Amores y desamores del poeta
Asumo que hay eventos que el hombre puede decidir y otros no y que la libertad suprema es encaramarse por sobre los sentimientos para dominarlos. En ese momento muere el poeta que nos habita. Si trazas versos, podrías lapidar tu poesía por la vana pretensión de la inflexibilidad y la dureza.
Pero advierto, los amores más intensos y memorables tienen visos claros de despedida, agenda y pauta de fuga. El amor romántico esencial, como fuego artificial, explosión y luz cegadora ha de durar lo que el asombro dura ¿Y si les cuento lo que hubiera ocurrido si Romeo y Julieta vivían 40 años de matrimonio? Puede ser una hermandad feliz o hermandad a secas o acaso una enemistad silenciosa; por su lado, la pasión y el romance, que enriquecen e hinchan los pechos y alumbran los ojos pueden durar el tiempo veloz de un instante, un día, un mes, un año y a la vez, poblar un tiempo eterno que nunca fugará de nuestras manos. Tal sabiduría proviene de un gran libro sobre el que más tarde opinaré.
Bueno, me desvié cuando lo que quería era contar las venturas y desventuras de Juan Ramón Jiménez. Conté alguna vez de la broma que le jugó José Galvez desde Lima, quien se hizo pasar como una dama limeña que encandiló al poeta español. Algo he leído de sus lances amatorios y, finalmente, de su leal amor por Zenobia, que no juzgo con extrañeza pese a mis primeras palabras.
Sin embargo, el poeta, por poeta, por intenso, por sublime o por lo que fuera también enamoró a otras sin corresponder. Una de ellas fue una bella y extraordinaria mujer llamada Marga Gil Roeset, que mereció mejor suerte o que hubiera entrado a colar si no fuera porque Juan Ramón amaba realmente a Zenobia, su mujer. De ojos verdes alabastro y mirada dulce, con talento y de una belleza fresca, en sus cortos 24 años y a solo tres meses de conocerlo, tiró todo por la borda. No era una dama con carencias afectivas, provenía de un hogar bien constituido y hubiera sido la musa esencial de cualquier poeta más abierto al tamaño de la oferta. Pero, en este caso particular, Juan Ramón se cerró al color y al horizonte. Era su prerrogativa. Si hizo mal o bien, no lo sé.
Marga no fue correspondida y por destino final dejó en manos del vate (futuro Nobel) una carta con unas letras que decían: “No lo leas ahora”. Fueron las últimas palabras que Marga Gil dijo a Juan Ramón en la casa de aquel. Marga arqueó la boca, humedeció los ojos, dio unos pasos, abrió nuevamente la puerta del despacho del escritor y se fue lentamente a su taller de escultora y allí destruyó todo su trabajo a furia de martillo, excepto el busto de Zenobia Camprubí, la esposa de su amado Juan Ramón. Quizás este desenlace oscuro no hubiera sido tal si Marga no entablaba amistad simultánea con la pareja ¿Marga misma se cerró? ¿El inquieto Juan Ramón se cerró?Pronto y lejos de él, ella tomó un arma y se voló los sesos. La bella dama tenía apenas 24 años y él cursaba los 51.
“No lo leas ahora”…Decía el mensaje de la enamorada artista:
“…Y es que…
Ya no puedo vivir sin ti
…no… ya no puedo vivir sin ti…
…tú, como sí puedes vivir sin mí
…debes vivir sin mí…”.
Es recién ahora y por deseo (aunque ya muerto el poeta) que se publica “Marga”, libro editado por la Fundación José Manuel Lara. Se añaden artículos de Juan Ramón y de su mujer sobre Marga. Hay fotos y notas de Marga y de sus trabajos.
El país, de España, publica una de las páginas de este diario de la desventurada escultora:
“Zenobita… vas a perdonarme… ¡Me he enamorado de Juan Ramón! Y aunque querer… y enamorarse es algo que te ocurre porque sí, sin tener tú la culpa… a mí al menos, pues así me ha pasado… lo he sentido cuando ya era… natural… que si te dedicaras a ir únicamente con personas que no te atraen… quitarías todo peligro… pero eso es estúpido”.
El País redacta unas líneas que sintetizan toda una sabiduría: ” ‘No lo leas ahora’ es un asomo al amor que revitaliza la vida y, a su vez, esteriliza a quien no es correspondido, mientras vive de migajas secretas que son el triunfo de su existencia”. Luego recoge estas letras dolidas:
“…Y no me ves… ni sabes que voy yo… pero yo voy… mi mano… en mi otra mano… y tan contenta…
…porque voy a tu lado”.
Desde luego que existían mil opciones, pero no las precisaré. Solo habré de decir que cuando una puerta se sella, siempre quedarán las llaves de cien puertas por abrir. La vida debe ser lo último que se pierda en el intento.