Era la una de la tarde de ese sábado 3 de junio de 1989. Mientras muchos se alistaban para almorzar, en las inmediaciones de la cuadra 11 del jirón Junín, en Barrios Altos (Cercado de Lima), 27 jóvenes militares se transportaban hacia el Palacio de Gobierno, en la Plaza de Armas, donde eran miembros de la famosa escolta presidencial “Húsares de Junín”. El bus militar que los llevaba avanzaba lentamente por el jirón, a tres cuadras de la plaza Italia, que en línea recta los llevaría a la Casa de Pizarro. Estaban justamente frente a la Iglesia Virgen del Carmen, cuando un explosivo, compuesto de dinamita mezclada con el temido ‘anfo’ (alta dosis de nitrato de amonio con gasolina o petróleo), fue lanzado debajo del vehículo. Testigos del atentado contarían que, luego de escuchar el sonido seco de la muerte, vieron un hongo de fuego y humo en medio de la pista. También aseguraron que varios soldados salieron volando con asientos y todo para estrellarse a 8 o 10 metros de distancia. Algunas víctimas quedarían inánimes con los miembros seccionados, otros destripados o prendidos en fuego.
Fueron algo más de cinco kilos de dinamita los que utilizaron los terroristas para matar a sangre fría. La detonación dejó un forado de un metro de diámetro y dos de profundidad en el pavimento, además de efectos destructivos en casas, autos y transeúntes de la zona. El bus quedó hecho chatarra. Siete húsares murieron instantáneamente. Dieciséis soldados más quedaron heridos, y hubo seis civiles también seriamente afectados, los cuales fueron trasladados de emergencia a los hospitales Guillermo Almenara, Dos de Mayo y Arzobispo Loayza.
Luego los militares fueron internados en el Hospital Militar de la avenida Brasil. Las investigaciones policiales indicaron que un hombre que jalaba una carretilla de gaseosas vacías fue quien lanzó el explosivo. El vehículo había partido del cuartel del Ejército de Barbones, a siete cuadras del atentado, con un contingente de húsares ya debidamente uniformados, pues iban a relevar a un grupo similar que había estado en Palacio de Gobierno esa mañana.
El terrorista que lanzó debajo del bus la caja de galletas que contenía el explosivo huyó en un auto blanco, que lo esperaba en la esquina de los jirones Junín y Huánuco. Todo ocurrió a la velocidad de un rayo. Al huir les hizo frente, por las calles del jirón Huánuco, el sargento de la Policía Técnica, John Ugarte Valdivia (26), quien hirió a un terrorista, pero fue alcanzado por una bala en la cabeza. Murió camino al hospital. El gobierno aprista responsabilizó del atentado al autodenominado ‘Movimiento Revolucionario Túpac Amaru’, conocido por sus siglas de ‘MRTA’, pero luego se comprobaría que los responsables fueron terroristas del PCP Sendero Luminoso (SL).
Los húsares muertos y heridos eran jóvenes entre 17 y 29 años. Ese año (1989), la violencia terrorista, que se había enfocado en cometer sus demenciales acciones en la sierra peruana, estaba en una etapa de posicionamiento en las ciudades. Ellos imaginaban que la capital caería en medio de la zozobra. La muerte era su bandera.
A esa situación se sumaba la anomia social que vivía el pueblo peruano. Sin referentes políticos, con un nivel de corrupción implacable en las más altas esferas el gobierno y un miedo generalizado, los peruanos sobrevivían a la barbarie. Esto parecía animar a las huestes terroristas de Sendero Luminoso y también del MRTA. En ese contexto de alta violencia en el Perú, El Comercio dejó sentada su posición. El 5 de junio editorializó con una columna clara y precisa: “Necesaria decisión en la lucha antisubversiva”, donde marcó la senda de la unidad nacional frente al terror.
“Es el momento decisivo para que avancemos todos los peruanos hacia la derrota del terrorismo. Queda subrayado que el Ejército y las Fuerzas Armadas cuentan definitivamente con el aval político del cual carecieron por un lapso prolongado, ahora hay que darles todas las facilidades materiales y de equipamiento, lo mismo que alentarlas moralmente, para que dentro de la legalidad repriman con rigor y sin miramientos a los subversivos, para que no sigan destrozando al Perú”. El dolor que el atentado terrorista del jirón Junín trajo directamente a varios hogares peruanos se proyectó a todo el país con una indignación pocas veces vista. Todo fue muy duro en el Perú de esos años, es cierto; pero desde esa oscuridad, sin duda, empezamos a ver la luz.