Lo malo de tener novio
CON DEFECTOS Y MANÍAS ¿TE AMARÉ?
Siempre hablamos de amor como la quintaesencia de la vida. Seguro lo es, pero ni cagando lo es todo el tiempo. Palabra de scout. Sin amor, o sin su encarnación en un ser humano llamado “mi amor”, nos condenamos a ser una triste y aburrida media naranja a punto de podrirse, seres incompletos, vacíos, con un monstruo tamaño Cloverfield en el interior que nos convierte en bichos raros en una sociedad en la que el emparejamiento funciona como un salvavidas social, un salvavidas sexual y por qué no, un flotador emocional que nos salvará del pantano venenoso de… ¡Oh, por Dios!, la soledad. Ay, que horror. Hay que enamorarse ya, sino no somos nada.
¿Acaso nos olvidamos que, como todo en esta vida, tener novio algunas veces es una joda? Pues, como dice Control Machete: ¡Sí señor!Leyendo un post de mi pata se me ocurrió que no era justo que los hombres se quejen siempre de las mismas cosas (nosotras siempre somos las acosadoras con celular y teclado en mano, las que obligamos a nuestras parejas a interminables compras de ropa para salir con un calzón en la bolsa, las que no sabemos manejar y si algo cambia en nosotras no hay otra culpable que la regla).
Aceptan que quieren una novia, es más, buscan conseguirla, pero igual se la pasan rajando de lo que no les gusta del noviazgo. No niego que seamos motivo de más de un pliego de quejas, pero seamos realistas. La moneda tiene dos caras. Aunque una de ellas no sea muy visible. El tener novio es percibido siempre como un pro más que como un contra. Estar con alguien es mejor que estar solo, ojo, para el exterior (y para los que no soportan estar solos). Una siempre recibe miradas de felicitación, palabras entusiasmadas y una bienvenida imaginaria al mundo feliz de las parejas, donde uno siempre es más feliz que en Disneylandia.
Así que le estuve dando vueltas al tema y pienso que hasta a ese imposible e inexistente novio perfecto –que algunas buscan y otras más sensatas, no— o a novios promedio, a veces dan ganas de acuchillarlos (mentalmente nomás), como en Psicosis, escena de la ducha, claro está. ¿Por qué? Nos sobran los motivos.
Odiar su ropa. Detestarla. Así de simple. No toda, pero ciertos componentes del clóset, sí. Como todo en esta vida tiene fin, siempre hay una tarde en la que lo ves haciendo la maleta para irse de viaje, y le preguntas tratando de ser caleta. ¿Te gustan las mariposas? El responde incrédulo: no en particular. Entonces haces sigilosa la segunda pregunta: ¿entonces porque tienes una ropa de baño con una mariposa amarilla en la entrepierna? El responde sin darle mucha importancia al asunto mariposa que la compró porque era barata y encima estaba de oferta cuando tú te pones a pensar que de pronto odias las mariposas amarillas que se posan en el pene de tu novio. Lo mismo pasa con el polo de las mil quinientas puestas o las sandalias que te gritan “no te puedes deshacer de nosotras, lero, lero, vivimos con él desde la universidad”.
Soplarse a los amigos. Ellos no tienen la culpa. Tú tampoco. Él es el factor inesperado que apareció en el camino de su amistad. Ellos lo quieren. Tú lo quieres. Quererse todos no es siempre posible y ser una nueva familia feliz, más difícil aún. Además, siempre al inicio de un romance el tiempo-espacio, se reduce a dos. Allá lejos, en la cola de la oficina de reclamos de los “amigos abandonados” están ellos, mirándote con cara acusadora. Declaramos a esa señorita culpable de quitarnos el tiempo que pasamos con nuestro amigo. ¿Cómo explicarles a esos amigotes que uno necesita un proceso de adaptación al nuevo hábitat?, ¿cómo les explica él que los está cambiando solo temporalmente por esos riquísimos besos eternos en la cama, revolcones contra todas las paredes habidas y por haber (o sobre la mesa del comedor, otros muebles también valen), confesiones a oscuras, en fin, todas esa recatafila de “primeras veces” que uno disfruta cuando está con alguien nuevo? Pero no preocupen, cuando la mesa del comedor sea nuevamente solo eso, él volverá a parar con ustedes.
“Con defectos y manías te amaré”, canta Miguel Bosé. Así como no estoy de acuerdo con eso de “…con tu mala ortografía”, tampoco estoy de acuerdo con lo anterior. Defectos y manías sí, pero hasta un punto aceptable. Yo tenía un novio al que le encantaba darme palmazos y cogerme el trasero, donde estuviésemos, día y noche, en frente de mi madre, padre, multitud, nada importaba. Al comienzo pensé “este chico me desea y con furia”, pero poco después ya no me hacía gracia y se hizo costumbre empezar a pelearnos en la calle, en reuniones y fiestas por la mano malcriada esa.
Otro me agarraba de saco de box por la noche, las pocas veces que dormimos juntos me daba tales patadas que en una de esas lo desperté y lo vi en tal movimiento digo de una clase de aeróbicos que pensé que estaba poseído o algo así, y que tenía que llamar al exorcista de inmediato. Otra me la contó mi ex, hablando de su ex. Me dijo que una de las razones por las que terminó la relación fue porque se dio cuenta de que estaba aburrido de verla comiendo galletas de soda con mantequilla cada noche viendo televisión. Claro que yo pregunté que si solo por una manía así podrías terminar con alguien. Me contestó que el día que notó que esa rutina de las galletitas le daba repulsión, se dio cuenta que mucho cariño no significa amor. Cuando uno esta solo puede hacer lo que le da la gana y cuando le da la gana. Cenar tirada en mi cama viendo una película, bailar calata con un vino en la cama mientras se calienta el agua de la terma, ir en pijama a hacer las compras y esas simples pero amadas extravagancias que uno tiene todo el derecho que hacer. Luego, habrá un testigo. Supongo que aquí viene la canción de Bosé, ¿habrá pensado en nosotras, las que queremos seguir con la autofiesta, sin juicios ajenos, en paz?
¿Ha pasado algo en estos últimos años que ha hecho que en cuestiones de limpieza los hombres se dividan en dos? La verdad, esto me tiene confundida porque o son los reyes de la limpieza o la inmundicia andante. Y como dicen por ahí, los extremos no son buenos. Los maniáticos del Sapolio y la mopa, son impecables. Ellos y su entorno, y cuando entras a su vida tienes que seguir las mínimas reglas de convivencia en su espacio. Imagínense que puede pensar Don Limpio de alguien que come en su cama. Descartada del mundo de la pulcritud, pero arrojarme al lodo con los chanchitos tampoco es la voz. Al primer gas que “se le escapa a alguien” te haces la loca, pero si ves que eso es tan parte de él como su gato, hay que ver de inmediato si el autocontrol es posible, o si bajar la bendita tapa del inodoro va a pasar a ser una de tus tareas de novia, sino un elige vivir medio tiempo en un corral. Ni granjas ni palacios. Me gusta la casa limpia con un poco de caos.
¿Y ese calzón de mi abuela? Para que lo voy a negar. Siempre he odiado los hilos dentales. Me parecen que no cumplen ninguna función más que hacerte sentir incómoda. Mis amigas y conocidas siempre han recriminado que use mis amados y cómodos boxers. A mí me parecen sexys. Quizás mi definición de sexy no sea la misma de mis patas. Ellas juran y perjuran que los hilos dentales son lo mejor: 1. No se te nota con pantalón blanco y faldas apretadas (no uso ni uno ni otro) 2. Ni se sienten (¿cómo?, me reservo demás comentarios) 3. Eso los vuelve locos. Bueno, tengo que reconocer que en eso tienen razón. ¿Cómo así?, ¿ustedes que creen? Los probé. Ahora tengo cuatro. Comparados con los clósets del amor que tienen algunas, son recontra misios, pero sí que ponen.
Por último, lo peor de tener novio no es cuánto hay que ceder, adaptarse uno al otro, querer saltarle a la yugular cuando cuenta por duodécima vez el mismo chiste estúpido, dejar que entre a habitar tu espacio, cambiar rutinas, horarios, hábitos, soportar sus cambios de humor, sus manías, sus malas caras; lo pero de tener novio es que él te puede romper el corazón, y eso sí que no es ninguna broma. Pero así como me tiré a un río selvático en un salto de 7 metros el fin de semana pasado, a pesar de tener vértigo y sentir pánico a las alturas, “retroceder nunca, rendirse jamás”. La vida es corta.
¿Pero quién no ha hecho mucho más por amor y otros endemoniados sentimientos? Por tí, para tí.