Poeta y poema
“Todo fue una equivocación, yo creía que quería ser poeta, cuando en el fondo quería ser poema”, dijo Jaime Gil de Biedma. Y es real, ser flecha y tocar el corazón es mejor que ser el arco que solo se contempla. Ser poema, transmutar las fibras de un corazón, es mejor que ser solo aquel que escribe en el linde de la maravilla o el prodigio.
Un poeta le escribe a una musa sus mejores creaciones y recibe de ella un elogio por su talento, cuando no es precisamente el elogio lo que busca ni el talento lo que sobrepone al sentimiento que aguarda. Un predicador perfila su oratoria como un canto angélico, pero “no persuade” ni ara. Un arquitecto registra entre sus prodigios la más bella casa, pero las loas no le sirven si la casa no es funcional, y así, en general, la labor del creador, del intelectual, del artista no hurga la buena crítica, que solo nutre la vanidad. De poco sirve el vehículo si no LLEGA.
Se busca más. Las buenas letras o la más impresionante escultura pueden adornar el paisaje y convertirse en parte de él ¿Y qué? ¿Acaso la contemplación es un objetivo que acaricie el creador? Quizás algunos sí, como los vanos intelectuales cuyo objeto no es más que impresionar o los eclesiásticos que se lucen por su barroca palabra sin introducir, en su sustancia, a Dios en el corazón de nadie. Ya para fuegos fatuos y luces pálidas están los políticos.
No, de eso no se trata crear ni hablar ni escribir, sino de llegar al corazón para regirlo, para inyectarse en él como una lumbre, para transformarlo y penetrarlo como un aire denso y tibio, para abrazarlo como una luz imperecedera.
¿Será esa la razón por la que amanecí con la imperativa inquietud de ser poema y no poeta?