Cuando Fabiola Portocarrero estaba a pocos meses de casarse con Jalil Majluf, se le ocurrió la idea de regalarle un perro a su mamá. Al ser hija única, no quería dejarla sola en casa y pensó que un perro sería la compañía perfecta. Solo había un detalle: su mami, Silvia Castillo Schmidt, siempre le había tenido miedo a los perros.
En ese momento pensó que, tal vez, no sería el regalo ideal, pero algo le decía que empezara a buscar opciones y razas de perros mientras iba soltándole la idea a su mamá.
Fabiola y Jalil visitaron algunas tiendas, sondearon Internet, pero notando que habían tantos perros de todo tipo de razas en busca de un hogar o abandonados en la calle, no les convencía el hecho de pagar por un perro.
Como si el universo hubiera estado atento a lo que andaban buscando Fabiola y Jalil, un día ella recibe una llamada de su prima Paty. Acababa de encontrar a una perrita sucia y completamente desorientada en el Centro de Lima. Sin tener idea alguna de los planes de Fabiola, Paty le preguntó “Oye, ¿no quieres un perro? Acabo de encontrar una en el Centro”.
“Mi primera reacción fue decirle ‘no’, pero apenas colgué me dije ‘Qué tonta, si justo estoy buscando un perro’. Sentí que esa podía ser la oportunidad para tener uno y, de paso, ayudarla”, comenta Fabiola.
Ahora quedaba conversar con su mamá. Fabiola le contó su idea; que le encantaría regalarle un animalito que le hiciera compañía. Le habló de la perrita que acababa de encontrar Paty e, inesperadamente, su mamá dijo ‘Tráela, veamos qué tal’.
“Antes de llevarla a la casa, Paty pasó por una veterinaria. Bañaron a la perra, le cortaron el pelo y apenas entró, se fue de frente donde mi mamá y se sentó a su lado. Ahí mismo se la ganó”, recuerda Fabiola.
Dos meses después Fabiola y Jalil se casaron y se quedaron muy tranquilos de mudarse a su nuevo hogar sabiendo que Silvia estaría muy bien acompañada. Y así vivió los siguientes 7 años; paseando a su mascota hasta cuatro veces al día, engriéndola con todo tipo de comida, incluso compartiendo su cama con ella. Fueron inseparables, hasta que en el 2014 a Silvia le tocó partir.
“Mi mamá no me dejó nada material, pero me dejó mucho más con el amor de Pepa”, dice Fabiola.
Ella y Jalil no dudaron en adoptar a esta perrita de raza indefinida y toneladas de cariño para dar. Era una perra de origen desconocido. Según un vendedor ambulante que habló con Paty el día del rescate, antes de ser Pepa había vivido en un terreno abandonado junto a otros perros callejeros que solían ser golpeados y maltratados. Había sido recogida en mal estado y con riesgo de ser atropellada.
Pasó a mejor vida cuando la mamá de Fabiola la recibió y ahora, a diferencia de muchas mascotas que terminan en la calle luego de perder a sus dueños, Pepa podría seguir disfrutando de una familia que la quisiera bien.
“Nunca dudamos en traerla a casa y nunca me preocupó que tuviera un pasado callejero. Yo no crecí con perros, pero en casa de mi abuela siempre hubo perros y siempre he creído que los callejeros son los más resistentes. Tienen más calle y son muy agradecidos con uno porque, finalmente, lo sacas de un habitad que no es el adecuado y los levas a uno mucho mejor”, comenta Jalil.
Pepa pasó de vivir en casa a un departamento. Sí hubo una transición, pero todos se adaptaron sin mayor problema. Fabiola y Jalil reconocen que tener una mascota es una responsabilidad, que ha sido importante educarla, pero que nunca fue un problema.
“Más bien fue una bendición”, asegura Fabiola.
“A quienes están pensando en tener un perro, yo les digo que se arriesguen”, añade Jalil. “No se dejen influenciar por si tiene origen fino o desconocido. Finalmente es un perro. La inteligencia y el amor que dan no tiene nada que ver con la raza”.
Pepa no solo es especial por su pasado vagabundo, también lo es por haberle dado siete años de compañía y amor incondicional a una mamá que estaba por quedarse sola luego de que su hija buscara su propia vida.
“El tener a Pepa sí me hace sentir que mi mami está presente. Es mi herencia. En verdad mi mamá sí le tenia miedo a los animales, pero con Pepa encontró uno en quien confiar; una compañera, alguien a quien amar. Ella era feliz con la perra, entonces Pepa es como una prolongación de esa felicidad que sentía mi mami cuando estaba con ella”, añade Fabiola.