Por Andrea Carrión / WUF
Hace unos días, los 55 perros que viven temporalmente en el albergue Wasi wau vieron llegar una piscina plegable a su jardín. Curiosos y emocionados, varios agitaban la cola tratando de entender qué estaba pasando sin sospechar que pronto se refrescarían adentro, un panorama muy distinto a cuando meses atrás escondían su cola tratando de entender el dolor y el abandono que estaban atravesando.
Wasi wau es un refugio para animalitos sin hogar. El nombre nace del vocablo quechua “wasi” que significa casa, y el “wuau” referente a un ladrido. Como sucede en todos los albergues de animales, aquí cada historia es más triste que la otra. Están los casos de mutilación, como los de Orejas y Ciego. Uno fue rescatado sin oreja y el otro sin ojo, resultado de alguna pelea callejera entre perros o del maltrato de alguna persona.
Están también los casos de Nicolás, quien fue rescatado de la calle con pus en ojos nariz y boca consecuencia de un tumor bajo la lengua; Mocho, quien fue rescatado del Río Cieneguilla; o Gringo, quien fue rescatado luego de haber sido atropellado. A él se le consiguió una silla de ruedas, pero al poco tiempo falleció.
“Además de los problemas que puedan haber tenido, la mayoría de perros llegan al albergue hueso y pellejo, rescatados de haber estado tirados en la calle”, dice Richard Salas, encargado de atender a cada uno de los animales. “Aquí les damos medicinas y buena comida, se recuperan muy bien y están tranquilos. Claro que apenas llegan están nerviosos, pero se adaptan rápido porque se dan cuenta que los cuidamos”.
Actualmente las cosas funcionan como un reloj en Wasi wau: a las 6 de la mañana los ladridos sacan a Richard de la cama, hora de recoger cacas y trapear pilas. Una vez limpio el jardín y desinfectados los caniles con cloro, Richard llena de comida 55 platos y alimenta a los perros por grupos, siempre atento a posibles peleas. Y así es de lunes a domingo, sin parar. Uno de fuera ve la dinámica y se admira de la facilidad con la que fluyen las cosas, desconociendo el inmenso y angustiante trabajo que hay detrás.
Un trabajo de perros
Todo empezó con Camila Lucioni. Hace 3 años ella comenzó a rescatar animales y a llevarlos a su departamento. Cuando ya no se daba abasto para tenerlos en casa, comenzó a buscar hogares temporales.
“Al principio funcionó bien, pero luego vi que era difícil confiar en algunas personas pues, lamentablemente, entre los animalistas hay gente que lucra con el tema”, comenta Lucioni.
Fue así que decidió buscar un lugar donde crear un albergue. Apenas le tomó un mes para encontrarlo, pero su primer obstáculo fue mostrar un sustento para que le aprobaran el alquiler de la casa. Para suerte suya, un amigo de la vida, tan amante de los animales como ella, se unió al proyecto y salvó la casa pues era el único con crédito. Fue así que abrieron las puertas con 5 perros, entre ellos una perrita que vino con la casa.
“Fue tan emocionante como aterrador pues empezaron las preguntas ¿Y ahora qué? ¿Cómo pagamos? ¿Cómo les damos de comer? ¿Qué hemos hecho? ¿La devolvemos? Y así empezamos, llenos de ganas y de dudas, pero pronto creamos nuestra página de Facebook y en poco tiempo tuvimos 5 mil seguidores. Ahora tenemos casi 10 mil seguidores”, señala Lucioni.
El grupo de personas involucradas creció a seis. La pareja de una de los miembros trabajaba en construcción, así que ayudó con materiales para los caniles. Durante semanas, con la ayuda de albañiles y el maestro Alejandro, los chicos de Wasi wau construyeron los caniles, instalaron rejas y armaron las casitas de madera.
“La gente cree que está todo listo pero atrás de esto hay mucha chamba y muchos gastos”, señala Gonzalo Sandaza, uno de los tres directores de Wasi wau. “Hay que estar atrás de cada perro y no solo es alimentar y ocuparte de cada una de sus necesidades, también es quererlos, darles afecto, y es que son 55 hijos”.
Sandaza señala que siempre tuvo afinidad con los perros, que así como Lucioni, él siempre había querido hacer algo a favor de animales en estado de emergencia. De hecho hace poco la vida le dio la oportunidad de hacer su propio rescate.
“Lo nombré Waipe. Lo encontré en Villa, por los pantanos, estaba en medio de la carretera con una pata destrozada, el pelo hecho ‘dreads’ con barro y la oreja infectada llena de gusanos”, describe Sandaza. “Lo subí a mi carro y busqué ayuda, pero ninguna veterinaria quería recibirlo, hasta que una lo atendió. El pobrecito era hueso y pellejo, y resultó que tenía la pata partida en 8 pedazos. Ahora se está recuperando en el albergue y estamos esperando una tomografía de la pierna para ver si se le reconstruye o si se le corta”.
En los escasos 10 meses que Wasi wau tiene operando, el grupo de directores pasó de seis a tres personas: Camila Lucioni, Gonzalo Sandaza y Fiorella Lanatta, y el número de perros se multiplicó al punto de no poder recibir más. Ya han logrado dar en adopción a algunos perros, como es el caso de Keny y Nicolás. Sin embargo, el flujo es muy lento. Mientras más adopciones haya, más perros pueden rescatar y, afortunadamente, cuentan con gente que sí decidió apostar por el proyecto, como el incondicional Richard Salas, su ayudante Denis, la colaboradora Ariana Sabla y los familiares de todos ellos, como el esposo de Camila, Gunther Yañez.
Otro gran apoyo lo recibió hace poco al aliarse con WUF, una asociación sin fines de lucro que busca generar consciencia sobre la realidad de los perros abandonados en el Perú. Una de las herramientas que ofrece WUF para combatir este problema es un portal en Internet a través del cual muestran la fotografía, video y perfil de distintos perros listos para ser adoptados.
“Empezamos en mayo del año pasado y siento que ha sido un año muy difícil. Vivo angustiada por la plata del alquiler, la comida, el veterinario, Richard, las 55 vidas que tenemos en nuestras manos además de los perros que tenemos en hogares temporales. Por otro lado, pese a ya estar registrados como asociación sin fines de lucro, seguimos peleando para que Sunat nos libere de impuestos”, comenta Lucioni. “Muchas veces me pregunto ‘¿en qué me he metido?’, pero siempre me respondo que esto saldrá adelante, que no es por gusto. La mejor recompensa viene cuando un perro es adoptado, ahí es cuando decimos ‘esto sí vale la pena’. Me he metido en algo grande, pero es lo que quiero hacer. No me podría quedar tranquila sin hacer algo sabiendo que hay tantos animales necesitados”.
El sobrecogedor número de perros abandonados que viven en la calles, el enfermante abandono en el que algunas personas tienen a sus mascotas y el maltrato que otras tantas reciben diariamente es gran parte del motor que impulsa a Wasi Wau a seguir adelante.
“Siento que la gente en general es muy indiferente con los animales de la calle”, agrega Sandaza. “Por otro lado, sí estoy viendo más consciencia en adopción de mascotas, veo que la gente al menos lo considera, antes te decían ‘estás loco’. Cada vez más las personas entienden que adoptar es salvar una vida y que comprar solo incrementa el problema de sobrepoblación y abandono que tenemos”.