Me gusta tu chico III
Dije que iba a tomar una ducha, caleteando mi cara de signo de interrogación. Lo que hice en realidad fue coger mi cartera, ponerme los zapatos y salir disparada de ese departamento. Ni siquiera cogí el ascensor por temor a que David o Jenny pudieran seguirme. Bajé los once pisos mirando por las rendijas del edificio, una ciudad desconocida. Anduve no un poco, sino bastante perdida por horas. Una extraña adrenalina no me dejaba cansarme y caminé unas cuarenta cuadras. Paré para respirar. Felizmente no tuve la mala idea de haberme puesto mis infalibles love-me-two-times-babe zapatos de taco. Me miré de arriba abajo en la vitrina de una tienda de muebles. Por Dios. No sólo parecía una cantante punk en decadencia y a punto de morir de una sobredosis, sino a la que además le acababa de pasar el gremio de camiones de basura por encima.
Miré a mí alrededor. Parecía que me había estado acercando al centro de la ciudad sin darme cuenta. Empecé a angustiarme. ¿Y si todo este viaje había sido un gran error?, ¿qué demonios iba a hacer allí los doce días restantes? Necesitaba cinco aspirinas, un teléfono para llamar a American Airlines y dos litros de agua helada, en cualquier orden. De pronto vi algo que me devolvió un poco la calma. Un centro comercial. Corrí hacia como él con la seguridad de que estaba a salvo, tenía una tarjeta de crédito en el bolso. Entré y busqué en el mapa de locales mi tienda favorita sin mucha esperanza. Bingo. Ahí estaba.
Dos horas después, estaba sentada junto a 3 bolsas de H&M en un restaurante de comida rápida, devorando una hamburguesa con triple carne, una coca cola Light de 45 onzas y una cantidad infinita de papas fritas. Minutos antes me había lavado la cara, atado el pelo, cambiado de ropa, ropa interior y zapatos en el baño. Había tirado con rabia mi sexy, estúpido, y al parecer inútil, vestido negro con olor a cigarro, alcohol y sudor a la basura.
Semi-limpia y con comida en el estómago, empecé a ver las cosas de modo distinto.
Sí, aún sentía mi cuerpo excitarse al recordar ese beso casi pornográfico en el baño, sin embargo, también sentía rabia y el calorcito nada grato de unos celos estratosféricos quemándome la espina dorsal.
Pero la realidad era esta.
¿Podía molestarme con David? Le verdad es que no. David no fue, no era, ni iba a ser mi novio. Aunque jamás tuvimos ni teníamos en ese momento definido que cosa era lo que teníamos, estaba claro que la balanza apuntaba hacia la amistad más que a otra cosa, aunque ahí dentro del baño-Pixies no nos estábamos dando un beso de patas. Yo al menos, no beso a mis amigos de esa forma, ni ellos a mí. Además, luego de besarme a mí por qué no podría besar, revolcarse o tirarse a una, seis o treinta chicas. Ni siquiera podría juzgarlo, ¿sobre qué base? Igual, mi orgullo se sentía cortado por una sierra eléctrica. No podía dejar de pensar y reprocharme el haber viajado millas para verlo y pasar unos días chéveres a su lado, así como siempre habíamos planeado que pasaría. Claro que todos los planes se habían roto porque empecé a dudar de esa mágica y platónica relación especial que siempre nos unió y caí a la realidad de culo: yo era descartable, fácilmente intercambiable, es decir, para David, yo era como cualquier otra; no la persona especial que me creía en su vida. Maldita sea, no voy a poder escuchar “Modern Love” otra vez sin recordar este monólogo solitario. No sólo sentí que había perdido un poco de mi dignidad, sino también mi canción favorita del verdadero David Bowie.
Por otro lado, ¿podría molestarme con Jenny?
Estaba a punto de comenzar a responder eso cuando sonó el timbre de un teléfono. Había olvidado que David me lo había dejado para poder ubicarme o en caso de alguna urgencia. Esta emergencia era clara: amiga desaparecida. Miré al aparato sonar por mucho rato. ¿Jamás les ha pasado que de pronto, y de la nada, le tienen miedo al celular? Me fijaba como su nombre brillaba y vibraba en la pantalla, pero no me atreví a contestar. Quizás no quería saber la verdad. Para intentar no parecerme a mí misma una cobarde, me mentí y decidí que volvería a hablar con él cuando ya tuviese el asunto procesado dentro de mi mente.
Me costó un taxi de 55 dólares volver a mi hogar, dulce y prestado, hogar por los 12 días restantes. Apenas me bajé vi un auto estacionado en la puerta. Era Jenny. Y ahora ¿qué?- pensé. Estaba física y emocionalmente agotada. Con lo único que soñaba era con un baño de tina, una cama y aire acondicionado.
-Ali, ¿dónde estabas?, David te ha estado llamando y finalmente me llamó a mí a ver si sabía algo.
-Fui a dar una vuelta –dije con voz de póquer. Me hice la mujer superada y emocionalmente ultra cool que no soy.
-¿Estás loca?
No. Pensé. No estoy loca, solo me revienta que te hayas agarrado a David mientras yo dormía.
Subimos mientras le contaba mi incursión en la ciudad.
- Oye, ¿Y tu vestido de ayer?
- Ah, está en el tacho del Burger King del Centro Comercial.
Salí de la ducha y vi a Jenny mirando televisión sentada sobre la alfombra. Pensé, igual son cosas mías, ideas mías, estupideces mías. Pero Jenny abrió la boca.
-Ali, te tengo que decir una cosa.
-¿Qué pasa? (otra vez mi cara de mujer que lo que tiene todo bajo control)
-Anoche David me besó.
-Ya sabía.
-¿Cómo sabías?
-Te escuché en la cocina, o sea, no estaba segura, eso me pareció oír.
-¿Y me odias?
-Ay, claro que no, ¿cómo crees? (sí, la mujer “cool” otra vez)
-¿Lo dices de verdad?
-David no es mi novio Jenny, se puede enrollar con quien quiera.
-Además, estábamos ebrios, necios…
-Jenny, en serio, no importa…
-Pero sí te importa, Alicia.
-No, no me importa.
Y traté de creérmelo yo también. Me puse mi pijama oficial: una camiseta vieja y un par de boxers. Jenny había hecho canchita y nos pusimos a ver-sin ver- una película cualquiera, mientras nos poníamos al día, mejor dicho, chismoseábamos sobre nuestros “amigos en común”. Recordamos viejos novios, viejas modas, viejos recuerdos, viejas anécdotas y de pronto toda la noche anterior, el beso del baño, mi huida de drama queen por las calles y hasta David, se borraron de mi mente. Cuando en eso, Jenny me dice con la boca llena:
-Oye…
-¿Qué? –dije aún riendo por el recuerdo de un viaje a Puno en el que Jenny había vomitado sobre la cámara gigante de un turista.
-Es que creo que David me gusta.
Ni Linda Blair en el Exorcista hubiera girado la cara del modo y con la expresión que seguramente le puse. ¿Qué es lo que pensaba esta pendeja hija de la chingada?, ¿qué con un tazón de canchita ya todo estaba resuelto?
Me puse de pie y pensé que tenía dos caminos: o iba a la cocina y le cortaba la yugular a esta conchuda con un cuchillo de pan o trataba de ser un ser racional. Puse lo mejor de mí para hacer lo segundo sin traicionarme a mí misma, y le dije:
-Mira Jenny, si te gusta David y a él le gustas tú y te lo quieres agarrar una o mil veces, es problema de ustedes, pero por favor, a mí no me hables más del tema.
-Ali…
-Nada de Ali, en serio Jennifer, no me hables más de David y ¿sabes por qué? Porque a mí también me gusta y desde hace como veinte años (o algo así).
Nos quedamos mudas. Unos golpes en la puerta me sobresaltaron. Jenny yo volteamos y vimos a David entrar.
Terminará en el próximo post. Lo juro.
Para ti, Jenny. Bitch.