Cincuenta días sin Diego
Paso 2. La abstinencia emocional.¿Cincuenta días sin verlo ni hablarle?, ¿estás loca?, ¡pero si eso es más de un mes!- exclamará más de una/o, pero si no puedo… lo siento, no hay peros. Parece una eternidad pero es un cálculo emocionalmente razonable. Además, es completamente posible y lo mejor que pueden hacer por sus corazones encarcelados.
Cuando José Luis Perales cantaba que el amor lo único que hace es esclavizar, Braulio aullaba que vivía preso a voluntad en la cárcel de la piel de alguien (y encima pedía que lo dejasen ahí), y Camilo Sesto le chillaba a un micrófono setentero que su corazón estaba encadenado en la cárcel del amor. No eran mentiras con mala melodía. Las canciones-melcocha son tan populares porque dicen la verdad. En una escena que nunca me ha dejado de conmover, Fanny Ardant desde la cama de un hospital (donde la dejó tirada el desamor) en “La mujer de al lado” de Truffaut, dice que esas melosas y melancólicas canciones que pasan en la radio son las únicas que describen exactamente lo que es sufrir por amor.
Bueno, apliquemos la sabiduría radial a nuestra realidad: ¿listos para salir de nuestro Alcatraz? Pues más vale. El (des)amor es la única prisión a la que nos condenamos solitos; felices como psicópatas nos atamos de manos, nos ponemos grilletes, nos sometemos a las más crudas torturas, nos metemos en una celda a esperar las tres migajas que al carcelero (ese al que pretendemos enviar a nuestra bandeja de salida) se le ocurra tirarnos por debajo de la puerta. Bueno, ya basta de esperar el rancho; yo la verdad prefiero una pizza de carne con cebolla y una copa de chianti.
Para todos los prisioneros de las canciones Perales y compañía, hay buenas noticias. Las cárceles que creamos para nosotros mismos son las únicas de las que podemos escapar, huir, salir cuando nos dé la gana.
Desaparecer es lo mejor que uno puede darse a sí mismo. Es mejor que un regalo de Navidad, mejor que un viaje gratis. Además de sacar a esa persona con la que ya no tenemos NADA de nuestro sistema, esa distancia nos da la oportunidad de retomar el control remoto de nuestra propia existencia. Y qué importa si él quiere que seamos su mejor amiga, su polvo semanal, su almohadón emocional. No se puede ser libre si aún nos revolcamos de vez en cuando con el carcelero (y cuando a él se le antoja).
Pero ojo, no todos los carceleros son unos malvados que nos hacen daño solo porque son malditos y egoístas. Los corredores de la muerte más peligrosos son los que nosotros nos autoinflingimos. Yo he sido los tres personajes carcelarios. Prisionero, mi propia celda y el carcelero que lo es sin proponérselo ni desearlo.
Esta es mi historia con Diego, alguien que hasta ahora no me cree que varios años atrás lo quise mucho, y para el que sigo siendo la hija de puta que lo dejó.
Hace unos años terminé con Diego por una simple razón: ya no lo quería, punto. En medio de ese momento triste –que miles de cobardes repartidos por el mundo prefieren evitar–, porque es terrible ver que le estás haciendo daño a alguien que aún te quiere (y también te quiere a su lado), lo miré a la cara y él me dijo:
- ¿Y tu CD de Mar de Copas? (más conocido como: manotazo de ahogado número uno)
- Quédatelo.
- ¿No quieres que pase y te lo devuelva? (manotazo de ahogado número dos)
- No, no te preocupes.
Diego, que me quitó el saludo por romperle el corazón, no se dio cuenta que no fue fácil para mí decirle chau. Yo también tenía miedo. Como en el cuento más famoso de Monterroso, ¿qué pasaba si despertaba y el dinosaurio (mi dinosaurio, el T-Rex de la soledad) aún estaba ahí? Pensaba en eso cuando él me preguntó:
- Ali, ¿te puedo llamar? (manotazo de ahogado número tres)
- Mejor no.
- ¿Me vas a llamar? (el manotazo de la desesperación)
- Sí, yo te llamo.
Le di un beso y me bajé del carro. Mientras entraba en casa de mis padres solo pensaba que lo que acababa de decir era mi llanta de repuesto: “si me arrepiento, lo llamo”. Sin embargo, no lo hice. Nunca. Ni una sola vez. Dejé de pensar en él, dejé de verlo. Y así pasaron dos años. Me lo topé en un estacionamiento la primera vez que volví de España de visita por Lima. Le sonreí y me acerqué a saludarlo. El se volteó, me dejó con la mejilla en el aire. Mi beso no recibido me dejó en la mitad de una pirueta mal hecha y casi me saco la mierda.
Me sentí ridícula y mala. Dos minutos después pensé: ¿Pude haber hecho las cosas de una mejor manera? No. Me dejó de importar parecerle una mujer despiadada a ese ex novio. Acá lo que importa no es quedar bien o mal, ser la buena de la historia. Lo importante es querer tanto a otra persona como a uno mismo, hacer el acto de desaparición y cortar con una relación que no vale, literalmente, la pena para alguno de los dos.
ANEXO PARA CIEGAS: OJOS QUE SI VEN (PERO SOLO LO QUE QUIEREN)
Hay solo una cosa que hace trastabillar el plan de los 50 días: la idealización. Y les está hablando la mil veces campeona, la million dollar baby del romanticismo, ceguera e idealización. No me pregunten cómo fui ciega, o mejor dicho, cómo pude quererme tan poco para elevar al trono de Luis XVI a cuanto imbécil amé en esta vida y por eso haber multiplicado mi propia agonía. Justamente por eso me volví no fría, pero sí más práctica.
¿Una salida fácil? Hagan un cuadro Excel mental de lo la realidad versus la idealización. Recordando a Diego y las razones por las que decidí terminar esa relación he hecho este cuadro.
Lo que me gusta de Diego (al Diego que vive en mi imaginación).
- Diego es idéntico a Jude Law.
- Diego es muy divertido cuando salimos.
- Diego es buena onda con sus amigos.
- Diego es fiel.
- Diego tiene onda (al buen gusto, me refiero).
- Diego escucha buena música.
- Diego se preocupa porque yo siempre ande contenta.
- Diego es sensible. Vio conmigo El olor de la papaya verde y El gatopardo, y me dijo que ambas le gustaron.
- Diego es sexualmente un animal salvaje.
- Diego quiere pasar el resto de sus días conmigo.
Lo que no me gusta de Diego (o el Diego bajo la lupa de la realidad).
- Lo único de Jude Law que tiene Diego, es su color de ojos.
- Diego no es tan divertido si no se ha tomado seis whiskys o su equivalente en chelas.
- Diego es “buena gente” no sólo con sus amigos, sino con el mundo entero porque es incapaz de confrontar a nadie.
- Diego me demostró la noche en la que me dejó en mi casa y fue a buscar a su ex (que estaba revolcándose con otro en ese momento), que su fidelidad no sólo dependía de su voluntad.
- Diego se pone la ropa que le compra su mami.
- A Diego le gusta la música que al que está a su lado le gusta.
- Diego no me da la contra, ni discute conmigo porque le da flojera. Prefiere que las cosas “pasen solas” (¿alguna clave de por qué terminamos?)
- Diego prefería ver Jackie Chan, pero no se atrevía a decirlo.
- Diego era sexualmente aburrido.
- Diego quiere pasar el resto de sus días conmigo. El problema es que yo no.
Los dos lados del espejo demuestran que tu ex está ambas listas. Es tan fácil recordar lo bueno, olvidar lo que hizo que la relación se deteriore y que en este momento les ha hecho separarse. Él no es perfecto. Nadie lo es. Y tampoco lo fue su relación. Recordarlo es bueno para no desesperar en el intento y dejar que el tiempo pase. Así que a darle la vuelta a la página y volver a nuestro periodo de Diego-abstinencia.
Dicho esto, los cincuenta días no suenan tan mal. Así que abran esa puerta de rejas, sáquense de una puta vez el uniforme de rayitas, disfrácense de David Bowie en el año de “Modern Love” y vayan a bailar. Cuando se despierten al día siguiente sólo les quedarán 49 días. Menos un día de resaca, 48 días. ¿Ven? Hasta la pueden pasar bien.
Esperen los 50 días sin Diego, van a ver que no van a querer regresar.
Esta mujer, la de la vida real, necesito un año de distancia. 356 días, 50 días, pongan sus propias reglas. Me llevé este libro a un viaje reciente y vi la película cuando estaba allá. Lo único que puedo decir es que más veces de las que creemos necesitamos estar lejos (física o metafóricamente).
Y otras, necesitamos estar cerca.
Con emociones aún claras, con ojos aún nublados en ese tren de vuelta a casa, con tus palabras en una bolsa de papel, con todo eso que no sabia si podría traer de regreso, ayer no pude mirar Lima por 16 minutos en un taxi oyendo Smiths y no pensar en esta canción. And the moments that I enjoy a place of love and mysteries, I’ll be there anytime. Creo que lo sabes querido J, anytime.
Y para pasar un buen rato, un clásico que escuché hoy mientras escribía. El look de Bowie en este video es puro rock n´roll.