La ensalada más jugosa
Pasadas las fiestas me quedo con dos ideas opuestas. La primera, que es momento de comer sano para compensar por el lujurioso frenesí culinario de las últimas semanas (¡ñam!). La segunda es que, hasta que el año no termine, todavía espero que los platos tengan ese toque glamoroso al que una se acostumbra después de tanta celebración. Desde los frutos secos en los arroces hasta esas salsas que nunca comes porque llevan ingredientes impronunciables. Como sea, mi paladar pide un poco más de todo eso, solo un poco. Así que he ideado un plan. Y parte de un secreto de mi abuela.Cada 25 de diciembre, para el almuerzo familiar, mi abuela Evelyn prepara una ensalada de frutas (mezcla entre fruta fresca y ese coctel de frutas en almíbar que se encuentra en todos los supermercados) que, irónicamente, nunca se come de postre. Su ensalada tiene un twist, eso sí. Le sirve toda una bolsa de crema de leche fresca, pero sin azúcar. Es un sabor sin pretensiones, y es maravilloso. Con esa inspiración en mente es con la que he combinado mis dos objetivos anteriores. El resultado es una fiesta de color.
Preparé una ensalada de frutas esta Navidad, pero esta vez con la clara intención de que sea un postre. Para eso, la hice notoriamente dulce. La crema, en vez de servirla líquida, la serví batida. Al no llevar ni harina ni chocolate ni huevos ni ningún otro adorno no se hace pesada; justo lo que necesitaba para una noche de verano. Y lo bueno de las recetas nuevas es que, en ocasiones, se convierten en una tradición. Tengo entendido por quienes la probaron ese día que esperan verla el próximo año en la mesa también.
Entiendo que de eso se tratan, precisamente, las tradiciones. ¿No?
Necesitas:
-Ron (el que tengas en casa, no utilices uno demasiado caro porque no es necesario, pero sí es importante que sea uno de calidad).
-Canela en polvo.
-Azúcar rubia.
-Una bolsa de crema de leche.
Frutas:
-1 piña Golden, cortada así.
-1 kilo de fresas y 1 maracuyá.
-2 mangos grandes, cortados así.
-2 tunas (cortadas así) y 2 granadillas.
-1 cajita de blueberries.
-1 caja de uvas sin pepa.
Preparación:
Primero, pon en un bowl las frutas menos jugosas: blueberries, uvas, mango y tuna.
Añade la maracuyá (una sola, con dos se pierden los otros sabores).
Y las dos granadillas.
Luego, de 3/4 a 1 vaso de ron (un vaso regular, evidentemente; no largo) y una taza de azúcar rubia. Déjalo reposar mientras picas la fresa.
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Una vez que el jugo del primer grupo de frutas haya empezado a tomar color, sirve la piña.
Luego, incorpora las fresas cortadas en trozos grandes; unos 3 trozos por cada una. Verás que hay un montón de fresas, pero no temas. Es necesario.
Espolvorea un poco de canela en polvo, mezcla todo muy bien y llévalo a la refrigeradora por, al menos, 4 horas antes de comer (mientras más tiempo pase, mejor). El ron y el azúcar harán que todos los jugos de las frutas se concentren de una manera gloriosa, brillante. No te preocupes por la cantidad: no notarás el sabor a alcohol, te lo aseguro.
Sabrás que está listo cuando la piña golden se vea rojita. Chequea el azúcar, porque es posible que puedas necesitar añadir un poco más según tu gusto. Para servir, bate la crema de leche (con la batidora o mini pymer) sin azúcar -ojo, esto es muy importante- hasta que llegue a un punto consistente. Esto te tomará de 3 a 5 minutos, dependiendo de la potencia de tu artefacto. Sirve una buena cucharada de la ensalada, con generoso jugo -que estará rojo, concentrado y poderoso-, y corona con un poco de la crema batida.
Preparé la ensalada nuevamente, esta vez para un encuentro de fin de año con mis compañeros de la revista (arriba tienes la foto). Confieso que lo hice con temor. Llevar fruta (“la fruta no es postre, oe”) para un grupo de periodistas podía ser visto tanto como una catástrofe gastronómica o como una alternativa hipster.
Afortunadamente, no fue ninguna de las dos. Debo decir con relativa modestia que no sobró ni una fresita. Ni una.