Alea, Mohammed y Dana, rescatados en el Mediterráneo
Alea está embarazada de cinco meses cuando el barco de madera en que va con su marido para huir de la guerra en Libia se hunde con 600 personas a bordo. Desde hace una semana, ella ha estado preocupada ya que su bebé no se mueve y no puede comprobar si está vivo. Ella y su esposo estaban desesperados por salir de Libia. Ella no pudo acudir a los servicios de salud, porque no se podían permitir un hospital privado, y los públicos están reservados para los libios.
Alea está temblando, sus piernas parecen hechas de barro, cuando se la ayuda a subir a bordo del Dignity 1, barco de búsqueda y rescate de Médicos Sin Fronteras (MSF) en el Mediterráneo. Apenas puede contener las emociones, está tan aturdida y aterrorizada por la tragedia de la que acaba de ser testigo.
“Yo estaba en el interior del barco cuando empezó a hundirse”, manifiesta unos minutos más tarde, ya calmada. Su marido Mohammed subió a bordo del Dignity tan solo en ropa interior, mojado hasta los huesos. Fue él quien se zambulló y sacó a su esposa a la superficie, cuando se encontraba atrapada entre los restos del barco hundido.
“Yo estaba segura de que había llegado mi fin. Él me salvó la vida”. Pero su bebé de 5 meses puede no haber sobrevivido a la conmoción y el estrés del viaje.
En el área hospitalaria, la matrona de MSF, Astrid, coloca cuidadosamente a Alea sobre la cama para tratar de detectar los latidos del bebé. Es un momento tenso. En la esquina está Dana, una joven de 17 años, procedente de Damasco, que también iba en el barco y se hizo amiga de la familia. Dana sonríe y traduce las preguntas de la matrona del inglés al árabe: “-¿cuándo fue la última vez que sintió al bebé?” “-Hace una semana”.
Dana se unió a Alea y a Mohammed en Libia, cuando ella también huía de la guerra en su ciudad natal, Damasco. “Estaba tan cansada de ver muerte y sangre cada día…”. Ese era su último año en la escuela secundaria. Ella y su padre emprendieron el viaje por un camino larguísimo y peligroso hacia Turquía, pero no pudieron avanzar hacia Grecia porque esa ruta implica una larga caminata y el padre de Dana tiene ya 65 años. Por lo tanto, viajaron en avión desde Turquía hasta Libia y, después, embarcaron en el bote. Ahora se tranquiliza, como silenciada por el recuerdo de lo que les sucedió a continuación.
El silencio dramático en la habitación del hospital se rompe al fin por el sonido, al principio discreto, y a medida que Astrid mueve la mano, aumentando cada vez más claro hasta el sonido de un latido. Este es el corazón de un bebé de 5 meses, que Alea temía que hubiese muerto, y que su marido salvó cuando sacó a su esposa del interior del barco hundido.
Copyright de la imagen: © Marta Soszynska/MSF