El infierno es el otro
Apretado en las fauces de una biblioteca pongo a andar los relojes. Es un reducto borgeano donde me escondo para comunicarme con los muertos. Mis muertos son los autores.
Dante me recuerda que el infierno es un asunto serio, una jaula sin llave. Boccaccio me lleva al refugio de su fantasía en medio de aquella gran peste. Invado la historia de Egipto y el arte de la India. En el albor del día Camus y Séneca se entrecruzan para susurrarme sobre la condición humana. La decepción no es un tema nuevo para quien vive y lee a la vez. Con la piel rota y los ojos inyectados por la tinta me proveo de una gran curiosidad: ¿Es el hombre malo o bueno?
Los libros me señalan la finitud y la tragedia. Sorbo de la ficción griega y de su filosofía. La clasificación no existe ni en mi casa ni en mi biblioteca. Puedo signar mis pasos por el azar. Ayer leí a Cortázar, mañana me asalta Platón. De Gil de Biedma saltó a la filosofía de Balmes. Y vuelvo a la pregunta de siempre sin que los libros me sirvan de mucho: ¿Es el hombre malo o bueno?
En la vida real hay quienes no responden a mi llamado. A veces otros huyen de mi dolor. Hay correos que no tienen respuestas, ojos que no son solidarios. Sumo las monedas que caen en la lata de un pordiosero. Me quedo una hora observando los muros, la piel del otro, los muros. Siempre los muros, siempre extraños. Pienso en la indiferencia y me pregunto si ella es una de las caras de la maldad. Vuelvo a Camus, a “El extranjero”, a Schopenhauer rabioso y pesimista. Me rescata Roth y la muerte de su padre, la muerte del mío, mi libro, que es la perpetuación del dolor de Manrique…”Somos los ríos”.
Vuelvo a la pregunta que se hacía Bunge en un artículo que yo mismo transcribí para las páginas de El Dominical ¿Es el hombre malo o bueno? Honestamente no me seduce la indulgencia de Bunge. No creo en los matices. Soy pesimista. La indiferencia es una maldad ociosa, pero maldad al fin. Epicuro me invade, el placer lo es todo, el hombre es ávido de goces, hay que perdonarlo. Diógenes el cínico me vuelve a mi barril, a aquella condición de perro a la que debe volver el hombre. Me escondo en la esperanza de “La noche oscura”, San Juan de la Cruz me ofrece el reposo de sus versos.
Vuelvo a la realidad. Pienso en los golpes y los cuchillos, las vastas traiciones, los látigos que a la mala dieron en mi cuerpo, en los ojos fieros y las intrigas gratuitas, en las malas entrañas que se jugaron mi cuerpo, en las mezquindades que suele abrazar un poeta.
Finalmente y al clarear la lámpara de mi escondite hallo la respuesta…
(Continuará)