Mi papá vio este partido en vivo, estuvo en el estadio nacional el domingo 23 de junio de 1985, hace casi cuarenta años. Él me cuenta que Luis Reyna «asfixió» a Maradona. «El Pelusa no podía tocar la bola, porque ahí nomás le caía Cachetada para incomodarlo», me comentó, refiriéndose a ambos jugadores por sus apodos. He visto en YouTube algunos vídeos de ese encuentro y es cierto: ahí donde va la camiseta número 10 albiceleste, aparece la 17 blanquirroja, pegada como chicle, sin soltarla un solo momento (me recordó al novio tóxico con el que terminé hace un mes). Fíjense cómo Reyna lo toma del brazo; tal vez su baja estatura le facilitó la labor, pues los dos eran del mismo tamaño (eso también me recordó a mi ex). Hasta parece que bailaran un vals aburrido sobre ese fondo con publicidades de marcas que hoy no reconocería un peruano de veinte años: Philips Trendset, Bata, Power.
«Nadie podía creerlo, hijita, anulamos al mejor jugador del mundo y todo gracias al Niño Terrible», añadió mi papá al devolverme esta foto. Cuando mencionó al Niño Terrible pensé que se refería a Jaime Bayly, pero luego supe que hablaba de Roberto Challe, el entrenador de Perú en las eliminatorias para México 86. Le pregunté por qué le decían así y me explicó que se ganó ese sobrenombre por sus «diabluras» (esa palabra es tan de mi papá). Creo que una vez Challe le tiró una pelota en la cabeza a un argentino, o algo así. En las notas de junio del 85 que revisé, se afirma que, al disponer el control cuerpo a cuerpo sobre Maradona, Challe «le ganó la partida» a Bilardo, el técnico argentino. Me sonó a un duelo de ajedrez: una metáfora adecuada porque, tal como asegura mi papá, Challe fue el verdadero héroe de esa victoria ante Argentina. Oblitas marcó el único gol, Reyna neutralizó a Diego, pero quien maquinó la victoria fue don Roberto. Esta foto le rinde homenaje a pesar de que no aparece. El recuerdo de esa alegría –y la alegría de ese recuerdo– se lo debemos a él.