A continuación, publicamos dos artículos sobre el debatido tópico de la Universidad Católica, en uno de ellos se defiende la idea de su creación, en el otro se le ataca. Nuestros lectores juzgarán la fuerza de los argumentos que los autores de ambos artículos invocan en favor de sus respectivos puntos de vista.
Sobre la creación de otra universidad
Una mañana al leer los periódicos nos encontramos con un programa de creación de la “Universidad Católica”, los días siguientes aparecen avisos indicando que la matrícula de la Facultad de Letras está abierta, en seguida citas de artículos de la Ley Orgánica de Instrucción Pública que la Universidad de San Marcos publica para prevenir que alumnos tengan la “Universidad Católica” y finalmente, tenemos polémica y artículos a granel.
Esto último ya me extrañaba; acostumbrado estoy a ver sendos artículos sobre cada materia o problema que la vida moderna plantea, sin que, la mayor parte atine una solución o las causas o los resultados de lo que se quiere conocer o que el público necesita. Claro, cada uno trata el asunto desde el punto de vista suyo, o sea, desde el que le alcanza, pero no es ese el punto en que deben colocarse los que quieran hacer verdadera obra de bien social.
Cuando la solución de un problema se lanza al criterio del público preparado para tales soluciones, este público tiene la obligación de estudiar el asunto desde un punto de vista amplio apartándose de toda conveniencia personal o de círculo o de familia. Todos los intereses particulares deben ser pospuestos al interés general siquiera cuando se trata de asuntos de tanta importancia para una nación o sociedad como en el caso presente en que se discute la conveniencia o no conveniencia de otra Universidad.
Que esa universidad sea católica o no, no es la materia importante. El siglo XX, ya no es el siglo de las discusiones religiosas, la prueba tenemos en que la formidable guerra que devasta a la Europa no se ha desencadenado por defender ni por extender una determinada creencia religiosa, no, los hombres todos de las naciones beligerante luchan juntos sin distinción de credos religiosos por otros ideales que aún no se definen, por otras ambiciones distintas a las de las religiones. No es pues el punto de vista religioso el que debe tomarse al discutir el asunto de la fundación de una nueva universidad, es el espíritu nacional el que hay que tener en cuenta condicionado con sus medios económicos que es el limitador por excelencia de todos los abusos, de todas las audacias y a veces desgraciadamente de todas las buenas obras que ilusos geniales conciben, pero que el espíritu nacional o restringiendo, el espíritu de una sociedad no alcanza a comprenderlo. Los grandes calificativos o sustantivos abstractos son aplicados a las cosas solo cuando una verdadera cultura se ha hecho dueño del espíritu de una raza, de una nación, de un pueblo o simplemente de una sociedad.
Se ha discutido y se discute aún la conveniencia o no conveniencia de que existan en el Perú las universidades menores de Arequipa, Trujillo y Cusco. El centralismo absorbente de la capital quiere con el pretexto de la unificación de las tendencias educativas nacionales, destruir las pequeñas universidades, como si la unificación de tendencias o ideales necesitara la concentración en un solo centro; con esta manera de lograr la unificación de las tendencias, para tener espíritu nacional, necesitaremos ser un solo individuo. Felizmente el espíritu regional no lo ha permitido, no lo permitirá y mientras sean capaces de necesitar una universidad creo que la defenderán contra toda absorción, haciéndose superiores a las discusiones que al respecto se sostengan siempre que no pasen de discusiones.
Alegar que con mayor número de universidades se tendrá mayor número de profesionales es una nimiedad, para conveniencia particular; los profesionales aptos y capaces no temerán el aumento de colegas que si saben abrirse campo, solo demostrarán que todas generaciones aportan buenos elementos a la sociedad. Si hay profesionales fracasados, los habrá siempre, así exista una sola universidad, pues ¿en qué profesión liberal o no, faltan fracasados? El fracaso es un fenómeno social que solo manifiesta inadaptación de un individuo que puede reaccionar, para lo que nunca es tarde, allá los que vienen mal provistos. ¿Pero ellos mismos, los mismos fracasados que han nacido para algo que no han sabido conocer, con su vida de ensayos constantes, acaso no hacen un bien social, no será el de ensayadores, el de guías para que otros realicen lo que ellos han ido ensayando para lo que han nacido? No es, pues, el fracaso fenómeno que se debe a la existencia de más de una universidad.
En Lima no se necesita más de una universidad oficial como no se necesita más de un colegio oficial de varones, como se necesita un colegio oficial de mujeres, es cierto, pero eso no quiere decir que no puedan existir varias universidades particulares o libres.
Los legisladores con su amplio criterio de legisladores han dado la ley en ese sentido ¿por qué hoy poner trabas o iniciar discusiones inútiles? ¿Si la Universidad Católica llena todos los trámites legales, reúne las condiciones de capacidad, por qué crearle obstáculos? Si ella subsiste, se verá que su creación ha respondido a una necesidad a un anhelo social. Hay que rechazar pueriles temores sobre la influencia de la escolástica en el alma de las nuevas generaciones; ya no está ella dispuesta para ello como no está aún dispuesta, desgraciadamente, para saturar su alma de los elevados ideales que la cultura moderna predica. El alma nacional sigue su desenvolvimiento gradual y lento: no son las ideas liberales las que los hace liberales ni son las ideas religiosas las que los pueden volver religiosos. Cuando los jóvenes van a los colegios o las universidades, y otros centros de estudios superiores y cuando entran en la vida social ya tienen hecho, definido y bien formado, su espíritu que sigue sí desarrollándose en la tendencia propia, tomando de sus nuevos conocimientos lo que está en armonía con su espíritu y rechazando, olvidando, todo lo que va contra él. No son pues los colegios y menos las universidades los que forman el espíritu de los jóvenes, no; son las madres las que lo dan con su sangre, con sus caricias, con sus cuidados, son ellas a cuyo cargo corre su educación, las que tienen la responsabilidad de la formación del estudiante.