Don Juan contra el Quijote
Recordaba una extraordinaria puesta en escena de Don Juan y un artículo antiquísimo de El Dominical escrito por Alejandro Casona acerca de este personaje al que algunos hombres parecen rendirle culto.
Don Juan se condena a los fuegos del Hades, aunque aguarda la redención por clamor ajeno. Más, en vida, se la hace bien a la ventura, tramando caricias y besos en bocas y cuerpos innumerables. No juzgo su inagotable capacidad ni su voracidad inmensurable, pero este es uno de esos personajes que no ama, que no se enamora, que ejerce sobre el espejo el papel de un narcisista de habitué. No niego que sea feliz y que respire la vida y la contagie, pero el cielo terreno está algo lejos de sus pies.
A diferencia de este personaje creado por Tirso de Molina y recreado por infinidad de escritores y músicos (cuéntese a Zorrilla, Byron, Espronceda y Mozart desde el otro lado), el Quijote es un arquetipo del medioevo, donde residía el más genuino romanticismo.
No digo que el romanticismo como escuela provenga de la Edad Media, más bien ávida de Dios, pero si el heroísmo romántico. Los caballeros medievales asistían a las Cruzadas con el pañuelo de la dama en las manos y su rostro trabado en su memoria. Todo el universo se centraba en Dios y en la dama. Toda proeza, todo ideal tenía rostro de mujer. El amor era entonces un prodigio y había que buscarlo como el sustento de la hazaña, como la fuerza en la batalla. Es el ideal caballeresco del que carece Don Juan.
Don Juan suma cuerpos, el Caballero medieval ama y ama intensa y concentradamente. El Quijote, viejo y enjuto caballero imaginario se encuadra en todos los modelos de ese bello ideal y, por tanto, se enamora. Mas, en cuestiones de amor la voluntad no manda, domina el azar y si el amor da de largas y se esconde hay que inventarselo. El Quijote se lo inventa. Si bien pudo ver abominables monstruos en los molinos de viento ¿Por qué no ver en una simple y grosera aldeana al alma de sus sueños? La rústica Aldonza se convierte así en la bella Dulcínea del Toboso. Amar es un ideal, es vital, es primavera y florecimiento por tal.
A Don Juan le aguarda el infierno, al Quijote la cordura y la cordura es la muerte, porque frente al desencanto de la realidad y la razón solo quedan las sombras. Enamorarse es un objetivo más que una circunstancia que ocurre (y ocurre excepcionalmente). Si el objetivo y la circunstancia coinciden en el mundo real es tanto como un milagro, una adorable bendición.