En 22 meses de peregrinaje, Bengoechea no ha logrado la evolución natural que se exige a cualquier proceso. (Foto: USI)
En 22 meses de peregrinaje, Bengoechea no ha logrado la evolución natural que se exige a cualquier proceso. (Foto: USI)
Guillermo Oshiro Uchima

No había necesidad de anunciarlo para saber que todo ha terminado. La confesión en plena conferencia de prensa era una obviedad. Hacía tiempo que la fecha de vencimiento de la etapa de Pablo Bengoechea en Matute había caducado. Y no por los 8 puntos que lo separan del líder Melgar y hacen que el Clausura sea una quimera –aunque todavía le queda la opción del Acumulado para pelear por el título–, sino desde una verdad irrefutable donde el corazón no manda: la futbolística.


Decir que practica un juego lejano a la estética que identifica al club no es por inquina. Si en las victorias quedan apenas ráfagas de euforia que son una catarsis para el hincha ante tanta angustia arraigada en sus fibras más íntimas, las derrotas dejan la sensación de que la salvación queda en manos del Señor de los Milagros en este octubre triste que termina por derribar la fe de cualquier ciudadano blanquiazul.


En 22 meses de peregrinaje, Bengoechea no ha logrado la evolución natural que se exige a cualquier proceso. Sucede todo lo contrario. Marcha en declive. Su manual pragmático ya no maquilla los problemas que van en aumento. Alianza tiene menos argumentos para sostener una regularidad a fin de tentar la victoria con cierto merecimiento. No existe una partitura que se interprete medianamente bien, tampoco hombres que tengan los instrumentos correctos para crear una sinfonía decente en el campo.


La partida de Aguiar, e incluso la de un suplente como Pacheco, no ha sido suplida con eficacia y la efectividad de cara al gol se ha visto reducida casi a la nada. Apenas 8 goles marcados en 8 encuentros jugados son el reflejo de la escasa contundencia ofensiva en este Clausura. Pero ello no puede machacárselo en el primer tramo del año a Leyes, porque su estructura colectiva no parece diseñada para que su ‘9’ tenga chances claras, ni por aire ni mucho menos por tierra. Las opciones que les generan deben ser un combate cuerpo a cuerpo con los rivales, y ahí Affonso ha mejorado la media con 5 tantos que siguen siendo escasos para un club con grandes pretensiones.


Lo curioso es que teóricamente el conjunto íntimo tiene hombres de buen pie para desarrollar un juego más cercano a lo que su tradición exige. En el mediocampo cuenta para la elaboración con Cruzado, Vílchez y ‘Cachito’. Es cierto que la plaga de lesiones ha impedido que el uruguayo tenga a todos en plenitud, pero lo preocupante es que con o sin ellos el cuadro blanquiazul no puede sostener la posesión de balón por mucho tiempo. Parece prohibitivo tener el balón. Tampoco sirve contar con Hohberg –su nivel descendente coincide con la caída del equipo– o Quevedo por las bandas porque suelen ser llaneros solitarios que deben resolver el juego de manera individual.


La película de Bengoechea en Matute ya parece escrita. Ha entrado en una dinámica poco saludable. Por ello se aplaude su valentía para reconocerlo, así como el hincha blanquiazul también debería agradecerle por ese título que terminó con 11 años de penurias. Pero no hay paladar íntimo que resista tanto tiempo alejado de sus refinadas raíces ni aplauda el resultadismo por encima de todo. La historia también juega y exige que se la respete.

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