Mi hermana y yo nos llevamos solo un año y cuatro meses de edad. No le bastó a mi madre traerme una hermana al mundo tan rápido y de forma tan despiadada quitarme del trono, sino que además decidió vestirla igual que yo. Entonces, obvio, cada vez que pisábamos la calle, no faltaba el acucioso espectador que decía: «¡Oh, qué lindas gemelas!» mientras yo en silencio pensaba «nada que ver».
Hasta ahora encuentro extraño que nos comparen o nos digan que nos vemos iguales.
Pero así crecí, casi como si hubiese tenido una gemela, hasta que comencé a vestirme radicalmente diferente a la moda Garibaldi (¿Quién habrá podido olvidar a tremenda agrupación musical mexicana con trascendentales aportes como: «Yo tengo una bolita que me sube y me
baja»?); moda que mi hermana había comenzado a adoptar. Imaginen: tops con bobos y a los hombros –al descubierto por supuesto- y leggins de colores tropicales.
Antes de ser madre tenía la certeza de que mi hermana y yo habíamos quedado vacunadas y jamás vestiríamos a nuestros hijos a juego. No obstante, sucedió: alguien decidió seguir con la tradición familiar de no fortalecer la identidad individual de los retoños. Sí, a pesar de que se lo dije múltiples veces, mi hermana nunca quiso hacerme caso y su disfrute era tal que me impidió llegar al nivel de intervención como reality. Hasta hace poco vistió a mis sobrinos hermosos igualitos.
Sin recuperarme del todo de este tema, vi una foto de Jennifer López vestida igual que su hija de seis años.
Y escribí al respecto en mi blog, llevándome la sorpresa de que muchas madres encuentran divertido y lindo vestirse así con sus pequeñas. Por último, esta semana leí en la web una noticia sobre una nueva tendencia entre los adolescentes en Seúl. Se trata de salir a la calle vestidos idénticamente.
Qué cursi, pensarán. Lo interesante del asunto es que esta tendencia tiene un motivo y es que los jóvenes de Seúl han conseguido a través de la ropa expresar sus sentimientos. Es así como un par de jóvenes enamorados le demuestran al mundo que son pareja. Yo no sé qué piensan. Pero nada me parece tan jalado de los pelos.
Sin duda hemos podido darnos cuenta de que en las temporadas pasadas, si no en esta, estuvo completamente de moda el fit estilo boyfriend, o sea, una prenda que calza como si fuera del enamorado. Es decir: más holgada que las demás. En pantalones, en jeans, en sweaters, en polos. La onda era llevar todo grande, como si al despertar nos hubiéramos vestido con lo primero que encontramos en el armario de nuestro chico.
Ok, hasta ahí comprendo. Pero, ¿de eso a entrar al terreno de la homogeneización absoluta y vestirnos igual que nuestro novio o marido? ¿O toda la familia igual?
Sí, junto con nuestras parejas y familia somos un pequeño clan. Pero no sé si un pequeño clan que quiera verse todo igual. Entiendo que los estilos personales dentro una pareja o familia puedan llegar a mimetizarse (lo hemos visto entre estrellas de Hollywood y también en casos cercanos) pero de ahí a que todos estéticamente seamos un patrón…
No sé, ni siquiera aceptaría ponerme un polo igual en un viaje familiar. Aunque la excusa sea para que no me pierda.
Soy de las que me inclino por la independencia en todo sentido y no hay nada más personal que el estilo de uno mismo. Así que exploren, jueguen y si quieren vístanse o vistan a su familia igual. Con tal de que se sientan ustedes mismas y felices.
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