El poder de rebotar
Una de las cosas más valiosas que he aprendido en mi vida es a rebotar. Y cuando digo rebotar me acuerdo claramente de esa pelota roja de jebe que adoraba cuando era chica. Mientras más fuerte la tiraba contra el piso, más alto rebotaba. Era mágica, era invencible: parecía que desafiaba la fuerza de gravedad con orgullo y hasta con furia. ¡Siempre rebotaba más alto, más fuerte!
Hay un concepto que se llama resiliencia, que es la capacidad de adaptarse positivamente a situaciones adversas. Pero rebotar es diferente. Es mucho más que adaptarse o sobrevivir a una situación. Tiene que ver con regresar de situaciones duras o difíciles, y hacerlo con más brío. Es volver con más fuerza, con más ganas, con más energía, con más altura, con más éxito. Es regresar ganador, es volver llegando más lejos y con mejores resultados que antes. Con avances.
Y es que a veces la vida nos tira al suelo. Y nos trae nuestra cuota de desilusiones, pérdidas o desengaños, tanto en lo personal como en lo profesional. Nunca falta una deslealtad o una traición, un mal jefe que no cumple, una calumnia, un engaño, algo que salió mal o no se dio, un sueño que se acaba, un despido sorpresivo, una idea de futuro que no da para más y nos quita toda la energía. Las razones por las que nos caemos son muchas, y nuestra reacción es diferente en cada oportunidad. Pero sabemos bien cómo se sienten, cómo duelen, cómo pueden hundirnos.
El saber que puedo rebotar –la idea de rebotar– ha contribuido varias veces a generar el punto de inflexión de la recuperación y me ha guiado por el camino de regreso, impulsándome a retomar mis metas u objetivos con renovadas ganas. Saber que rebotaré –esa fe absoluta de que lo haré con toda la ayuda de Dios– me ha motivado, me ha dado ánimos, me ha dado esa fuerza divina que ha sido la fuente de mi inspiración. Me ha posicionado para triunfar sin importar qué tan dura sentí la caída –o el empujón–.
Para mí y para los tantos miles que se han recolocado en mejores posiciones laborales –luego de una salida involuntaria, por ejemplo– la creencia liberadora de que rebotaremos, idea nueva para muchos, cambia el paradigma de hasta dónde podemos llegar luego de rebotar.
Y contribuye efectivamente a sacarnos de la parálisis o apatía que pueden generar la autocompasión, la resignación o la pena. ¡Y es que rebotar es resurgir para llegar más alto aún! ¿Por qué rebotar funciona? Creo que es porque cuando uno se cae, aprende. Se fortalece. Cada dolor enseña. Cada fracaso deja lecciones, nos hace madurar. Nos obliga a ordenar prioridades. A saber qué queremos y cómo lo queremos. A pensar en salidas o soluciones. A evaluar opciones, necesidades. Y a sacarnos el equipaje extra que ya no sirve.
A convertir nuestros miedos y dudas en nuestros mejores aliados. En otras palabras, nos prepara para regresar a la batalla mejor equipados, con las ideas y estrategias más claras, y el espíritu hambriento de éxitos y logros. Caer nos hace más sabios, rebotar nos hace triunfadores.
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