Aire, luz y libertad
En los últimos meses, los balcones en los edificios de vivienda han demostrado su indiscutible valor en la calidad de vida de las personas, al ofrecer aire, luz y libertad, aliviando un poco el encierro que ha implicado la lucha contra la pandemia.
El balcón, por más que tiene una larga tradición en nuestra cultura urbana, ha sido olvidado en el proceso de densificación y verticalización de la ciudad de los últimos 20 años. La necesidad de aire fresco y de estar en contacto con el exterior es una necesidad de salud física y psicológica reconocida desde los primeros estudios del existenzminimun en la Europa de la primera posguerra. Desde la década de 1920, la urgencia de reducir la enorme brecha de vivienda en las ciudades europeas, llevó a establecer el mínimo de una unidad de vivienda que garantice el habitar digno de las personas. Aire y luz garantizado por los balcones o terrazas se ha mantenido como parte de esas necesidades esenciales para el hábitat humano.
Si bien el balcón es un espacio que principalmente nos permite recibir el aire fresco y estar en contacto con el exterior, este elemento arquitectónico ha cumplido diversas funciones a lo largo de la historia en nuestro país. Entre las más conocidas están el balcón limeño, con celosía para el control visual, el balcón sanitario para el tratamiento de enfermedades como la tuberculosis, el balcón moderno libre y abierto hacia el exterior, e incluso el balcón político, elemento escenográfico para discursos de diversa índole. De esta forma, el balcón ha cumplido diversos roles espaciales que al día de hoy se siguen reinventando. En la arquitectura contemporánea vemos como el balcón cumple la función de contener un paisaje construido, amortiguando la vista con vegetación y otros elementos que vemos desde nuestra vivienda. Asimismo, el balcón cumple el rol de ser la extensión de un espacio interior, ampliando de forma temporal el área de un ambiente de la vivienda y permitiendo así un mejor desarrollo de ciertas actividades.
Finalmente, los balcones son elementos que median entre lo privado y lo público, entre nuestra individualidad y la comunidad. Son espacios de transición entre nuestra casa y la calle, nos otorgan un lugar para reconocer a los vecinos, y nos alertan de lo que pasa en la misma calle. Estos elementos no solo son indispensables para la construcción de nuestra conciencia como ciudadanos, sino también importantes para que la sociedad contemporánea sea cada vez más solidaria.
Frente a todas estas cualidades, surge la evidente pregunta: ¿Por qué no todos los edificios en la ciudad ofrecen balcones?
Por un lado, desde el sector inmobiliario se argumenta que el mercado no lo “paga” y por ello la mayoría de los proyectos inmobiliarios no lo ofrecen, apareciendo balcones solo en edificios de clase alta como un “lujo” adicional para hacer más atractivo el producto. Estamos en un país donde la vivienda responde solo a la oferta y demanda del mercado, y ahí radica el problema. Si bien debemos aspirar a que la propia ciudadanía lo demande, la calidad de vida de las personas debe estar garantizada desde el estado y por ello la normativa tiene un rol fundamental que no está sabiendo utilizar.
En muchos países los balcones o terrazas se entienden como aspectos esenciales en una vivienda y se promueven desde la normativa urbana. En España, por ejemplo, los balcones no cuentan en el cálculo de constructibilidad o coeficiente de edificación; por lo tanto, las empresas inmobiliarias ofrecen balcones porque son áreas que no suman al área construida del edificio, pero si suman al área vendible de la vivienda. De esa forma, gana el inmobiliario, gana la calidad de vida del propietario y gana la ciudad.
Hoy en tiempos de pandemia, se hace urgente repensar las condiciones “mínimas” para garantizar la calidad de vida que ofrecen las viviendas en la ciudad, una tarea que debe hacer de manera conjunta el estado, promotores y usuarios. El balcón ha demostrado su papel fundamental en la mejora del hábitat, y sobre todo, ha confirmado ser un medio para —desde la privacidad de nuestro hogar— relacionarnos con la calle, con lo que pasa en el exterior, recordándonos que somos parte de una colectividad, de cuyo reconocimiento hoy depende nuestra supervivencia.
Marta Morelli
Estudio: K+M Arquitectura y Urbanismo