(Foto: Archivo)
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Oswaldo Molina

En la lejana todavía persisten rivalidades entre los diversos grupos étnicos que componen los países y que tristemente terminan traduciéndose en . Sin embargo, lo que diversas políticas y misiones internacionales no han logrado cambiar el lo ha hecho.

De acuerdo con una reciente investigación de los académicos Emilio Depetris-Chauvin (PUC Chile), Rubén Durante (Pompeu Fabra) y Filipe Campante (John Hopkins University), los individuos de 25 naciones africanas que fueron entrevistados después de una victoria de su selección nacional de fútbol se identifican 37% menos solo como miembros de su etnia y son 30% más capaces de confiar en individuos de otros grupos étnicos.


Estos resultados son incluso mayores conforme más diversa étnicamente sea la composición del equipo nacional, en línea con la relevancia de contar con modelos próximos. Aún más, el poder del fútbol también se refleja en menores conflictos: en aquellos países que sorpresivamente lograron clasificar a la Copa Africana de Naciones, se reportaron 9% menos conflictos en los siguientes meses de la clasificación, que en aquellos países que finalmente no lo lograron.

Cuando esta semana debía pensar en el tema de esta columna, no quería dejar pasar cómo en este cercano Perú –tan lleno también de conflictos y confrontaciones últimamente– los Juegos Panamericanos se habían transformado en un elemento unificador de todos los peruanos. A nadie debe sorprender la capacidad del deporte para construir una identidad nacional, después de observar cómo los peruanos nos volcamos a apoyar a nuestros nuevos héroes, los deportistas.

Y tampoco nadie debe dudar de lo beneficioso que es contar con estos modelos para nuestros jóvenes. Sin embargo, a una semana del final de los Panamericanos, cómo administraremos el legado de estos juegos. Más allá de los vaivenes económicos y políticos, cómo seguiremos financiando a nuestros deportistas de élite, cómo mantendremos la maravillosa nueva infraestructura deportiva que hemos construido y cómo lograremos que una mayor proporción de la población tenga acceso al deporte.

Como Enrique Mendizabal de On Think Tanks señalaba, los ingleses, después de su fracaso en Atlanta 1996, donde obtuvieron solo una presea dorada y quedaron muy rezagados en el medallero, entendieron que debían contar con fuentes de ingresos estables para apoyar un programa deportivo de largo plazo. Para ello establecieron una lotería nacional cuyas ganancias ayudaban a financiar el deporte y el arte.

Los resultados son visibles: en Río 2016 ocuparon el segundo lugar, solo por detrás de EE.UU. y por encima de países como China.

Aprovechemos este momento de furor después de los Juegos para plantearnos cómo vamos a desarrollar el deporte nacional. Quizás, por qué no, este puede ser además un punto de encuentro y consenso entre el Ejecutivo y el Congreso. Total, el deporte une.