El nuevo libro del presidente de la Fundación de Tendencias Económicas, Jeremy Rifkin (“The Zero Marginal Cost Society”), es un ejercicio de futurología que quizá a muchos empresarios les resulte aterrador, pues plantea un escenario no muy lejano en el cual prácticamente todo será gratis. No es el resultado de una imposición comunista, sino de una economía capitalista que ha sido presa de su propio éxito. Su dinamismo competitivo ha derivado en una revolución tecnológica sin precedentes que ha incrementado la productividad y disminuido los costos marginales a tal punto, que los precios de los bienes y servicios se han reducido a su mínima expresión.
Según Rifkin, ya venimos atravesando una fase híbrida, en la cual el capitalismo está siendo desplazado por la llamada economía colaborativa (‘sharing economy’). Esta ya ha revolucionado industrias como las del entretenimiento, las comunicaciones y la editorial, en las cuales se han relativizado los derechos de propiedad para que las personas puedan intercambiar cosas con mayor facilidad. Más del 40% de la humanidad ya produce su propia música, videos e información y la comparte a costo (casi) cero.
Ahora uno puede generar electricidad, fabricar productos con impresoras 3D y llevar cursos universitarios en línea abiertos al público desde su casa. Ya no es necesario alojarse en un hotel o comprar un auto, porque uno puede conectarse a través de Internet con miles de personas dispuestas a prestar sus casas o vehículos a usuarios esporádicos. Y si necesita dinero, puede conseguirlo a través del ‘crowd funding’ (financiación colectiva) sin pasar por el sistema financiero convencional. En 40 países estudiados –dice Rifkin– la economía colaborativa ya mueve cerca de US$3,3 billones, casi lo mismo que el PBI de Alemania.
Me entusiasma la idea de la economía colaborativa, pero discrepo con Rifkin en que se trate de algo que reemplazará al capitalismo. Para muchos, este es sinónimo de egoísmo, codicia y competencia despiadada. No para mí. Pienso, más bien, que la verdadera fuerza que lo impulsa es el ánimo colaborativo de las personas, que funciona mejor cuando tienen máxima libertad para intercambiar prestaciones en sus propios términos y cuando la lógica de competir es ver quién responde mejor a las necesidades insatisfechas del resto.
Desde esta óptica, la economía colaborativa siempre estuvo en la médula del capitalismo y en todo caso lo que estamos viendo es una revolución creativa, producto del empoderamiento de los agentes y de cómo se está diseminando la innovación. Enhorabuena.