(Foto: Archivo Histórico El Comercio)
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Carlos Batalla

El 4 de mayo de 1919, el diario El Comercio había cumplido 80 años de fundación. Eran tiempos de renovación social, política y económica en el país y el mundo. El final de la Primera Guerra Mundial fue una gran noticia, pero en el Perú el panorama estaba enrarecido.

Augusto B. Leguía, el ex presidente del Perú (1908-1912), había regresado para postular de nuevo a la presidencia en 1919. El Gobierno de José Pardo organizó esos comicios, pero Leguía, el candidato con mayor opción, intuyó un fraude y sorprendió con un golpe de Estado el 4 de julio de 1919. Leguía se convirtió en “presidente provisional”, en la práctica, un dictador. En esa condición, disolvió el Congreso de la República e impuso una Asamblea Nacional. Esta promovió reformas a la Constitución en los meses siguientes.

En ese ambiente de zozobra política y social, el 10 de setiembre de 1919, hace exactamente 100 años, ocurrió el ataque de una turba que asaltó e incendió, tanto la casa del director Antonio Miró Quesada de la Guerra, como el mismo local del diario El Comercio, donde además funcionaba la imprenta. Antes de ese asalto habían quemado el diario La Prensa, así como las casas de algunos políticos de oposición a Leguía, como Augusto Durand y Ántero Aspíllaga. El saqueo reinó ese día en el Centro de Lima.

El Comercio, en su edición de la mañana del día siguiente, acusó sin reticencias a los actores e incitadores del atentado contra la prensa nacional. Sostuvo, en su portada, “que el ataque se ha llevado acabo premeditadamente por gente maleante; que ha realizado primero el asalto a La Prensa y ha venido luego a esta imprenta, sin que nadie se lo impidiera, a consumar sus planes de destrucción y de incendio”.

El diario Decano exigía al gobierno perseguir y castigar a los asaltantes, y señalaba que incluso hojas volantes circularon por toda la ciudad, desde muy temprano, convocando a una manifestación política que degeneró en el acto terrorista. El Comercio había informado, además, el mismo día de los sucesos que, en convoyes del ferrocarril, grupos políticos habían traído desde el Callao a elementos de mal vivir para azuzar a la turba al saqueo e incendio de los diarios limeños.

(Foto: Archivo Histórico El Comercio)
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Todo empezó en la Plaza San Martín

A las cuatro de la tarde, de ese 10 de setiembre de 1919, los manifestantes y agitadores se reunieron en la Plaza Francisco Antonio de Zela (hoy Plaza San Martín) y desde allí fueron soliviantando a la masa. Esa misma masa, ya enardecida y armada con pistolas y piedras, decidió marchar hacia la Plaza de Armas, por el Jirón de la Unión.

En esas condiciones, en ese ambiente agitado, según informó el propio diario El Comercio, la turba llegó ante el local de Palacio de Gobierno. Desde un balcón, el propio Leguía atendió a los manifestantes que le exigían expatriar a todos los opositores. El dictador los felicitó y agradeció por las expresiones de simpatía a su nuevo régimen. Fue en ese momento que un grupo más agresivo aún empezó a crear desorden y confusión en la plaza. Leguía trató de atenuar esos desmanes apelando a los sentimientos de patriotismo y unión por el país. Pero la mecha ya estaba prendida.

Entonces, ya hacia las siete de la noche, regresaron al Jirón de la Unión y se detuvieron en la calle Baquíjano, frente al diario La Prensa. Allí dispararon a las ventanas y puertas y lograron entrar en el local para quemaron la imprenta. No hubo policías ni nadie que les impidiera hacerlo. Todos desaparecieron misteriosamente. Los bomberos no pudieron hacer su trabajo, mientras el fuego avanzaba en la redacción y en las oficinas de administración.

Los disparos abundaban por el Jirón de la Unión, intimidando a los limeños que se refugiaron en sus casas. Hasta que, al fin, un piquete de caballería policial controló a la turba, la cual dejó actuar a los bomberos. La masa se dispersó hacia otras calles del Centro de Lima.

(Foto: Archivo Histórico El Comercio)
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El ataque a El Comercio

Los fanáticos políticos se arrojaron entonces sobre el local de El Comercio, en la calle de la Rifa. Entre insultos y gritos, arreciaron las amenazas contra la imprenta del diario. Ya advertidos de la amenaza de la turba que merodeaba toda la ciudad, las autoridades enviaron, horas antes, a un grupo de agentes policiales para supuestamente resguardar el diario. Sin embargo, la realidad era otra. Cuando se escucharon los gritos a una cuadra de distancia, el oficial a mando llamó a reunión y ordenó inexplicablemente el retiro de todo el cuerpo de resguardo policial por una calle distinta a la que conducía hacia la turba agresiva. Desaparecieron del escenario.

El Comercio tuvo que afrontar ese crítico momento solo. Sin apoyo policial, los asaltantes cumplieron el guion que desarrollaron en “La Prensa”: disparos, piedras, rotura de puertas, hasta que entraron al zaguán con antorchas amenazantes. La defensa de la redacción fue directa y segura: todos respondieron con disparos de defensa a los disparos agresores de la turba. Así, los trabajadores de la imprenta y los periodistas rechazaron con firmeza la violencia a la que los obligaron a llegar.

Fueron casi treinta minutos de tiroteos, de avances y retrocesos, hasta que los invasores llegaron a incendiar algunas oficinas de administración y hacer explotar en una calle aledaña petardos de dinamita. El fuego se extendió a las salas de atención al público. Las bombas “Roma” y “Francia”, luego de superar los obstáculos de los asaltantes, llegaron a salvar la difícil situación.

Luego de ser rechazados y dispersados los agotados asaltantes, a eso de las 10 de la noche, Luis Miró Quesada de la Guerra recibió a una comisión que representaba al “presidente provisional”, Augusto B. Leguía. Este, según dijeron, deploraba el atentado contra El Comercio y ofrecía al diario “todo género de garantías”, informó el Decano.

En paralelo al asalto del local de la Rifa, esa misma noche del 10 de setiembre, fue atacada e incendiada la casa del director Antonio Miró Quesada de la Guerra, quien junto con su familia había viajado fuera del país.

Un mes después, el 12 de octubre de ese mismo año, el nuevo Congreso eligió a Leguía “presidente constitucional”, y dio una nueva Constitución en 1920. Leguía gobernó hasta 1930, reformando dos veces más la Constitución. Era la “Patria Nueva”, que inició el proceso de la modernización en el país, pero que empezó con asaltos, incendios y atentados contra la libertad de prensa.

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