Cristiano Ronaldo marcó un doblete para Real Madrid en el duelo frente al PSG por la Champions League. (Foto: Reuters)
Cristiano Ronaldo marcó un doblete para Real Madrid en el duelo frente al PSG por la Champions League. (Foto: Reuters)
Jorge Barraza

Los futboleros del mundo esperaban ansiosos el San Valentín. ¿Para agasajar a sus enamoradas…? También, pero (aunque no lo digan) más para palpitar -, el gran plato de la en el arranque de los octavos de final. Dos de los seis o siete candidatos al título. Campeón y retador. Acaso uno de los mejores enfrentamientos que puede ofrecer el fútbol de club hoy. Entre los equipos más poderosos del planeta, el PSG va segundo, armado a un costo de 805 millones de euros, muy por encima de los 497 del Madrid. En verdad, el PSG puede ufanarse de varias victorias económicas como esta o como haberle soplado a al Barcelona, pero no de hazañas deportivas. En conquistas no está segundo sino más abajo. El marketing, el dinero, las redes sociales, la mediatización tienen un límite: la cancha.

Había 1.300 millones sobre el campo, cifra que habla de muchas luminarias por lado. No obstante, no fue “el” partido. Sí muy interesante porque un duelo de tal envergadura implica alta tensión, nervio técnico, búsqueda de parte y parte, preocupación por no cometer errores, precauciones extremas y aprovechamiento máximo de cualquier situación favorable. Y, sobre todo, cuidado del balón, porque no tenerlo significa exponerse a la iniciativa del rival. Además, jugaba un elemento adicional: el choque es determinante para ambos. Si el Madrid pierde, su temporada terminará en cero, en desastre. Si es eliminado el PSG, todo su proyecto naufragará, pues su única meta autoimpuesta es Europa. Ganar las competencias caseras en Francia no tiene mérito para quien ha montado semejante escuadrón.

No es difícil jugarle al Real Madrid, no se le ve un esquema de juego y es vulnerable atrás. Se lo puede dominar y crearle peligro. Sí es difícil ganarle, enfrentar su aura de grandeza, y sobre todo, doblegar su autoestima, que siempre es muy alta. Cuando Adrien Rabiot inauguró el marcador para el club parisino, hizo señas claras: “Vamos, vamos que se puede”. Se lo vio muy convencido. Y convenció. Hay que estar varios goles arriba del Madrid para ponerse a salvo de él. Es un club con una leyenda y una mística inalterables: no se quiebra así nomás. Y en el plano internacional, mucho menos. Más daño le pueden hacer el Betis o el Levante que el Bayern Munich, la Juventus, el Manchester United. En ese terreno, todos parecen pequeños a su lado. Es un mérito notable que nació con Di Stéfano y se mantiene incólume.

"Es fácil marcar ocho goles al Dijon, pero en estos partidos hay que ser decisivos". La frase podría haber surgido de un hincha indignado o de un fastidiado periodista francés. Sin embargo, pertenece a Rabiot, y fue un claro mensaje a sus tres delanteros, que se florean en el flojo campeonato local y se estrellaron en el Bernabéu. El PSG tiene todavía la serie abierta, se decidirá el 6 de marzo en el Parque de los Príncipes, pero este ha sido otro golpe duro, como aquel mazazo terrible del 6 a 1 del Barcelona el año pasado. Nuevamente, la dirección del PSG se refugió en los errores arbitrales, que los hubo, es verdad, y favorecieron al Real Madrid (oh, casualidad…): un claro penal de Ramos no sancionado, una falta dura de Kroos desde atrás que era amarilla, un tiro libre inventado para Cristiano en la puerta del área donde además amonestó a Rabiot que ni siquiera había rozado al rival… Pero la realidad es que el equipo de la Torre Eiffel defeccionó, le faltó fuego, carácter. Que el técnico Unai Emery parece no transmitir.

Ese océano de dinero que es el PSG no tiene paz. Más agitado aún con la llegada de Neymar por las rispideces que su egocentrismo genera en derredor suyo. En su obsesión por ganar el Balón de Oro, esta Champions es fundamental (aunque también está el Mundial) y estos choques ante el Madrid la prueba de oro para saber si es o no un jugador decisivo. Son las citas que entronizan. Le fue mal: perdió, no hizo goles, no generó ninguna situación de gol, se empecinó en llevar de más la pelota en varias jugadas, terminó chocando contra los defensas, lo amonestaron por pegar su clásica patada de atrás cuando se irrita… En suma, bajó puntos. Sus condiciones técnicas son más que indiscutibles, excepcionales: habilidad, control, dominio, facilidad de asombro en el uno contra uno, precisión de remate, velocidad, atrevimiento, fantasía… Pero en el combo también va incluida la personalidad. Y en Neymar, más que las ganas de ser la figura por desnivel o el deseo de que triunfe el equipo, se advierte una necesidad desesperante de ser el centro de atención. En la cancha, en el vestuario, en una fiesta, en un restaurante… Eso termina conspirando contra sus posibilidades. Y pasa que lo marca Nacho, un obrero en esta industria del entretenimiento, y el duelo se decide a favor de Nacho. Y Neymar se lleva una amarilla por pegarle un patadón a Nacho (en lugar de ser al revés). Y se va amargado. Neymar entró en su décima temporada futbolística. Ya es hora…

Enfrente, Cristiano Ronaldo es la antípoda. Con su juego elemental y efectivo de correr, desmarcarse y rematar al arco, le ganó el duelo. Empató el resultado con un penal (que no parecen tan meritorios, pero hay que meterlos) y lo desniveló con un golpe de rodilla que sólo él sabe si fue voluntario o no. Cristiano, que hace años no gambetea a un marcador, no quiere hacer malabares, su lógica es que los triunfos y las distinciones las deciden los goles, lindos o feos. Y en ello cree ciegamente; le ha dado réditos excepcionales.

Pero no está escrito el final, falta una vuelta de tuerca. En París puede cambiar todo. Y puede remontarlo Neymar incluso. El PSG tiene el desafío de demostrarse muchas cosas, que no son unos simples niños ricos, que no arrugan, que pueden ganar un partido de este calibre y seguir apuntando al título.

La novedad que trae esta Champions es que el Madrid y el Barcelona no son los candidatos exclusivos a la corona como en los últimos años. Acaso ni son los más fuertes. El favorito, hoy, es el temible Manchester City de Pep Guardiola, una máquina de atacar que ya lleva más de 100 goles en la temporada entre los cuatro torneos que disputa y tiene algunos valores en altísimo nivel como Kevin De Bruyne, Leroy Sané, Nicolás Otamendi y Sergio Agüero. Hace una presión irrespirable y luego arrasa en ofensiva. Otro es el Liverpool de Jürgen Klopp, muy fuerte y también con letal poderío adelante, liderado por Mohamed Salah. Está el Bayern Munich, que ha recuperado a un buen Thomas Müller, a James Rodríguez y en el que Lewandowski continúa su amistad con el gol. El cada vez más sólido Tottenham de Pochettino, donde descuellan Harry Kane y Dele Alli. Ojo: hay cinco ingleses en octavos; y pueden pasar los cinco…

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