sus riñones comiencen a funcionar, que empiece a parpadear, que inicie el hipo fetal, como sucede con todos. Es la forma en que el cuerpo de la madre y el del bebé se preparan para su nacimiento. Para afrontar juntos la etapa de separarse y ayudar a ese nuevo y pequeñito ser a sobrevivir, vivir y hacerse un lugar en el mundo.
En el taller pre-natal fue lindo encontrarme con todas esas mujeres tanto o más embarazadas que yo, pasando por lo mismo, igual de cansadas y sensibles, poniendo las manos en sus barrigas con frecuencia, muchas veces contentas y varias otras nerviosas por algún síntoma nuevo que no entendían. Estábamos en las mismas. Qué rico poder compartir y acompañarnos. Y recibir la experiencia de las demás y descubrir que lo que yo vivía ya les pasó y que en realidad hasta las cosas más extrañas son normales y aunque sea le ocurrió a la prima de la amiga de la cuñada. Y entender que lo peligroso es lo menos común y que está más en la mente que en el cuerpo. Y aliviarnos mutuamente. Enternecernos. Reírnos. Confiar en la vida.
Me he convertido en casa. Está en mi vientre, mi mente, mi horario e incluso mi torrente sanguíneo lleva durante este periodo el ADN de mi bebé. Nunca me sentí tan feliz de ser mujer como ahora y de tener la posibilidad de pasar por esta hermosa y tierna experiencia. Conmovida y agradecida como nunca. ¿Y cómo no, si como dice una querida amiga, tengo la suerte de llevar en mí dos corazones?