No hay hombres
Levanten la mano (y si están en una posición cómoda tipo yoga, los pies también) las que han pensado o creen con firmeza que en este planeta –o en esta vida-, NO HAY HOMBRES. Es más, quizás sea la frase más repetida del milenio. Hoy me sumo al coro de las multitudes y digo: es cierto, no hay hombres. Se extinguieron, la ley de la evolución de las especies los fulminó, se casaron en un matrimonio masivo mundial y dejaron al resto de solteras tirando cintura. Es un hecho comprobado por las estadísticas del emparejamiento moderno, la cantidad de solteras renegonas, el incremento de corazones rotos y por supuesto, las que buscan y solo encuentran ripio. No hay hombres. ¿Esperanza cero? Esa nunca se pierde, dicen. Yo he encontrado uno.
(Momento: ¡Plop!)
Pero no, no se adelanten. Como se trata de la vida y no de “La Novicia Rebelde”, este hombre no es mi “candidato ideal”, no es el capitán Von Trapp ni cualquier otro galán de fantasía. Es más, me aventuraría a decir que es todo lo contrario de lo que una mujer de mi edad, historial y creencias científico-amorosas debería buscar. No se trata de un hombre mayor que yo, divorciado, con dos hijos maravillosos que ya vivió lo que tenía que vivir, carrera exitosa o el sueño cumplido del negocio propio, reposado, listo para la monogamia eterna y dispuesto a ser un proveedor de estabilidad anímica, económica y claro, experto parrillero para los domingos familiares.
Al menos, esto es lo que me han repetido hasta el cansancio madre y padre, tías metiches, abuelitas con Alzheimer, primas a las que les parece una cuestión de estado el sacarme de mi situación de soltera de casi 40 años, y público en general.
Bueno, tengo varias cosas que decir al respecto antes de continuar con el tema del chico que conocí hace dos meses, bueno, en realidad fueron dos años y dos meses.
Primero, el ideal de padres, hermanos, tíos, metetes y demás no es igual al mío. Sin embargo, si he buscado algo así como una versión que supongo me haría feliz. Un hombre contemporáneo a mí, independiente económica, mental y emocionalmente. Alguien a quien admirar y no solo por su cara y/o cuerpo, con quien reír y poder entenderme en el plano intelectual que, sin ánimo de sonar snob se reduce a tener con quien conversar y punto.
Segundo, dejo claro que los requisitos del “hombre divorciado” me van y me vienen, no por lo divorciado sino porque ese estereotipo, como tantos, me parece un poco absurdo y bastante irreal. Un divorcio, la paternidad o una carrera no te aseguran la madurez. Muchos de los que “empiezan su vida otra vez” no quieren establecerse con una mujer sino con setenta (a la vez, si es posible). Los hijos por lo general no son un plus sino un contra para la recién llegada a una nueva relación dentro de una familia desintegrada. A lo sticker de micro: la plata no da la felicidad, nadie termina de vivir lo que tenía que vivir nunca y la única garantía segura de la edad es que es relativa.
Tercero, he buscado o mejor dicho, he estado dispuesta a dejarme encontrar. ¿Resultados? Mr. 44 me dijo que el mes que afanó estaba en mi cabeza y que sólo éramos patas. Mr. 45 me dijo que dejara que lo nuestro “fluyera” más conocido para mí como un gran “bullshit”, además de ser una frase que también he escuchado de patas de treinta tantos y veintitantos.
Además, esta vez he sido aplicada y he completado mi investigación comparando figuritas con amigas cercanas en situaciones similares y ¿qué he encontrado? Más de lo mismo. Un chico que parece ser “el pata” y que te chotea para tener con otra una relación en serio, los que nos usan de medio tiempo, los que después de la melcocha inicial te pagan un pasaje en jet a la Siberia de la ilusión; y terminamos igual que cualquier semana, sentadas una frente a la otra, samaqueadas por otra aventura fallida, tomando vino y riéndonos de nosotras mismas. Lo bueno de cometer los mismos errores o caer en situaciones parecidas una y otra vez, es que las risas muchas veces reemplazan a las lágrimas.
Saber que una no está sola en esto del desierto de los hombres también es reconfortante. Pero ojo, eso solo dura hasta que tu mejor amiga se pone de novia con alguien y ahí: ¡por favor, bájenme del Titanic y preséntenme a quien sea!
(Dicho sea de paso, esto último nunca funciona porque con las justas hay un chico para ella. Así que a hundirse nomás como los músicos en la película)
Cuarto, soy bastante consciente de haber repetido patrones, de haber escogido mal, de haber estado con alguien porque era el único perro que me movía la cola, de las muchas veces que he dejado que me elijan en vez de elegir yo, de no haber aprendido por las buenas lo que no me conviene. Lo sé.
Sin embargo y, felizmente, quinto, ahora que estoy emocionalmente disponible, soltera y con ganas de tener una relación. ¿Acaso voy a quedarme en mi casa a esperar que mi versión del “divorciado estable” me toque la puerta?, pues no. Mi vida social que ya anda medio activa no ha traído nada nuevo (o bueno) al horizonte. No pienso mudarme de país, como me han aconsejado varias personas, para buscar ese “alguien”. Ya viví en otro país por muchos años, y soy la prueba viviente de que una relación con un extranjero puede funcionar o no. Los patanes no tienen nacionalidad. Los cretinos solo usan su pasaporte para ir de bar en bar en busca de la Srta. Next.
Dicho todo esto, creo que estoy en mi total y absoluto derecho de mandarme a ser feliz con quien me hace feliz aquí y ahora.
A pesar de los riesgos, banderas rojas y salvavidas emocionales que me alertan. El chico en cuestión es menor que yo, no estamos para nada en la misma etapa de vida, no es una persona independiente ni económicamente estable, yo de lejos tengo más claro lo que quiero en un futuro más o menos cercano, nunca le han roto el corazón antes (es decir, es virgen emocionalmente) y yo sería una especie de primera ilusión de su vida adulta, cosa peligrosa si la comparamos con el síndrome del entusiasmo pasajero. Ambas presentan los mismos síntomas y es imposible, seguro más para él que para mí, distinguir de qué estamos hablando.
Pero si vamos a hacer un balance. Las banderitas verdes también aparecen en el mismo panorama. Me hace feliz. Y no estoy feliz porque no estoy sola. Sino porque me hace feliz. Lo escribí dos veces sin darme cuenta. Ando contenta. Es una persona distinta a las personas que suelo conocer. No tiene que ver con el mundo en el que me muevo y eso me gusta. Es simple sin ser aburrido, no trata de aparentar ser más inteligente ni profundo de lo que es, ha vivido mucho para su edad y quizás eso hace que no se espante de nada y salir corriendo a la primera (como ciertos especímenes que he conocido en el pasado que antes de vivir una situación intensa o solucionar un problema corrieron debajo de las faldas de su mami o su ex), disfruta de las cosas sencillas, ama probar cosas nuevas y le gusta reír conmigo.
Me sorprende con pequeñas sorpresas que yo pensaba que ya no existían. Quiere tener fotos conmigo, quiere que sea su novia, no quiere que salga con nadie más, quiere cogerme de la mano cuando caminamos, quiere besarme todo el rato, quiere que todo su tiempo libre sea nuestro.
En el mundo de “hay que dejarlo fluir” y “aprovechemos el momento, mami”, estas son gratas novedades.
Hechos, no palabrería barata.
Olvidaba un detalle importante: quiere hacerme feliz. Hasta ahora lo está logrando.
Eso es lo que sé hasta ahora. Quién sabe y me vaya a enterar de más en el futuro cercano. Y todo esto viene en un paquete tan imperfecto como el mío en el que claro que hay cosas que no me gustan tanto, pero que no me frenan.
Yo, bueno, ya saben que tengo los mismos problemas para comprometerme que Julia Roberts en “Eat, Pray, Love”. Sin embargo, el miedo de salir mal parada y mi desconfianza son las mismas barreras de protección las tendría con cualquier hombre que me plantee y con quien yo quiera una relación.
Así que ¿por qué no?
La estoy pasando bien y la verdad, a veces cansa eso de andar buscándole tres pies al gato que es lo mismo que encontrar al hombre perfecto. A veces, uno real basta. Quizás no es el que buscaba sino el que encontré.
Y como estoy en falta (el sueño de trabajar en la empresa propia me ha tenido un poco ocupada), mañana les prometo otro post sobre cómo pasó esto tan extraño que me hace sonreír de solo recordarlo. Así ojalá me perdonen la ausencia.
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Ya lo decían los Pixies.
Otra más de mi nuevo soundtrack. Para ti.