La gran niebla de Londres de 1952: ¿Hemos aprendido algo desde entonces?
La naturaleza le da ocasionalmente al ser humano una seña de su inmenso poder. Es como si le dijera al hombre: “mira mi querida y débil criatura, esta es una pequeña muestra de lo que te podría pasar si me sigues maltratando”… Y eso fue lo que sucedió exactamente hace 62 años en la ciudad de Londres.
El 9 de diciembre de 1952 Londres salía del desastre climático más dramático y letal de la historia de la humanidad: La Gran Niebla de Londres, conocida también como la “neblina de color de sopa de alverjitas verdes” que se fue dejando 12.000 cadáveres en la ciudad y a sus autoridades divididas acerca del origen del desastre.
Al contrario de lo que se piensa, Londres nunca fue una ciudad con niebla constante, eso sucedió solo después de la revolución industrial. Fue recién luego de que decenas de fábricas y enormes plantas eléctricas a carbón se construyeran en pleno centro de la ciudad, que Londres adquirió la fama de ser “la romántica ciudad de la niebla”. Se dice que el pintor Monet admiraba los amarillos, verdes, marrones y anaranjados de la contaminada niebla de Londres.
Pero la mañana del viernes 5 de diciembre de 1952 fue una mañana diferente. Los londinenses despertaron sorprendidos porque en las calles no había brisa, al salir de sus casas, la gente tuvo la impresión de que no había salido de su habitación, no corría el viento.
Luego vino la pesadilla, en pocas horas, la habitual niebla aumentó tan rápidamente, que a media tarde, la gente ya no podía manejar, no se podía ver más allá de uno o dos metros de distancia. En una entrevista a la Radio Pública Nacional de Estados Unidos en diciembre del 2002, Stan Cribbs, que en esa época trabajaba para la agencia funeraria de su tío, cuenta como la caravana funeraria que iba al cementerio tuvo que detenerse porque no podía avanzar. Stan veía como su desesperado tío no podía guiar a la carroza que llevaba el féretro ni siquiera poniéndose delante de ella con una poderosa linterna. Cuenta Cribbs que parecía que alguien hubiera quemado miles de llantas y que debido a que el humo no circulaba, se había formado una enorme pared de humo amarillo verdoso. Era como que si de un momento a otro, te hubieras quedado ciego, recordaba.
Al día siguiente, sábado 6 de diciembre, la cosa se puso peor porque los hospitales empezaron a recibir cientos de llamadas de auxilio y decenas de ambulancias, atrapadas en la niebla, no podían llegar a su destino. El resultado fue que centenares de personas empezaron a morir en sus casas asfixiadas por súbitas crisis de asma y neumonitis (inflamación química de los pulmones). Otros centenares de enfermos, que llegaban caminando a duras penas al hospital, eran hospitalizados y morían inmediatamente de neumonitis o días después de neumonías y bronconeumonías. Los hospitales no podían manejar el número de cadáveres que se producían en pocas horas, solo ese día, más de 500 personas murieron.
La niebla era tan espesa que se concentraba incluso en lugares cerrados. La función de la ópera La Traviata, en el Teatro Sadler tuvo que ser cancelada después del primer acto porque los espectadores no podían ver el escenario, lo mismo sucedía en las salas de cine. Las bibliotecas tuvieron que cerrar, los bibliotecarios tenían dificultad para caminar entre los estantes de libros. Como en toda catástrofe, la gente de mal vivir aprovechó el incidente para robar casas y tiendas. La gente describía el humo como “espeso” y con un intenso e irritante olor a azufre.
El domingo 7 y el lunes 8 la cosa continuó de mal en peor. La visibilidad se redujo en ciertas aéreas a solo 30 centímetros y la ciudad se paralizó, los carros eran abandonados en las calles y todos se quedaron encasa, nadie pudo salir. Mauren Scholes, enfermera del Real Hospital de Londres, contaba que el humo era tan espeso que cada noche su ropa interior estaba manchada con hollín.
Pero así como apareció tan súbitamente, el viento reapareció y la niebla desapareció la mañana de un día como hoy, 9 de diciembre. Poco a poco los londinenses volvieron a sus rutinas y el trauma de la gran niebla de Londres los hizo por primera vez pensar que con el medio ambiente no se juega.
¿Qué había pasado? ¿Cómo se explican los acontecimientos de diciembre de 1952?
En primer lugar, el 5 de diciembre se produjo un fenómeno climático llamado anticiclón, que hace que la temperatura baje mucho en la superficie y se caliente en la atmosfera (inversión térmica). Esto hace que la circulación de aire se detenga y las partículas solidas y gaseosas se concentren en un solo punto, en este caso en la ciudad de Londres y el sur de Inglaterra. Esto explica el que la gente se diera cuenta que no había brisa, que el aire no circulaba.
En segundo lugar, Londres era ya una ciudad enormemente contaminada. Desde la revolución industrial, existían muchas fábricas situadas en el cono urbano y a pesar de la oposición del Rey, se habían construido tres enormes plantas de energía a carbón en pleno centro de la ciudad. La quema de carbón produce una enorme cantidad de partículas sólidas (hollín) y, de acuerdo a la composición del carbón, gases como el bióxido de carbono y el dióxido de sulfuro.
Para empeorar esa contaminación, el sistema de tranvías eléctricos de la ciudad acababa de ser reemplazado por “modernos” ómnibus con motores diesel, ocho mil de los cuales empezaron a funcionar seis meses antes del desastre.
En tercer lugar, los días anteriores al 5 de diciembre habían sido muy fríos y la gente había quemado enormes cantidades de carbón en las chimeneas de sus casas para calentarse. En esos años post guerra, Inglaterra atravesaba una grave crisis económica y el carbón más refinado era exportado y el carbón más barato, con enorme cantidad de azufre en su composición, era el que se usaba en las casas. La quema de ese carbón barato no solo producía enormes cantidades de hollín, sino también del venenoso gas dióxido de sulfuro.
En más de un millón de hogares se quemaron enormes cantidades de carbón los días anteriores al desastre y al quedarse en casa durante los cuatro días de niebla y frio intenso, la gente siguió quemando más carbón…
El resultado de esa combinación de factores fue que toneladas de hollín y gases se acumularon en el aire debido a la falta de viento causado por el anticiclón. De acuerdo a la Oficina Meteorológica del Reino Unido, el desastre produjo cada día 1,000 toneladas de hollín, 2,000 toneladas de bióxido de carbono (CO2), 140 toneladas de acido hidroclorhídrico, 14 toneladas de compuestos fluorados y 370 toneladas de dióxido de sulfuro que se convirtieron en 800 toneladas de acido sulfúrico (sustancia que explica el olor a azufre y el color de sopa de alverjas verdes de la niebla). Toda esa mortífera mezcla fue respirada por los pobres londinenses durante cinco días, causando, de acuerdo a recientes estudios, nada menos que 12,000 personas muertas.
Legado
Ese gran desastre obligó a pensar en el rol del ser humano en la contaminación del medio ambiente, aunque en el parlamento británico, el primer ministro Harold McMillan aseguraba que el desastre había sido un mero fenómeno problema climático y que cualquier intento de regular las emisiones de humo de la industria podría causar enormes problemas económicos al país. Sus autoridades sanitarias manipularon los datos y solo reconocieron 1,200 muertes porque dijeron que todos los otros miles que murieron después del 20 de diciembre habían muerto de la gripe y no por la contaminación.
Y si a usted amable lector le parece, después de leer esta historia, que lo que sucedió fue una aberración de la naturaleza y que en estos tiempos modernos no va a suceder, recuerde que Beijing y otras grandes ciudades Chinas están soportando la contaminación ambiental más severa de su historia, haciendo que los pobres chinos caminen como fantasmas cubriéndose la nariz y la boca con máscaras y bufandas en medio de una densa sopa gaseosa de contaminación. La OMS calcula que 1.2 millones de chinos murieron en 2010 por la contaminación ambiental.
Y en el Perú, además de otras fuentes de contaminación, alcaldes y ciudadanos siguen acumulando y quemando basura en calles y plazas, pensando que el humo se lo lleva el aire… No se dan cuenta esos irresponsables que las sustancias químicas de sus quemas ingresan a los pulmones de inocentes niños y adultos que tienen que soportar la ignorancia y el maltrato de gobernantes y ciudadanos a la par.
Creo que es poco lo que hemos aprendido desde 1952…