Horas antes de la idealizada primera final de la Libertadores en la Bombonera, mientras el mundo balompédico ya andaba en trance por el superclásico argentino, en Manchester se escribía la partitura de gol más hermoso de los últimos tiempos. Una interminable sinfonía de toques –46 para ser exactos– daba forma a una secuencia melódica que componía una obra fuera de contexto, ajena a estos tiempos vertiginosos en los que rueda la pelota. Una orquesta celeste llena de solistas inspirados materializaba lo futbolísticamente impensado, nos ofrecía música para soñar.
Comprimido en 114 segundos de belleza extrema, este hit ejemplifica la impronta Guardiola: posesión, paciencia, improvisación, efectividad. Todo estéticamente bien ejecutado. Para adornar este concierto de pases, las camisetas rojas del rival danzando alrededor le daban color a un derbi marcado por el absolutismo del City.
El pie derecho de Fernandinho, tras despojar del balón a Lukaku cerca de la línea media del campo, fue el génesis del 3-1 sepulcral para el United. Cuando la pelota va en dirección de Mendy empieza a activarse ese mecanismo prodigioso para elucubrar el éxito del momento. Todos, salvo el portero Ederson, participan en esta edificación maestra. Y el balón va de rincón en rincón, siempre bien lejos del arco local. Fernandinho aporta ocho pases; Gündogan y Laporte, seis; los Silva –Bernardo y David–, cinco; Stones y Sterling, cuatro; Mendy y Walker, tres; y Sané, uno. Ese preludio deja sin rumbo al averiado bus de Mourinho en su propia área, donde aparece Gündogan para someter a De Gea y poner la última nota con su definición.
La temporada pasada, el City de Pep había hilvanado 52 pases desde el pitazo inicial sin que el West Bromwich tocara el balón previo al primer gol en la Carabao Cup. La diferencia fue que el tanto de Sané no fue impoluto, pues llegó tras un remate de Gündogan que el portero rival dio rebote. Y, obviamente, no era frente a un clásico rival como el United del siempre mediático ‘Mou’.
Más parecido a la versión de su Barcelona que a la de su Bayern, este City tiene identidad propia. El catalán le ha quitado la verticalidad de su etapa germana para implementar un cambio de ritmo y una pausa más cercana a su ópera prima blaugrana. La diferencia está en la libertad de movimientos de sus jugadores. Salvo Fernandinho y los defensas, el resto del equipo se mueve adonde los lleve el balón, no se estanca solo en una zona, todos se trasladan para participar activamente en el trabajo creativo, lo que hace imposible que el rival tenga referencias para facilitar su tarea defensiva. La incursión de Gündogan como ‘9’ siendo interior habla de la ductilidad de sus intérpretes.
La eclosión del juego de los ‘citizens’ ya se había manifestado cuando obtuvieron de robo la Premier pasada. Ahora le han dado rodaje a esa idea y la han repotenciado para convertirse en los reyes del toque. Como un poseso en busca de la perfección, Pep ha encontrado las piezas para armar la cuadratura perfecta sobre la base de un colectivo potente y unos solistas con registros extraordinarios. Hoy la morfología de su City es tan reconocible como admirada. Ese debe ser su gran triunfo en Manchester.
En la cuna del fútbol suenan nuevas melodías hipnóticas. A Guardiola se le agradece esa música para nuestros oídos.