De todos los silencios el más aterrador es el que se produce cuando un país se desmorona frente a una pantalla.
El silencio, entonces, no es ausencia de sonido, sino presencia de dolor. Un dolor que estruja, ahoga y paraliza. Un dolor feroz que conmociona a millones de personas en un mismo instante.
Así como todos recordamos dónde estuvimos, a quiénes abrazamos y cuánto bebimos el 15 de noviembre del 2017, no se nos borrará de la conciencia el 13 de junio del 2022, la tarde en la que los peruanos sentimos un escalofrío desde las honduras de nuestro ser.
Fue como si nos hubiesen desconectado, en medio de una gran fiesta fallida que nunca se consumó. Fuimos ánimas luego de que Álex Valera no coronara su historia de superación con un zurdazo livianito y el arquero Andrews Redmayne pusiera su cara de psicópata luego de haber bailoteado estrambóticamente en cada penal.
Advíncula ya se había derrumbado, cubriendo sus lágrimas con la camiseta blanquirroja. Los compañeros a los que les quedó un trocito de vida y entereza, como Araujo, socorrieron a los caídos, Dios sabe con qué palabras.
Un equipo que pretende clasificar a un Mundial no puede realizar su primer disparo al arco a los 98′ (un remate de Edison Flores).
Perú no perdió en los penales, sino en los 90 minutos, en los que ni se adueñó de la pelota ni construyó peligro. De chocolate, cero cacao. Nos olvidamos del arco, y de lo que, según dicen, es nuestra esencia.
Cuánta falta hizo Yotún y su salida limpia, pero sobre todo esa vocación de nunca esconderse. Ni ‘Canchita’ Gonzales ni Peña acudieron al llamado de la historia.
La ‘Culebra’ Carrillo evidenció falta de fútbol, y Cueva, el hombre orquesta de esta selección, acabó agarrotado sin ton ni son.
Arriba, Lapadula, el único italiano que tenía la posibilidad de jugar en Qatar 2022, se empequeñeció entre los australianos y mostró una lentitud insólita para picar al espacio.
Renato Tapia, voluntarioso pero demasiado impreciso. Y Miguel Trauco, inexistente. Fantasmal. Nulo.
‘Oreja’ Flores, el arma letal de Gareca, fue el único cambio que funcionó. Por poco y anota el gol de la clasificación con un cabezazo que se estrelló en el palo.
Pero no hubo más. Morimos de inanición en lo que a oportunidades de gol se refiere. Fue la peor versión del equipo en el momento cumbre.
Los australianos hicieron su partido: nos desgastaron física y mentalmente, sabiéndonos favoritos, con los boletos comprados a Qatar para fin de año.
Nos ganaron 5-4 por penales, con justicia. Desgarradora lección la que nos deja esta eliminación en un lunes de miércoles, con un banquete en la mesa, el traje puesto y la refrigeradora repleta de botellas que no se abrirán. Ya sabemos lo que es volver a los mundiales luego de 36 años. Aprendamos ahora del silencio.