El periodista
El periodismo tiene como sustancia la verdad. Desde luego que quien se acerca a él desde otras disciplinas descubre que el rigor fuerza a hacerse de algunas herramientas que le son indispensables.
El procedimiento no es sencillo, es leer la realidad como cuando se lee un texto y la realidad se lee con ojos objetivos. Un hecho ocurrió, la investigación recurre a las fuentes y las fuentes son los testigos y los testigos no siempre son leales a la realidad, son subjetivos (los habitan sesgos y pasiones). Entra, entonces, a tallar la lógica deductiva, el cotejo, la observación del escenario, la concordancia de los elementos. Mientras tanto, el juicio aguarda su turno. Nos referimos en este tramo solo a la información, que dista de la opinión hasta que se complete y perfeccione aquella.
Todo indica que la perfección o la aspiración a ella debe ser el dominio del periodismo, pues la verdad es perfección, el hecho es el objeto, solo el objeto y no más que el objeto, siguiendo la línea de Teilhard de Chardin. Las cosas son las que son o, en términos de San Agustín, “la verdad es lo que existe”, verum id quod est. Ni más ni menos. Allí la perfección.
Pero el periodista es humano, perceptivo, frágil, no es una máquina recolectora de hechos y muchos son los obstáculos que se interponen entre él y la verdad. Primero saltan los engaños de la percepción, los prejuicios sutiles, los temores y apasionamientos individuales, la opinión previa como filtro inconsciente y, por cierto, los asuntos inmediatos que perfilan la imperfecta humanidad del investigador: una preocupación familiar, una inquietud desconcertante, una enfermedad (que aunque pasajera, perturbadora), un desasosiego, una inesperada batalla personal, una abrupta emboscada del inconsciente, etc. ¿Quién no ha pasado por alguna de esas vicisitudes? No obstante, al lector no le importa ni tiene por qué importarle, no es su juego, no le debe al escritor, al periodista ni al intelectual un atisbo de complacencia o comprensión. Terreno difícil el de bucear en las aguas densas y agitadas de la verdad. Tal es el reto.
Pese a esas limitaciones tangenciales, la esencia y norte del periodista que se precie de tal, con experiencia o sin ella, es la honestidad. Este es el único valor sostenible en el trajín y en el tiempo. La veracidad depende del receptor más que del emisor. Creer y juzgar lo que se lee es un asunto íntimo e insobornable del lector.