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El hermoso avión, llamado por su dueño “Perú”, fue comprado en Nueva York, EE.UU., a la casa Bellanca, famosa en esos años de gran afición por la aviación civil. Carlos Martínez de Pinillos (1895-1947) escogió el modelo CH-300 Pacemaker, un monoplano de ala alta, con un motor Wright J-5 de 220 HP. Martínez gestionó la compra desde 1927 mediante suscripciones y erogaciones, y con el apoyo del propio gobierno de Augusto B. Leguía. Su plan de volar en etapas por todo el continente americano convenció al “oncenio”. El 11 de diciembre de 1928, el avión “Perú” alzó vuelo limpiamente.
Dos semanas antes de la Navidad de 1928, Martínez y su compañero de vuelo, el entonces Teniente Primero de la Armada (especialmente en hidroaviones), Carlos Zegarra Lanfranco (1898-1978), enrumbaron con la máquina de Bellanca hacia el sur del continente. La ruta debió haber sido Lima-Santiago-Buenos Aires-Montevideo-Rio de Janeiro-Caracas-New York, pero un accidente en Belén (Brasil) impidió completar el itinerario en esa primera etapa (lo completarían en junio de 1929). De esta forma, el nombre de “Perú” voló por nuestro continente y el sur fue el primer testigo de esa proeza.
En Las Palmas, la pista de despegue y aterrizaje de esos años en Lima (“el primer campo de aviación”), se reunieron los pilotos Martínez y Zegarra con el comandante Fernando Melgar, director de la “Escuela Jorge Chávez”, y quien había sido el segundo en saltar en paracaídas en el Perú, en mayo de ese año.
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Jóvenes alumnos de aviación, oficiales del aire y numerosos civiles, incluido un grupo de futbolistas arequipeños que estaban alojados allí y entrenaban en los terrenos de la escuela, los vieron con curiosidad y respeto. En el centro mismo del campo, lucía brillante el avión “Perú”, y a los costados estaban ubicados otros aviones de instrucción y de pasajeros y correos.
Los mecánicos estaban en los últimos preparativos y no ocultaban su emoción. El ambiente, en general, era de sosiego, pues no hubo una multitud que alterara el despegue. Solo se esperaba que hubiera más viento, que este pegara un poco más fuerte para ejecutar el “decollage”.
El Comercio describió así al avión “Perú”: “El cuerpo está pintado de verde y las alas y la parte de atrás de amarillo. En la parte inferior de los planos, lleva pintada con grandes letras negras y a ambos lados la palabra ‘Perú’. Sobre la cabina destaca una franja bicolor, sobre la que también en letras negras se leen las palabras ‘Lima-Perú’ y más atrás el escudo de la aviación peruana”.
El cuadro se completaba con la palabra “Bellanca” en el timón de dirección; y en la parte de arriba, y más abajo, “Especial”. El avión transportaba desde Lima 265 galones de gasolina, que fueron utilizados en un viaje de 17 horas de vuelo ininterrumpido.
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El peso neto del avión era de 840 kilos, y a estos se sumaron el peso de los pilotos, el equipaje, el combustible, etc., lo que llegaba a los 907 kilos adicionales, según El Comercio. Más de una tonelada y media en total.
“PERÚ”: EL VUELO HACIA EL SUR DEL CONTINENTE
Martínez de Pinillos cargó con un paquete de diarios de El Comercio que llevarlo a Santiago de Chile, su primer hito por vencer. Ya eran las 10 de la mañana de ese martes 11 de diciembre de 1928, cuando subió al lado de Martínez, el experimentado copiloto Zegarra Lanfranco.
Primero, la hélice se activó y luego el movimiento del avión dio la señal definitiva: segundos después, tras recorrer los 600 m. de la pista, el “Perú” volaba desde la 10 y 22 de la mañana, alcanzando a la vista unos 160 kilómetros/h. Gorras, pañuelos y hurras acompañaron la última vista de los aviadores peruanos en su aventura al sur del continente.
Al día siguiente, el miércoles 12 de diciembre, por la tarde, luego de la edición vespertina, los despachos telegráficos llegaron de Santiago. El “Perú” había hecho un alto en Ilo (Moquegua), y desde allí se enrumbó a tierras chilenas. Sobrevolaron Atacama y otras zonas y antes de llegar a Santiago, “tres aviones chilenos salieron del aeródromo ‘El Bosque’ para dar el encuentro al avión peruano”.
En la capital mapocha permanecerían varios días, revisando el avión y asegurándose de que el vuelo Santiago-Buenos Aires fuera perfecto. No era cualquier vuelo, puesto que deberían cruzar los andes sureños.
Desde la madrugada de ese miércoles 19 de diciembre de 1928, los preparativos en la pista de “El Bosque” en Santiago dieron un buen augurio. Como en Lima, la humildad de Martínez y Zegarra hizo que solo estuvieran con ellos unos amigos aviadores civiles y militares, algunos técnicos y un grupo pequeño de periodistas.
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Combustible y aceite suficientes, el motor en perfectas condiciones. A las 5 y 30 de la mañana, cuando despuntaba el alba, el “Perú” se desplegaba en el aire chileno rumbo a su destino en la capital bonaerense. A las 8 y 34 de la mañana los vieron volar por la provincia de Mendoza y al mediodía, ya estaban cerca de la capital argentina.
Un avión con detalles pintados de rojos en su fuselaje avanzaba impetuoso. En Buenos Aires, todos los reporteros y las autoridades de la embajada peruana no dejaban de divisar el horizonte, al oeste de la ciudad. Hasta que escucharon, primero, y luego lo vieron acercarse. Era el “Perú”.
A las 2 de la tarde, aproximadamente, el avión hizo su aparición y bajó con cautela y seguridad en la pista de “El Palomar”. La tercera etapa del proyecto “Perú” se logró también con éxito. Los hombres peruanos del aire coronaron su hazaña, uniendo tres capitales: Lima-Santiago-Buenos Aires.
Siendo bien recibidos por la gente porteña, decidieron quedarse en esa cálida ciudad para recibir la Navidad. Pero el miércoles 26 de diciembre, a las 3 y 10 de la tarde, enrumbaron hacia la vecina capital de Montevideo, en Uruguay.
En un vuelo corto el “Perú” cruzó el Río de la Plata para aterrizar en el aeródromo de Latecoere, de la compañía Air France, hacia las 5 de la tarde. Dicho campo de aterrizaje se convertiría luego, en los años 30, en la pista de la Escuela Militar de Aeronáutica. Estaban a uno 30 kilómetros de Montevideo.
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Allí, Martínez y Zegarra permanecieron algunos días, hasta que el último de ese año, el lunes 31 de diciembre de 1928, alzaron de nuevo vuelo para conquistar Río de Janeiro, Brasil. Los dos peruanos estaban haciendo historia como aviadores continentales. En cada ciudad habían sido esperados como lo que eran: unos héroes del aire.
El recibimiento carioca fue sensacional. Además de haber llegado en un ambiente de fiesta por el fin de año, la imagen que recibieron los pilotos peruanos fue de un pueblo que realmente los admiraba. Y es que no era poca cosa las horas de vuelo del intrépido avión. El Perú mismo vivía en ese aparato volador y en su tripulación.
Martínez y Zegarra hicieron entonces la distancia entre Montevideo y Río de Janeiro en 13 horas, a una velocidad de 125 km/h. Fue un trayecto tranquilo, salvo en Santos y Sao Paulo, donde por la densa neblina debieron subir hasta los 2 mil 500 metros.
El avión peruano llegó entero a Río de Janeiro, con capacidad para volar 10 horas más si hubiera sido necesario. En Lima, se siguió paso a paso cada etapa del raid internacional de Martínez y Zegarra. El Comercio era requerido para dar información todo el día. Así lo contaba el cronista de esa época:
“Al recibir la fausta nueva de la llegada, la dimos a conocer por medio de nuestra sirena y de la pizarra, lo que atrajo a numeroso público que se situó frente al edificio de El Comercio. En todo los rostros se notaba marcada alegría por el éxito que habían alcanzado los aviadores peruanos”.
Carlos Martínez de Pinillos y Carlos Zegarra Lanfranco permanecieron varias semanas en Brasil. Fue un merecido descanso luego del intenso raid que afrontaron. Cuando reemprendieron el proyecto, se dirigieron primero a la ciudad de Natal (capital del Estado de Río Grande del Norte); y después a Belén (capital del Estado de Pará), desde donde iban a enrumbarse al norte, primero a Caracas (Venezuela) y luego al Caribe y Centroamérica, para luego arribar a Norteamérica. Pero, surgieron problemas para el despegue.
El hecho ocurrió el 19 de marzo de 1929, y ante los problemas técnicos y logísticos insuperables (incluso detectaron que la pista era corta) decidieron desarmar el avión y enviarlo por barco a la casa Bellanca, en Estados Unidos, para que sea chequeado y reforzado adecuadamente.
El proyecto original se había truncado por el momento. Los dos Carlos debieron regresar a su patria sin su “Perú”. Lo hicieron por río hasta Iquitos, y luego en vuelo comercial a San Ramón. De allí por carretera hasta Lima. Sin embargo, la historia no acabaría de esa manera.
Tres meses después, en junio de 1929, los dos grandes pilotos cumplieron su misión e hicieron el viaje de retorno con el avión “Perú” bajo su mando. Ambos viajaron a Nueva York (EE.UU.) para recoger al pequeño pero poderoso monoplano, y volaron de regreso cubriendo varias ciudades de Estados Unidos, para después sobrevolar México, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Ecuador y llegar victoriosos al Perú, a Lima, el 25 de junio de 1929, donde fueron recibidos como unos titanes del aire. Su hazaña aérea sería recordada por varias generaciones de peruanos.
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